Están ahí fuera, esperando a ser vistas y ser interpretadas.
Agosto, 2008
ANDREU BALIUS
I. PRIMERAS LETRAS
Las letras nos atraen. Al percibir un mensaje escrito, tendemos a leerlo, a descifrar su significado. La primera tentación consiste en averiguar su componente verbal. Para ello tanteamos su pronunciación, incluso cuando se trata de textos que no somos capaces de entender. Pero junto al encuentro verbal aparecen otras sensaciones que ponen en juego múltiples mecanismos perceptivos. Las formas, el color, la adscripción estilística de los textos, su presencia, constituyen factores comunicativos que acaban tejiendo una telaraña de posibilidades expresivas. En la mayoría de casos, ante la saturación que provoca la avalancha mediática, no podemos detenernos a contemplar y descifrar los elementos que conlleva el texto escrito. Este tipo de concentraciones se da especialmente en los mensajes impresos y en la información que nos llega a través de las pantallas. Frente al aluvión gráfico de los medios, cuyas imágenes y textos están al servicio de una serie de condicionantes comunicativos, la ciudad genera un modelo cargado de sensaciones, habitable, cambiante y atractivo, complejo y vivo. La ciudad es un cuerpo que muta, que se transforma creciendo, a veces en una espiral de contradicciones. La ciudad nos sorprende por su capacidad de adaptación. Y las letras de la ciudad hablan de ella, recogen sus cambios, su evolución, sus deseos. De la ciudad nos atrae su complejidad y su eficacia comunicativa. De las letras también.
En un ensayo reciente, el profesor de estética Marco Romano nos habla de la ciudad como obra de arte. Convirtiendo la crítica artística de la ciudad en campo disciplinar, el autor evita las clasificaciones objetivas con pretensiones universales, y propone en cambio un tejido teórico a partir del cual generar una mirada de la ciudad. Para ello sugiere un acto simple y accesible, con intención estética, que nos sirva para actuar y conocer de manera sensible el escenario urbano de lo que él denomina la civitas. El autor defiende la ciudad desde la perspectiva europea, refiriéndose a un modelo de ciudad en el que domina la intervención de su ciudadanía, eje vinculante de todo lo que ocurre en el entramado urbano. Según Romano, si la ciudad es entendida como obra de arte, su lectura genera un ejercicio crítico similar a lo que sucedería con la lectura de cualquier otro artefacto visual al que denominásemos pieza artística. Dicho ejercicio requiere para el especialista un conocimiento en profundidad de la disciplina. Pero al mismo tiempo ofrece al espectador nuevos parámetros sobre los cuales ejercitar su sensibilidad. Del mismo modo que el estudio de un cuadro o de un poema exige un método explícito, al cual siempre resulta conveniente enmarcar en una esfera creativa, el conocimiento de la ciudad plantea un seguimiento riguroso, que nos ayude a comprender las transgresiones que constituyen «l’anima dell’urbs come opera d’arte» (Romano, 2008: 73). Para el profesor Romano, la ciudad es un tema colectivo, un proceso social (en el que el marco común apunta hacia una tradición eminentemente europea), cuyas prácticas y códigos podrían compararse a ciertas reglas literarias. Dichas reglas son transgredidas por los poetas, y en dicha transgresión radica la sorpresa creativa de la poesía. Del mismo modo, el carácter específico de la ciudad se manifiesta de manera particular en las transgresiones de aquellas reglas. Entendemos que uno de los circuitos visuales más poderosos de la ciudad está formado por la maraña tipográfica. En ocasiones detectamos su ordenación como si se tratase de un código estricto. En otras, la sorpresa viene marcada por la transgresión. De Romano nos interesa especialmente la visión social que converge en su concepto de ciudad. Para él, los temas colectivos son los constituyentes de la ciudad europea como obra de arte, y teme que podamos perder esta componente tan particular de sentirse ciudadanos. Reclama un diseño de la ciudad muy vinculado al paseo, al caminar, a una forma física de utilizar nuestro cuerpo en relación con la ciudad. Nosotros también defendemos el caminar como práctica estética. La medida de las percepciones tiene una observación peculiar cuando los ritmos se marcan andando. Sobre éstas y otras cuestiones (tratadas de modo muy especial por autores como Francesco Careri) hablaremos de manera más extendida en los capítulos 3 y 9. Mirar la ciudad con los sentidos de un paseante sería un buen modo de redescubrir tanto la ciudad como nuestra propia mirada como espectadores.
A pesar de que en mi trayectoria profesional, y durante largas etapas, se hayan sucedido episodios de creación gráfica (estudios de bellas artes, edición de carpetas de grabados, diseño de carteles, exposiciones) junto con la reflexión sobre las manifestaciones del grafismo (mi tesis doctoral trataba el tema de las letras en las revistas ilustradas de los años cincuenta), en esta ocasión presento un trabajo en el que domina mi faceta de docente, así como la intención de reflexionar sobre el aprendizaje, y ante todo el deseo de transmitir una pasión que me aporta multitud de satisfacciones desde hace décadas. Me gusta pasear por la ciudad. Me atrae el aparato gráfico urbano, fuente de satisfacción visual y de sensaciones que apuntan hacia lo social, lo colectivo, lo humano. Articular este bagaje permite conocer a sus gentes, a los actores del evento cotidiano. No solamente como turista, sino también como usuario y partícipe de dicha realidad. Adentrarse en las calles y plazas de las ciudades del mundo nos convierte en espectadores del relato urbano. Aquí se narra un modelo de goce, y un esquema de aprendizaje. Se trata de una práctica que ha demostrado su eficacia cuando se le plantea al alumnado. También se recogen algunas imágenes que representan escenarios de dicha búsqueda. Considero la práctica de la fotografía como una componente muy válida para el conocimiento del engranaje urbano. Las ilustraciones que acompañan al texto pretenden establecer un puente visual con la redacción de lo vivido. Se aglutina así tanto la aportación verbal como su vertiente en imágenes, ilustrativa de ciertas andanzas y experiencias. Quisiera transmitir el deseo de recomponer la mirada de la ciudad, a partir no de la ciudad, ni tampoco de sus tipografías, sino desde la percepción del observador. El sujeto que mira es la esencia del presente trabajo. Sus intereses, sus conocimientos, son algo peculiar de cada persona. Pero como sujetos que miran, los ciudadanos y los visitantes aspiran a degustar de forma placentera el encuentro con un entorno que se les presenta lleno de posibilidades. Podemos aprender mucho de la ciudad, y de sus letras. Para ello hemos de confiar en nuestros propios anhelos como observadores activos (vid. fig 1).
Valencia se ha convertido en punto de referencia para los interesados en las cuestiones de tipografía. En los últimos años se han celebrado aquí tres ediciones del Congreso de Tipografía, al tiempo que surgen editoriales centradas en el tema, y proliferan los estudios universitarios sobre la cuestión. No podía ser de otra manera. La tradición de la imprenta encajó perfectamente en esta ciudad coincidiendo con un período histórico de esplendor económico y cultural. Hace cinco siglos Valencia vivió su apogeo urbano, al tiempo que se multiplicaban las imprentas y el negocio de la edición. Si bien puede resultar un tanto extraño referirse ahora a cuestiones ancestrales, lo cierto es que el apego a la letra como elemento de transmisión cultural ha retomado su presencia en estos inicios del siglo XXI. Queremos aportar un elemento nuevo a dicha tradición renovada: la posibilidad de transformar el tejido urbano en un avispero de grafismos, dejando paso a la sensibilidad como punto de arranque de una cierta mirada novedosa al paisaje urbano.
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