Este trabajo de profundización intelectual estuvo acompañado de la iniciativa de militancia política en sentido amplio. Muchos de nuestros números monográficos estuvieron dedicados a la denuncia de numerosísimos casos de violencia sexual que tenían lugar en los escenarios bélicos del mundo, situaciones que nos llevaron a formular una petición a la ONU, la Organización de las Naciones Unidas: establecer para la violencia sexual las mismas sanciones y los mismos procesos terapéuticos de recuperación contemplados para la tortura. Pero también, más en concreto, encontramos la financiación para regalar a una monja congoleña que se ocupaba de curar a las mujeres violadas abandonadas en el bosque un jeep equipado con ambulancia móvil para recogerlas y tratarlas.
En nuestra reflexión sobre las mujeres y su emancipación era central el tema de la maternidad, prerrogativa femenina defendida con fuerza por la Iglesia y a menudo ignorada en el debate feminista. Maternidad concreta –como la que tantísimas mujeres en diferentes partes del mundo se ven obligadas a vivir cada vez más en soledad– y maternidad simbólica, como la de las religiosas.
Desde este punto de vista se reveló como especialmente interesante el número de diciembre de 2017, en que publicamos una serie de instantáneas, obtenidas en diferentes partes del mundo, en las que una mujer, con su sola presencia, impedía que se desencadenara la violencia militar sobre la población o el enfrentamiento entre dos grupos masculinos rivales. Lo interpretamos como señal de la fuerza del cuerpo femenino, que nace de su capacidad para dar vida. Tema sobre el que reflexionaron periodistas y filósofas feministas en este mismo número de la revista.
Al mismo tiempo que nacía la revista en 2015 comenzamos la práctica de un retiro anual, en un monasterio, en el que nos reuníamos durante unos días. Las creyentes, para orar; todas, para reflexionar y para debatir los temas que íbamos a tratar en nuestro mensual. Esta experiencia dio cohesión a la redacción y permitió la preparación de temas de gran alcance y a largo plazo. Así, de nuestra exigencia de retiro nació el rico y fructífero contacto con algunas hermanas de la comunidad monástica de Bose, que compartieron con nosotras los debates, conduciéndonos a nuevos temas y nuevos interrogantes, y surgió así una rica red de contactos intelectuales que amplió y enriqueció nuestro grupo de colaboradoras. En particular debemos a Enzo Bianchi su amable y exquisita hospitalidad y su contribución particular: algunos de los artículos que publicamos, e incluso una receta para la comida de Navidad, llevan su firma.
Los días que pasamos en Bose, entre paseos por la campiña piamontesa y admirables liturgias, debates animados y cargados de inteligencia e ironía, fueron, sin duda, los momentos más hermosos y fecundos de ideas y estímulos en nuestra experiencia de trabajo conjunto. Compartimos con las hermanas y hermanos de Bose nuestra pasión intelectual, la voluntad de dialogar entre creyentes y laicos o pertenecientes a otras confesiones cristianas y a otras religiones; en el fondo, la magia de esos momentos en que surgían ideas de un grupo compuesto por personas vivaces y que deseaban colaborar. Momentos en los que sentimos que el crecimiento espiritual nace del diálogo, del trabajo conjunto, de la amistad y de los objetivos compartidos.
Si nuestro mensual ha podido reflejar, aunque haya sido solo parcialmente, estos momentos felices, este entusiasmo y esta apertura, ha obtenido ya un magnífico resultado.
La riqueza de nuestro trabajo radicaba también en la originalidad del punto de vista desde el que estudiábamos la relación entre la Iglesia y las mujeres, entre la tradición católica y la del feminismo: éramos ajenas a ambas, aunque todas nos sentíamos feministas y gran parte de nosotras éramos católicas, pero al mismo tiempo nos veíamos moderadas por las exigencias críticas de nuestras amigas «externas». De hecho, esta posición inusual nos permitió afrontar los problemas de una forma diferente, más abierta, dispuesta a recibir objeciones o desmentidos al escuchar a ambas partes, y, como consecuencia, a construir caminos de reflexión libres de ideologías y de dogmas.
Vivimos en un extraordinario nicho de libertad dentro de una institución como es la católica, a la que, ciertamente, no se valora por su libertad de pensamiento, especialmente femenino. Pero, como ya he mencionado, se trató de una libertad que lo más probable es que se nos consintiera precisamente por la poca importancia que durante mucho tiempo se había atribuido al contenido de nuestros escritos.
Es cierto que, ya desde el inicio, los más altos representantes del gobierno central de la Iglesia comprendieron el valor político de que hubiera en el Vaticano un periódico femenino, que podía alejar las sospechas de misoginia que se le atribuían habitualmente a la institución. Lo demuestra el hecho de que, en mayo de 2015, Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede, presentó nuestro mensual en una conferencia de prensa y celebró después la misa en un seminario internacional sobre la condición de la mujer en la Iglesia que organizamos en el Vaticano, en la basílica romana de Santa Maria sopra Minerva, donde se encuentra la tumba de santa Catalina de Siena, proclamada doctora de la Iglesia por Pablo VI. Y que unos años después, en una de las numerosas fases en que voces contrarias a nosotras procedentes de la curia se hicieron más insistentes, el papa Francisco en persona hizo saber públicamente que valoraba nuestro trabajo.
Nuestra posición no solo mantenía el equilibrio entre sentir católico y laicismo, sino también entre la visión de las mujeres arraigada en la institución y las reflexiones y propuestas que nos venían desde abajo, sobre todo desde nuestras lectoras más numerosas, las religiosas.
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