Lucía Guerra - Santiago - cuerpo a cuerpo

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Santiago: cuerpo a cuerpo: краткое содержание, описание и аннотация

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Tres parejas con historias diferentes respecto a su sexualidad se encuentran, por casualidad y al mismo tiempo, en un céntrico motel capitalino. Los une, además, un terremoto que irrumpe en la trama creando una atmósfera de suspenso e incertidumbre. Atmósfera que se transforma en metáfora de otros desastres. La ciudad de Santiago, por su lado, no es solo el escenario de estas relaciones amorosas, sino un espacio de peculiar espesor histórico y signo material de las divisiones sociales.

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Lo que más le desagradaba era dejar de ser una persona. Los pasajeros se subían y bajaban sin prestarle mayor atención, como si él fuera nada más que el auto mismo, una cosa que se toma y se deja. Una cosa que se paga y pa colmo, súper mal. Algunos tenían la deferencia de conversar un poco, pero después de tantos años como taxista, se ha dado cuenta de que a los que hablan les gusta solo hablar de ellos mismos. ¡Todos metidos en su propio mundo! Como ratones en una cueva, y muchas veces cuando está a punto de quedarse dormido vuelve a oír las voces de los pasajeros hablando puras huevadas entre bocinas, ruido de neumáticos y algún frenar abrupto.

¡Trabajo de mierda! Pero es lo único que puede hacer en este país lleno de cesantes, y él sin profesión y con dos dedos chuecos. En cambio, le gustaba tanto trabajar de albañil, igual que su padre. Era lindo poner un ladrillo tras otro hasta construir una muralla que, seguramente, se quedaría allí por muchísimos años y, por eso, cuando se tenía que ir a otra construcción, se despedía de todo lo que había hecho. Seguro que él se moriría antes de que se derrumbara todo su trabajo tan perfecto en una especie de inmortalidad que nada tenía que envidiarle a los libros y otras obras de arte.

Pero cuando apenas tenía veintiocho años, le había llegado la mala racha que todavía hoy lleva patente, como una llaga de dolor que nunca ha logrado cicatrizar. Por aquel accidente tan terrible, ya no pudo más trabajar como albañil y no tuvo otra alternativa que arrendarle un taxi al infame del Guatón Valenzuela que le sube el arriendo cuando se le antoja.

Martita, así ha empezado a llamarla desde que le dijo su nombre, le está echando una última mirada a Santiago y él, con una sonrisa, la toma de la mano para conducirla al taxi. Seguro que sus amigos se matarían de la risa si les contara que está a punto de llevar a un motel a una mujer tan entradita en carnes. Pero a él no le importa. ¡Ha estado tan necesitado últimamente! Tanto que el roce de la pierna cuando tiene que frenar lo excita, y ya un par de veces se le ha venido una erección, y él sin saber qué hacer, porque justo que llevaba pasajeros.

¡Pensar que tenía tanto éxito con las mujeres cuando era joven!

–Usted, hijo, nació con el talento innato de Don Juan –le decía su padre con cierto orgullo, porque él también era un poco lacho.

En esa época, y sin que nadie le enseñara, sabía cómo mirarlas a los ojos en el momento preciso, también echarles piropos que nunca fallaban y rozarles la mano como por casualidad... y ahí empezaba todo. ¡Caían como moscas! Y después ya no costaba nada darles hartos besos y abrazarlas bien apretado, para que le sintieran el bulto allá abajo y, claro, cada conquista seguía un camino diferente, porque podía ser apoyándola a ella contra el tronco de un árbol, en el rincón oscuro de alguna calle e incluso en alguna casa donde estaban haciendo un bailongo y, como los dueños estaban tan ocupados atendiendo a las visitas, no se daban ni cuenta. Esta era la parte que más le gustaba, la verdadera aventura, y al otro día “si te he visto, no me acuerdo”. Algunas chiquillas seguían después buscándolo y se ponían harto cargantes, pero a él le bastaba acudir a la indiferencia absoluta para que terminaran cabreándose.

Martita le pregunta cuánto tiempo hace que trabaja como taxista. Ahora está sentada a su lado y lo mira con un dejo de arrobamiento.

–Debe ser un trabajo muy difícil –agrega.

Y en ese comentario, él detecta una cierta empatía hacia los otros seres humanos. Mientras le explica las dificultades de manejar entre tanto vehículo, presiente que ella es una mujer de buen corazón, que jamás tendría la crueldad de Valentina.

¡Ella había sido la que había abierto la represa de las desgracias! ¡Y vaya a saber por qué diablos se había enamorado tanto de ella! Esa noche que la conoció, parecía cualquier otra tontona que iba a caer en sus redes, pero cuando la fue a dejar a su casa y le hizo el amor antes de llegar a la puerta, se sintió como hechizado por sus caricias tan apasionadas, incluso después de terminar, ella con su falda larga le había limpiado el pene, se había arrodillado frente a él y se lo había echado a la boca lamiéndolo y chupándolo con tanta ternura y suavidad que había vuelto a tener una erección.

–Esta chiquilla parece que ha tenido bastante experiencia con los hombres –había dicho su madre unos días después de conocerla.

Y cuando ya llevaban cinco meses pololeando, se había opuesto rotundamente a que se casara con ella.

–¡Pero para qué te vas a casar! ¿La dejaste embarazada acaso?

–No, mamá, ella toma píldoras.

–¿O sea que tiene sexo sin correr el riesgo de quedar embarazada? ¡Pero qué edificante! –exclamó con cierto sarcasmo–. ¡Eso significa que se ha acostado quizás con cuántos ya!

–Para mí que esta cabrita ha recorrido la Meca y la Seca –agregó su padre muy serio.

Poco le importaba que Valentina no hubiera sido virgen cuando empezaron a pololear, además ella ya le había contado que solo había sido uno antes que él. Lo importante era salvarla de su padre que tanto la maltrataba. La pobrecita se ponía a llorar cada vez que recordaba los golpes y los insultos de ese desgraciado que no la dejaba en paz. Y a veces, justo cuando él estaba por llegar al mejor momento, ella empezaba a sollozar y le pedía que no siguiera.

–¿Qué pasa, mi amor? ¿Te está doliendo?

–No. Es que mi papá me agarró del pelo anoche y me dijo cosas tan terribles... Ya no aguanto más, me dan ganas de matarme. ¡Sí! Eso es lo que tengo que hacer: ¡matarme!

Y en esa pequeña habitación de un hotel en San Borja, cerca de la Estación Central, le describía las palizas que su padre le daba cuando niña y cómo ahora que estaba grande se cuidaba de no dejarle huellas en el cuerpo, no obstante el maltrato seguía siendo el mismo.

Aunque sus padres se opusieran, se iba a casar con ella porque la amaba más que a todo en el mundo y la iba a salvar de tanto maltrato.

–¡Ningún problema! –había exclamado el padre de ella con una sonrisita socarrona–. Cásate no más con la Valentina. ¡Un cacho menos! –había exclamado y, levantándose de la silla, le había dado un apretón de manos.

El tráfico en la Avenida Recoleta está insoportable: los autos que entran desde el puente del río Mapocho avanzan apenas y no alcanza a pasar con la luz verde, porque va a obstaculizar la intersección y capaz que aparezcan los pacos y le pasen un parte. Por primera vez no se pone tenso en medio de un taco y el ruido de los bocinazos. Yendo tan lento, es fácil manejar con la mano izquierda y aprovechar con la derecha de acariciarle la rodilla a Martita y, de a poco, empezar a subir por el muslo mientras le dice cosas lindas. Nunca ha acariciado un muslo tan suave y abundante, sus dedos como que se hunden en esa carne tan blanda y tan cálida.

Muchos años después, se dio cuenta de que Valentina le había inventado el maltrato del padre para que se casara con ella. Cómo iba a ser que justo cuando él estaba por tener un orgasmo se pusiera a llorar, cuando apenas entraban a la pieza ella lo seducía de manera juguetona y sin parar de reírse.

Su padre le había aconsejado que, por un tiempo, vivieran en el mismo dormitorio que tenía desde niño.

–Así no pagan arriendo y pueden ahorrar esa plata, por si les sale una casa. Parece que el gobierno va a empezar un plan habitacional como el que había antes. Eso dijo anoche en la tele el cuervo siniestro de Pinochet, que mientras más viejo se pone más habla como peón de campo.

Durante el gobierno de Frei, su papá había logrado ahorrar sesenta y ocho cuotas trabajando los fines de semana y se las había entregado a la CORVI para ser beneficiario de la Operación Sitio, que daba a las familias de bajos recursos terrenos urbanizados. Su mamá contaba que habían llegado allí como mil quinientas familias que se habían dedicado a construir sus casas con material ligero, desde cartones, latas y papeles de diario a fonolas que, a veces, se volaban con el viento. Después habían llegado tres sacerdotes que hacían misa en la calle o en alguna casa ya construida, porque no tenían iglesia, y durante la semana se dedicaban a ayudarles. El Padre Mariano que venía de la familia heredera de la Viña Concha y Toro, y se había criado en una casa muy elegante frente al Teatro Municipal, trabajaba en un camión que repartía material de construcción.

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