Algunas personas consideran que la nanotecnología transformará completamente el mundo. Para estas personas, la nanotecnología es una nueva tecnología aún en sus inicios, pero cuya proliferación en los próximos cincuenta años es absolutamente imparable. Siguiendo el planteamiento de Drexler, una vez que dominemos esta tecnología, seríamos capaces de construir minúsculas máquinas que podrán ensamblar cualquier cosa, átomo por el átomo, partiendo de diferentes materias primas. Para estas personas, los efectos de la nanotecnología serán revolucionarios. Si las nano-máquinas pueden construir cosas, entonces también podrían repararlas. Estas minúsculas máquinas podrían reparar el interior de nuestros cuerpos, célula por célula. La amenaza de la enfermedad se eliminaría y el proceso del envejecimiento llegaría a convertirse en un recuerdo histórico. En ese mundo, la energía sería limpia y abundante y el ambiente habría sido reparado a un estado inmaculado. Los viajes espaciales serían baratos y asequibles y la muerte abolida. Estas son algunas de las fantasías más optimistas y atrevidas de la nanotecnología.
Otras personas vaticinan un futuro alternativo, transformado por la nanotecnología, pero con consecuencias devastado-ras. Para ellas, la nanotecnología hará posibles nuevas clases de vida. Predicen que aprenderemos a construir esos nano-robots, pero que no tendremos la suficiente sabiduría para controlar-los. El problema radica en que quizás esos organismos inteligentes, creados por el hombre, quieran dejar de ser sus siervos. Estas minúsculas máquinas podrían reproducirse, alimentarse y adaptarse a su entorno, de la misma manera que lo hacen los organismos vivos. Pero a diferencia de los organismos natura-les, habrían sido cuidadosamente diseñados con resistentes ma-teriales sintéticos, en vez de ser fruto de la oculta lotería de la evolución. Si son liberados al mundo por un acto malévolo, o logran escapar del control de los científicos, esos poderosos nano-robots autorreplicantes escaparían ciertamente de nuestra custodia, con los potenciales peligros que ello conllevaría. Podrían asumir el control del mundo, consumiendo sus recursos. El ser humano quedaría entonces convertido en una débil especie frente a la supremacía de estas poderosas nanomáquinas. En este panorama, aún cuando no fuese nuestro propósito, habríamos usado la ciencia para destruir a la humanidad.
El propio Drexler habla en su libro de la plaga gris para re-ferirse a esos nano-robots auto-replicantes que se escapan de nuestro control. También alerta de la posibilidad de que esta plaga gris se convierta en una alerta roja. El gran novelista Michael Crichton trasladó esta plaga gris a su novela Presa. El término gris se aplica porque esos minúsculos robots podrían estar hechos de una forma de carbón semejante al diamante.
Ambas visiones descansan en la posibilidad de fabricar nano-robots autorreplicantes. La biología parece decirnos que sí es posible. Al menos, ella lo ha conseguido, pero tras muchos años de evolución. Una bacteria es realmente un nano-robot autorreplicante. En todo caso, entre esas dos visiones extremas de la nanotecnología hay visiones intermedias, avaladas por escenarios reales y no futuristas, que son las que examinaremos con más detalle a lo largo de este libro.
Las ideas de Drexler han sido rechazadas en gran medida por la comunidad científica, aunque han creado cierta confusión y han despertado temores en la sociedad. Esta preocupación se acrecentó a raíz del artículo publicado en la revista Wired por Bill-Joy, cofundador de Sun-Microsystems. En ¿Por qué el futuro no nos necesita? el Sr. Joy alerta de un futuro en el que los avances en robótica, ingeniería genética y nanotecnología acabarían por relegar a la especie humana a un segundo plano. Incluso llega a pedir que se detenga la investigación en nanotecnología, antes de que por accidente se cree la sustancia gris.
Cuando una especie superior evolutiva invade el lugar ecológico de la inferior, ésta última se condena a la extinción. Así nos los ha mostrado la historia. En la hipótesis darwiniana, los dinosaurianos se extinguieron para dar paso a mamíferos que piensan. Los neandertales pasaron el testigo al Homo sapiens. Aún así, parece poco probable que unos poderosos nano-robots nos superen. Al menos durante un período considerable de tiempo, podremos seguir siendo «la especie elegida», como dirían algunos paleontólogos. Afortunadamente, como hemos mencionado, las ideas de Drexler han sido rechazadas en su mayor parte por la comunidad científica sobre una base sólida.
Uno de los críticos más eminentes al respecto fue Richard E. Smalley, quien obtuvo el Premio Nobel en 1985 por codescubrir una nueva forma del carbono, el fullereno. Smalley hizo notar dos problemas fundamentales con la noción de ensamblador. El primero es un problema de tamaño (problema de los «dedos gruesos»): los dedos del ensamblador están compuestos de átomos, lo cual implica que su tamaño es irreducible. Y no hay sitio bastante en esa región de tamaño nanométrico para acomodar todos los dedos necesarios para controlar la química local. El segundo problema es el de los «dedos pegajosos»: los átomos de los dedos manipuladores del nano-robot se pegarían a los átomos que están siendo manipulados, mediante enlaces químicos. Por ello, muchas veces sería imposible soltar este minúsculo bloque básico en el lugar correcto. «Ambos problemas son fundamentales y ninguno evitable. No hay posibilidad en nuestro mundo para los nano-robots autorreplicantes», puntualizaba Smalley.
Cierto es que, como dijo Richard Feynman, «Hay mucho sitio al fondo», pero no tanto. Como toda nueva tecnología, la nanotecnología proporcionará nuevas oportunidades y nuevos riesgos. Pero ni las oportunidades parecen ser tan revolucionaras, ni los riesgos tan devastadores, como lo sugerido por la visión drexleriana. Aún así, cabe reconocer a Drexler el mérito de haber desviado las miradas de la comunidad científica hacia esta fascinante rama de la ciencia de lo pequeño. Su libro Máquinas de creación del año 1986 sirvió para, en cierto modo, rescatar del olvido la charla de Richard Feynman y para concienciar a los investigadores del potencial de una tecnología operando en las minúsculas escalas de la materia.
MIRANDO HACIA EL NANOMUNDO: CRUZANDO LA BARRERA DE LO INVISIBLE
De todos los sentidos, el de la vista es el que más informa a nuestra mente. Somos primates diurnos, provistos de un gran córtex visual; nos valemos continuamente de los colores que la luz solar ilumina para examinar el mundo. No es por ello de extrañar que los instrumentos científicos den primacía a la visión, si bien llevándola muy lejos, hasta nuevos dominios de color, de intensidad... e incluso ¡de escala!
La invención del telescopio nos permitió dirigir nuestras miradas más allá de la Tierra y contemplar las maravillas del Universo. Como hemos venido advirtiendo, también hay un mundo realmente maravilloso en las entrañas de la materia. A ese Universo en miniatura tenemos acceso gracias a nuevos tipos de microscopios y dispositivos, que van más allá de la micra (la millonésima parte del metro).
Tanto los microscopios como los telescopios amplían nuestros dominios de visión. Gracias a ellos podemos interactuar con seres u objetos más allá de nuestros sentidos. El microscopio óptico convencional, desarrollado en el siglo XVII, nos abrió las puertas a un nuevo mundo: un mundo de diminutos animales y plantas de extraños diseños. En esa escala de tamaños pudimos contemplar los microbios. Algunos resultaron ser beneficiosos para la humanidad, como las levaduras que convierten la uva en vino –proceso conocido como fermentación– y las bacterias que convierten la leche en yogur. Logramos así domesticar estos minúsculos seres para que trabajasen en nuestro beneficio. Otros microbios resultaron perjudiciales, como los agentes patógenos causante de la viruela. Pero la mayoría de ellos viven en su propio mundo, sin interactuar con el hombre. Este universo que nos desveló el microscopio óptico convencional se denominó micromundo. Es el mundo definido por las dimensiones en torno a la micra, el tamaño más pequeño de objetos que puede discernir el microscopio óptico convencional. A pesar de esta limitación, nos logró trasladar a un mundo mil veces más pequeño que el milímetro, unidad ésta última que marca la frontera de lo que podemos percibir a simple vista.
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