Rafael Echeverría - Por la senda del pensar ontológico

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"Este nuevo quehacer tiene dos ejes importantes: la calle y la vida. La filosofía que hoy hace falta requiere apoderarse de la calle, tiene que volver a la plaza, a los espacios públicos de congregación de los ciudadanos. La filosofía debe dejar de ser un reducto de unos pocos iniciados que hablan un lenguaje que los demás son incapaces de entender y mucho menos de seguir. La filosofía requiere recuperar la calle que perdió hace mucho tiempo. Ella nació en la calle y debe volver a ella. Tiene que estar en las marchas, en las manifestaciones, tiene que ser parte de los grandes carnavales".

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Pero, por otro lado, es muy importante reconocer que existen al menos otros dos factores que inciden en nuestra capacidad de acción, en nuestro comportamiento, y que suelen ocultársenos, siéndonos mucho más difícil acceder a ellos. Nos referimos al observador y al sistema. Al menos que seamos introducidos (iniciados) en ellos, es muy difícil que podamos descubrir cómo afectan nuestra capacidad de acción. Como puede apreciarse entonces, estos tres principios giran en torno a la acción y a estos dos condicionantes ocultos: el observador y el sistema 44. El discurso de la ontología del lenguaje pretende, como lo hiciera el relámpago de Heráclito, iluminar estas dos áreas ciegas, estas dos áreas ocultas.

La propuesta de la ontología del lenguaje suscribe explícitamente el enfoque sistémico y hace de él un elemento clave para una mejor comprensión del ser humano. Ello es por lo demás coherente con el reconocimiento del carácter social y relacional del lenguaje. Para comprender la forma como actuamos y para intervenir en nuestra capacidad de acción, es indispensable reconocer no sólo el papel que en ello juega el observador que somos (el factor sentido que nos provee el lenguaje), sino también el reconocernos como un sistema cuya estructura define lo que podemos y lo que no podemos hacer.

Sin embargo, nuestra propia estructura es sólo un aspecto cuya importancia nos revela el enfoque sistémico para comprender el comportamiento humano. Toda entidad suele remitir a dos niveles sistémicos simultáneamente. Por un lado, el sistema que tal entidad representa y que remite a un conjunto de componentes ordenados estructuralmente en relaciones dinámicas. Pero, por otro lado, esa misma entidad es componente, es parte, de sistemas más amplios, más comprensivos, que poseen su propio ordenamiento estructural y su respectiva dinámica de relaciones. A la primera determinación estructural, aquella que remite a la propia estructura de la entidad en cuestión, es preciso añadir una segunda determinación estructural, que es aquella ejercida por el o los sistemas de los que tal entidad «forma parte». Esto es lo que llamamos el principio de la doble determinación estructural del comportamiento. Ello es lo que recoge el principio del sistema en su primera parte.

De quedarnos allí pareciera que no tenemos salida. Estando doblemente determinados por estas estructuras tenemos la sensación de que no hay nada que hacer. Sin embargo, ello no es efectivo. Siendo muy importante el poder reconocer esta doble determinación estructural, no es menos importante reconocer también que ella misma permite un canal de salida y de transformación, sin violar el principio de determinación, sino por el contrario, validándolo. Esto es lo que la segunda parte del principio busca establecer.

Lo que sostiene esta segunda parte es que «dentro» de la propia determinación a la que estamos sujetos por esos dos niveles estructurales, nos es permitido introducir cambios en ambas estructuras. Al hacerlo, generamos posibilidades que antes estaban excluidas. Para abrir esas posibilidades inicialmente cerradas, por lo tanto, es menester acometer primero algunas transformaciones en dichas estructuras. Lo que quedaba excluido en un primer momento, logra abrirse al diseñarse dos momentos: el momento del cambio estructural y luego el momento de la transformación del comportamiento en un área diferente.

Los postulados y principios que hemos expuesto constituyen, a nuestro modo de ver, la estructura conceptual mínima en la cual puede cobijarse ahora aquel lugar genérico de observación que llamamos el «claro» ontológico. Ellos son sus coordenadas básicas que especifican el lugar al que invitamos a entrar. En ese lugar es preciso que nos coloquemos no sólo para pensar ontológicamente, sino para vivir de una manera distinta. Esperamos que el lector entienda ahora por qué decimos que desde allí, el mundo, nosotros mismos, los demás y la propia vida, se ven diferentes.

A continuación, quiero relatar un episodio que creo que ilustra, que «muestra», lo que pasa cuando uno procura operar desde el «claro». Creo importante advertir que lo que voy a compartir no lo hago por cuanto crea que las posiciones que entonces tomé sean perfectamente defendibles. Eso no lo sé. Se trata de una experiencia concreta, real, y en tal sentido la comparto. Sólo le pido al lector que se quede con el carácter de la experiencia, que es lo que deseo mostrar, más que con el contenido de la misma. No tengo problemas en que alguien discrepe con lo que hice. Lo único que me importa es el hecho de que procuré hacer lo que hice «colocándome en el claro». Ello no garantiza que lo que resulte sea correcto. No hay «claro» que lo garantice. Y este, el «claro» ontológico, menos que ningún otro. Eso es parte de lo que nos enseña.

Una segunda experiencia

En 1993, realizaba un evento en la ciudad de Querétaro, como parte de uno de nuestros programas de formación en coaching ontológico. Tenía que trabajar con un grupo de 10 a 12 maestros y directivos del Tecnológico de Monterrey, que veían en la práctica del coaching una forma de mejorar tanto su práctica docente como su gestión administrativa.

Recuerdo que estábamos en el refrigerio de la mañana del primer día cuando se me acercaron dos alumnos y me plantearon lo siguiente:

- Sabes, Rafael, me dijeron, queremos plantearte una duda que nos ha estado acechando desde que iniciamos este programa, hace ya casi tres meses. Queremos ser muy honestos contigo y te pedimos una respuesta también muy honesta. Se trata de algo que es muy importante para nosotros. ¿Te parece?

- Adelante, les dije yo. ¿De qué se trata? ¿Por qué esas caras de preocupación?

- Ya te darás cuenta. Sucede que conversando entre nosotros y leyendo algunos de los materiales que tú escribes, tenemos la sospecha de que este programa se sustenta en la idea de que Dios no existe. No hay nada concreto que te podamos mostrar para avalar lo que te decimos. Pero la sensación subsiste. Queremos hacerte presente que todo lo que hemos aprendido ha sido muy importante para nosotros y que, a partir de ello, hemos realizado algunos cambios en nuestras vidas que valoramos mucho. Sin embargo, es bueno que tú sepas que somos católicos practicantes y que nuestra religión es algo muy importante en nuestras vidas. Por lo tanto, queremos hacerte presente que si la ontología del lenguaje supone que Dios no existe, por muy importante que nuestro aprendizaje haya sido, preferiríamos retirarnos del programa. La pregunta es muy simple: ¿desde la ontología del lenguaje se afirma o se niega la existencia de Dios?

Debo confesar que esto me tomó por completo por sorpresa. Sólo recuerdo que les dije:

- Saben, está terminando este refrigerio y debemos volver a la sala. Les propongo que entremos y que lo primero que hagamos es que ustedes me planteen esta misma inquietud delante de todo el grupo. Sospecho que, si ustedes tienen esta preocupación, quizás también la tengan otros. Y me parece preferible que lo que yo pueda decirles lo escuchen también los demás.

- De acuerdo, me dijeron y entramos todos a la sala.

Mientras entraba, recuerdo que me decía a mí mismo, «Michael Graves estoy en tus manos. No me defraudes. Procuré hacer lo que me sugerías».

Una vez en la sala, ellos plantearon nuevamente su inquietud en términos básicamente equivalentes de cómo lo habían hecho la primera vez. Los demás los escucharon en silencio. Por las caras de algunos, me daba cuenta que el problema que se me planteaba también los interpretaba a ellos.

- A ver, les dije yo. Les pido que examinemos juntos este problema. El punto consiste en aclarar si desde la ontología del lenguaje se afirma que Dios existe o que Dios no existe, ¿verdad?

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