Recapitulando, entendemos entonces por el «claro» un particular lugar desde el cual construyo el sentido que me confiero a mí mismo, el sentido que le confiero al mundo y, en último término, el sentido que le confiero a la vida. Tal como nos señala el Talmud , «no vemos las cosas tal como son, sino tal como somos» 37. En entender esto, reside uno de los mayores aciertos de Heidegger. Cuando este insiste en la importancia de replantearse la pregunta por el ser, según él olvidada de por siglos, lo que hace no es simplemente reponer la pregunta. Lo más importante es el hecho que la modifica. La pregunta por el ser, para Heidegger, no es preguntarse directamente, como lo hicieran los griegos «¿Qué es el ser?», «¿Cuáles son sus atributos?».
La pregunta que Heidegger hace es distinta. Él sabe que las anteriores presuponen una determinada concepción del ser humano, concepción quizás ingenua que habilita hacerse esas preguntas. De allí que él cambie la pregunta. La pregunta por el ser que Heidegger se plantea es «¿Cómo es aquel ser que se pregunta por el ser?». Ese «ser que se pregunta por el ser» no es otro que el ser humano, lo que Heidegger define como el Dasein . Heidegger entiende que su pregunta antecede aquellas que se hacían los griegos. En Heidegger está presente el espíritu de la modernidad, obviamente ajeno en la filosofía clásica.
Esa es nuestra propia opción. Nos inclinamos por concebir que el punto originario en la bifurcación de los paradigmas remite a nuestra concepción del ser humano. Nuestra concepción del mundo es tributaria de nuestra concepción de nosotros mismos. El mundo que postulamos habla de cómo nos concebimos a nosotros y de las capacidades a incapacidades que nos atribuimos para entender el mundo. Para bien o para mal, estamos encerrados en nosotros mismos. Concebir un mundo al que podemos acceder sin interferencia de nosotros mismos implica, de por sí, una determinada comprensión del fenómeno humano. Implica que le asignamos al ser humano la capacidad para acceder de esa manera al mundo.
Esta postura es la que nos permite, con Heidegger, sostener que la pregunta ontológica por excelencia es la pregunta por el ser humano. No existe, para nosotros, otra pregunta que revista la importancia que le conferimos a esta. Todo el resto de las respuestas que demos, independientemente de sus respectivos dominios, remiten en último término a la concepción que, de manera explícita o implícita, tengamos sobre nosotros mismos. Nuestra concepción sobre el fenómeno humano está obligadamente presente en el resto de las respuestas que entreguemos.
El «claro» como forma de vida
De lo anterior puede deducirse que el «claro» apunta a la concepción que tenemos de nosotros mismos. Al entenderlo así, le conferiríamos a la noción del «claro» una fuerte carga cognitiva. Tenemos que tener mucho cuidado con esta interpretación pues, de concebirse lo que hemos dicho en esos términos, estaríamos sesgando de partida nuestra comprensión del fenómeno humano al conferirle a lo cognitivo (al pensamiento) un rol determinante en dicha comprensión.
Nuevamente, Heidegger nos advierte de este peligro y nos muestra una vía diferente que nos aleja del camino cognitivo afirmado con tanta fuerza, primero por los griegos y luego, en el inicio de la modernidad, por Descartes. Heidegger nos muestra que el pensamiento, la conciencia, la razón, la teoría, y todos los demás términos que privilegia una concepción cognoscitiva del ser humano, prescinde del hecho de que todo resulta de una condición primaria que consiste en hallarse en el mundo, de haber accedido a la vida. Lo que define al Dasein, la manera propia de ser de los seres humanos, es el estar-en-elmundo. Este es un hecho con el que nos encontramos.
Hemos sido, en el decir de Heidegger, «arrojados» al mundo y a la vida, sin haberlo escogido. Nos encontramos «en» el mundo, sin haberlo pensado. Y es porque estamos ya en el mundo, de la manera que es propia a los seres humanos, que emerge en nosotros el pensamiento. Lo primero es la condición de hallarnos estando-en-el-mundo, de encontrarnos viviendo-la-vida. Desde allí comenzaremos a pensarla, desde allí tomamos conciencia progresivamente. Desde allí conferimos sentido. Este es el dato primario de la existencia humana. La conciencia, el pensamiento, son un resultado de encontrarnos estando-en-el-mundo. Y es en el encuentro y, muy particularmente, en los desencuentros que desarrollamos en nuestro mundo, que comenzamos a pensar. El pensar deriva de la vida.
El «claro», por lo tanto, aunque podamos por supuesto conceptualizarlo, apunta en definitiva a modalidades de estaren-el-mundo, a modalidades de vivir la vida. El pensamiento, nuestras conceptualizaciones, remiten en último término a modalidades de estar-en-el-mundo. Nuestras conceptualizaciones tienen siempre a la vida como su materia prima y ella es siempre su obligado antecedente. Es muy importante, por lo tanto, «desintelectualizar» la noción del «claro».
Aunque lleguemos a ella a través de un proceso intelectual, y aunque nos invite a generar una articulación conceptual de nuestros presupuesto de observación, el «claro» en rigor apunta a una determinada manera de vivir la vida y de conferirle sentido. Pero cuando hablamos del sentido de la vida no estamos hablando de teorías de la vida. Aunque hay veces que nuestras teorías, nuestras conceptualizaciones, nos ayudan a generar sentido de vida, ellas remiten a dimensiones mucho más profundas que en rigor nos conducen a un dominio muy diferente del cognitivo. Entramos en el dominio de la ética.
El «claro», por lo tanto, no sólo apunta a un modo particular de conocimiento. Sobre todo define una modalidad de estar en el mundo, una modalidad particular de relación con los demás y con nosotros mismos. El «claro» especifica una forma de vida, y más importante que sus dimensiones cognitivas, es la actitud que manifestamos en el vivir y el espacio emocional desde el cual encaramos todo lo que la vida nos depara.
Eso es lo que fundamentalmente buscan las actividades que realizo: lo que escribo, lo que enseño y, en general, la forma como busco comportarme. Lo que ello busca expresar y compartir no es tan sólo un conjunto de conocimientos, sino una determinada manera de vivir la vida. Lo que persigo es mostrar la posibilidad de vivir la vida de una mejor manera. Se trata de una manera de «pararnos» en la vida de forma diferente.
Nunca nos será posible erradicar el sufrimiento de la vida. Vivir nos obliga a sufrir. El sufrimiento es parte de la condición humana. Cuando alguien a quien queremos se nos va, sufrimos. Con todo, estoy convencido de que caemos en muchas experiencias de sufrimiento que no son necesarias, que de disponer de ciertas competencias, podríamos erradicarlas. De la misma manera, no sólo cada uno suele sufrir de más, sino que también le imponemos a quienes tenemos a nuestro alrededor sufrimientos que bien podríamos evitarles. Y este no es sólo un problema doméstico. Es también un fenómeno que se registra no sólo a nivel de las relaciones entre individuos, sino entre Estados y pueblos.
Es importante decirlo. Los seres humanos requerimos aprender a vivir. Somos altamente incompetentes en la manera como conducimos nuestras vidas y en la forma como impactamos las vidas de los demás. Y como sucede con los alcohólicos, es necesario reconocer nuestras incompetencias y declarar nuestra ignorancia. Requerimos ayuda. Estando parados donde estamos, nos estamos haciendo mucho daño, estamos destruyendo relaciones que fueron importantes para nosotros y hemos llegado al punto de comprometer la supervivencia de nuestro mundo natural. Nuestra especie y el conjunto del planeta están en riesgo.
Es sólo una vez que hemos situado la noción del «claro» en el dominio de la vida, es sólo cuando reconocemos que lo central en él está dado por el eje de la ética asociado al saber vivir, que podemos reconocerlo también en el dominio cognitivo. Cuando entramos en él, podemos visualizar que este involucra al menos dos dimensiones. En primer lugar, nos ofrece un camino de aprendizaje. El dominio cognitivo tiene el gran mérito de reconstruir las modalidades de vida propias de un «buen vivir» en distinciones, en temáticas y competencias que nos ayudan a transitar hacia ese espacio que es el «claro» en el que mostramos nuestra capacidad de un vivir diferente y mejor. El dominio cognitivo, por lo tanto, opera como puente entre modalidad de vida deficiente y otra que se nos presenta como de mayor plenitud y sentido.
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