Justo Serna - Héroes alfabéticos

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Los personajes literarios nos ayudan a pensar en los demás. Son nuestros héroes alfabéticos: por delegación nos muestran qué deseamos o qué tememos. Con ellos vivimos e incluso hablamos: forman una populosa demografía de tipos admirables o ruines con los que tratamos. Este libro empieza con los Adúlteros de novela y acaba con los Vampiros de cuento: de Bovary a Drácula. Los capítulos son ensayos ordenados alfabéticamente: una crónica personal, la del historiador que lee ciertas novelas como documentos culturales. Sin duda se trata de un elenco subjetivo, aunque no arbitrario: también pasan por aquí los Espías, los Licántropos, los Monstruos, etc. Viven en algunas de las novelas que más nos han conmocionado, aquellas que expresan un contexto al tiempo que lo rebasan. Ese hecho los convierte en materia de historia cultural, pero también en objeto de disfrute.

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Mirar con lubricidad a la esposa o al esposo, arder en deseos, compartir sueños, deseos y placeres haciendo justamente del goce carnal o de la experiencia común la meta de nuestra existencia. No hay aburrimiento posible en la pareja, no hay rutina ni evidencias; hay averiguación y novedad, riesgo y aventura. A pesar de lo que queremos creer, el cuerpo del ser amado no lo conocemos, ni su epidermis ni sus pliegues interiores, como no conocemos del todo las demandas de nuestro propio cuerpo, las urgencias salvajes, las tentaciones inexploradas. Aventurarse por esa piel, surcarla, manosearla, toquetearla, son experiencias que no se agotan; hacerla propia, provocar el deseo, multiplicarlo, son tareas que nada tienen que ver con proezas sexuales, que nada tienen que ver con la gimnasia corporal. Es el deleite tranquilo y obsceno, la procacidad de la carne. Pero, claro, si admitimos esto, si admitimos este horizonte, no hay nada dado de antemano, no hay fidelidad asegurada, hay riesgo y hay fantasmas interiores en ella y en mí que salen, que se desbordan y que me muestran mi lascivia y la suya, una lascivia que no sospechaba. Como decíamos, la novela, la narración en la que se inspira la película de Kubrick, es Relato soñado, rótulo fiel que con que Miguel Sáenz traduce para El Acantilado el título original: Traumnovelle, de Arthur Schnitzler. Sin embargo, otras versiones más libres proponen Doble sueño, una descripción más ajustada, más ingeniosa, más atrevida, de lo que efectivamente sucede en aquella incursión de dos esposos en el reino de los deseos fantaseados.

Hay un sueño lascivo de ella y hay una frustrada correría sexual de él, pero en ella el onirismo se desborda y su simple relato es una invasión del mundo; y en él lo que era vigilia y caza, búsqueda para vengar el malestar por la procacidad inconsciente de la esposa, para colmar sus propios anhelos, se transforma en pesadilla. ¿No es acaso la orgía en la que se aventura el marido una metáfora del ello freudiano, de ese depósito de pulsiones indomables, ocultas que expresan nuestros deseos más primitivos?

Como decía Frederic Raphael, esta historia trata del inconsciente, pero trasladar eso a imágenes es muy difícil. ¿Han visto ustedes alguna vez una secuencia convincente de un sueño?, apostilla. Por eso el sueño femenino es contado y no visto, y por eso la aventura masculina es filmada como relato onírico. El deseo indómito, ese deseo indomeñable está en nosotros; el pecado como placer, como tentación y como caída está en la esposa y en el esposo, está en ella y en él. Estoy hablando de esposos, del goce de un matrimonio, de sus riesgos. No hablo del aburrimiento cotidiano ni de la rutina sexual –de eso no trata Kubrick–; hablo, por el contrario, de un matrimonio armonioso, estable y sincero, que quiere ser sincero, y que, por eso mismo, se aventura en el riesgo de una verdad siempre incompleta y oscura. No se resignan y se atreven a enmendar la realidad prosaica que a todos aplasta; no se resignan y se adentran por el territorio de la fantasía, o mejor dicho, es la esposa, con coraje y con marihuana, la que se adelanta. ¿Y qué descubren y qué descubrimos? Huidas fantaseadas e historias posibles de adulterio que no son fruto del odio o del tedio matrimonial, que no son infidelidades consumadas; son, por el contrario, el goce asilvestrado y la tentación prerracional que hay en nuestra psique más profunda y que hemos destapado. El marido, en principio, no sabe cómo hacer frente a ese descubrimiento, no sabe cómo aceptar esa infidelidad fantaseada. Lo real y lo imaginado se confunden y su camino de infidelidades reales se frustra una y otra vez. También la suya es una aventura sin consumar. La revelación final y la sinceridad de ambos –no la mendacidad, no el engaño– es lo que salva el matrimonio puesto que esos adulterios de la imaginación son inevitables, forman parte de nosotros y, sorprendentemente, aseguran su salvación. ¿Y después qué podemos hacer? Después de saber que hay algo extraño dentro de mí, que hay algo extraño dentro de ella, algo que es la pulsión orgiástica a la que no podremos embridar, después de averiguar eso –como digo–, lo único que queda por hacer es follar. O, mejor aún, fornicar, ese verbo deliciosamente antiguo, ese verbo de resonancias bíblicas que alude a los ayuntamientos carnales que se dan fuera del matrimonio. ¿Fuera del matrimonio? Lo que nos queda no es el adulterio como compulsión, lo que nos queda no es abandonar a nuestro cónyuge, ese territorio del que creemos saberlo todo, lo que nos queda es la fantasía y la realidad de la fornicación; tomarnos como fornicadores, como esos seres extraños que aún estamos por descubrir y que se entregan con furia a una cópula, a un ayuntamiento que es exaltación, que es vicio, que es averiguación y que es derrota. Así, es posible iniciar cada día como si esa jornada fuera para nosotros la próxima revelación de nuestras vidas, el goce y el riesgo de todo hallazgo, la alegría y la fragilidad de saberme extraño para mí mismo y para ella, y de saberla extraña para ella y para mí mismo. Ese final procaz, ese mutuo libramiento sexual, no está en la novelita de Schnitzler, no podía estarlo. En efecto, el cierre del film es bien distinto: lo que en la película es explícito (Fuck), en el novelista es un sobreentendido en el que los esposos acaban «dormitando los dos un poco y próximos entre sí, sin soñar...». Unos puntos suspensivos que son como un fundido en negro de evidente significado sexual. Concretamente la última conversación entre los esposos que se da en la novela transcurre así:

–¿Qué vamos a hacer, Albertine?

Ella sonrió y tras una breve vacilación, repuso:

–Dar gracias al Destino, creo, por haber salido tan bien librados de todas esas aventuras... de las reales y de las soñadas.

–¿Estás segura? –le preguntó él.

–Tan segura que sospecho que la realidad de una noche, incluso la de toda una vida humana, no significa también su verdad más profunda.

–Y que ningún sueño –suspiró él suavemente– es totalmente un sueño.

Ella cogió la cabeza de él entre sus manos y la apoyó cariñosamente contra su pecho.

–Pero ahora estamos despiertos –dijo– para mucho tiempo. Para siempre, quiso añadir él, pero, antes de que pronunciara esas palabras, ella le puso un dedo sobre los labios y, como para sus adentros, susurró:

–No se puede adivinar el futuro.

Permanecieron así en silencio, dormitando los dos un poco y próximos entre sí, sin soñar...

El novelista acaba con el alivio que sienten al ver llegar el día cuando comprueban que están despiertos, cuando confirman que ambos sueños, que son a la vez pesadillas, no los han destruido. Schnitzler sólo podía acabar así. El contemporáneo, el vecino, el doble de Freud, pudo escandalizar a la Viena de su tiempo; pudo tratar los fantasmas sexuales y los sueños de personajes atormentados y ociosos; pudo abordar la confusión frecuente que se da entre ilusión y vida, entre realidad y mentira. Pero ese final de Kubrick, ese final en el que la esposa propone follar y no hablar más ni torturarse, no es efectivamente de Schnitzler, ese final es el nuestro. Podríamos preguntar con Michael Herr si con este film sale «Stanley Kubrick en defensa del amor y el matrimonio, la castidad y los secretos de las mujeres». Los cónyuges «han pasado con éxito todas su pruebas, se lo han dicho todo el uno al otro, y están dispuestos a volver a casa para echar un polvo sin dobleces y renovar sus votos», concluye Herr. No es mala cosa, no.

AMOTINADOS

HISTORIA Y NOVELA

Un día de cólera 2007 la novela de Arturo PérezReverte es la crónica del 2 - фото 2

Un día de cólera (2007), la novela de Arturo Pérez-Reverte, es la crónica del 2 de mayo de 1808. Desde luego, crónica y novela no son el mismo género. La primera pertenece a la tradición historiográfica y periodística: parte del principio de fidelidad factual, del criterio de verdad como principio regulador. La segunda pertenece al dominio de la ficción: supone, pues, la invención de hechos para personajes que también pueden ser puramente imaginarios. De entrada, verdad e invención no parecen compatibles. Y, sin embargo, Arturo Pérez-Reverte lo intenta. Por eso, son muy interesantes y discutibles las revelaciones del autor: el párrafo inicial que Pérez-Reverte pone como frontispicio de la obra y el repertorio bibliográfico final en el que el escritor revela las fuentes de sus datos. Un novelista no está obligado a presentar sus fuentes, porque en el género que cultiva se tolera la imaginación: la invención, la pura fantasía, incluso. Y, sin embargo, Pérez-Reverte nos ayuda y nos aclara su función.

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