El abanico de los temas sobre los que tratábamos era amplio, y siempre pasaba de la actualidad a la exégesis bíblica, de la teología a la reflexión sobre los cambios que han tenido lugar en la identidad femenina. Así, nuestro grupo no era solo un equipo de redacción que recogía artículos y se ocupaba del periódico, sino un auténtico laboratorio de trabajo intelectual que preparaba, y debatía, los temas en los que se iba a ahondar. Debates sobre libros en común, invitaciones a hablar sobre temas en los que queríamos profundizar, dieron a nuestro trabajo una profundidad y una capacidad de ampliación de los temas que fueron más allá de la simple recopilación de textos para su publicación.
Pronto descubrimos que el espacio en el que podíamos movernos –es decir, el que iba desde los pocos y ya obsoletos documentos pontificios sobre las mujeres hasta las demandas de mayor alcance de los movimientos feministas, desde el derecho al aborto hasta la afirmación de género– era enorme y estaba casi desierto. Nuestras reuniones fueron siempre animadas y creativas, las diferencias de opinión servían para presentar los problemas de forma más equilibrada, para avanzar respecto a lo que se había dicho hasta ese momento. A veces, en la felicidad del camino recorrido juntas, de las ideas que pretendíamos completar, me vi envuelta en esa alegría profunda que se experimenta cuando se siente que hay algo maravilloso precisamente ahí, en ese momento y con esas personas.
Es verdad que ya había en la Iglesia un importante filón intelectual feminista, que se ocupaba sobre todo de releer, desde el punto de vista de las mujeres, los textos sagrados y de repensar la teología de un modo nuevo. Y, sin embargo, aunque desempeñaban un importantísimo papel, estas mujeres nunca se habían dirigido en sentido contrario, es decir, no habían pensado en plantear de nuevo el debate de los dogmas feministas. Las propuestas feministas, o se aceptaban por completo o se rechazaban en bloque, remitiéndose a los documentos papales. En resumen, faltaba una reflexión creativa original que partiese de las mujeres y que hiciese, desde el punto de vista católico, un instrumento realmente creativo para examinar con mirada crítica ideologías que se estaban endureciendo. Basta con unos ejemplos para explicar lo que acabo de decir.
Como sabemos, el problema del género –al que la Iglesia contrapone los textos sagrados, ya desde el «hombre y mujer los creó» del Génesis– ha dado origen a un debate puramente teórico, que ha ignorado la existencia de planes concretos, como el médico. Precisamente cuando se han propuesto nuevas leyes para eliminar de los registros la definición de madre y padre, a las que se opusieron en Francia multitudinarias manifestaciones en defensa de la familia tradicional, los médicos descubrieron que las mujeres y los hombres se comportaban de forma diferente ante la enfermedad y reaccionaban de forma distinta a los medicamentos, y llegaron a denunciar los riesgos que se corrían haciendo pruebas de medicamentos solo a hombres, porque las mujeres son más complejas, tienen un ciclo hormonal, pueden quedarse embarazadas. Pero este nivel de investigación, curiosamente, no incorporó la idea de la identidad sexual: nosotras sí lo hicimos en nuestro mensual, proponiéndolo a la reflexión común.
Nos preguntamos luego, en un largo diálogo con la filósofa Camille Froidevaux-Metterie, si se podría debatir sobre la diferencia femenina sin caer en el existencialismo. Así nos dimos cuenta de que el cambio antropológico que estábamos viviendo amplía ahora a todos los seres humanos lo que hasta entonces había sido una experiencia de las mujeres, es decir, el ser al mismo tiempo personas de derecho, libres e iguales e individuos encarnados y sexuados. De hecho, el proyecto de la filósofa fue introducir de nuevo la corporeidad femenina en la reflexión feminista.
Había miles de señales que indicaban que el cuerpo de las mujeres estaba en el centro del enfrentamiento entre religiones, y en particular en el del cristianismo y el islam, presentándose como una cuestión clara y zanjada en la que se contraponía, por un lado, el oscurantismo de los velos y los burkas, y, por otro, la libertad. La cuestión de las mujeres, por tanto, está hoy en el centro de las relaciones entre las distintas confesiones religiosas, pero este análisis rápido y superficial no nos convencía, y por ello decidimos dar comienzo a un recorrido de estudio, para tratar de huir de estas formas de fácil simplificación. El hecho de que, sobre todo en Francia, hubiera un pequeño número de mujeres –jóvenes, emancipadas– que se convertían al islam, no para casarse con un musulmán, sino por decisión propia, nos llamó mucho la atención. Era preciso examinar de nuevo la situación, profundizar más. Lo hicimos partiendo de un libro un tanto olvidado, L’harem et les cousins, de Germaine Tillion, que sirvió para desmentir una de las convicciones más arraigadas de nuestro tiempo, la de que las religiones están en el origen de la opresión de las mujeres y que, en particular, la religión islámica las humilla y limita su libertad.
Hasta hace unos decenios, cuando la presencia musulmana en Europa no era tan visible, y sobre todo no parecía plantear ningún problema concreto, era la Iglesia católica la bestia negra del feminismo, por su cerrazón ante los anticonceptivos y el aborto y por el rechazo al sacerdocio femenino. Hoy su puesto lo ocupa el islam.
Tillion informa sobre el problema en el contexto antropológico más extenso del área mediterránea, y hace reflexionar sobre una norma contemplada en el Corán que no se ha aplicado nunca: el derecho de las hijas a heredar, aunque fuera una pequeña parte. La comunidad musulmana casi nunca ha respetado este derecho. Según la comunidad musulmana, el origen de la opresión de las mujeres no está en la religión, sino en la estructura social relativamente homogénea en la costa meridional y septentrional del Mediterráneo, opresión que ha sobrevivido a las revoluciones religiosas cristiana e islámica. El largo período en que la autora establece su discurso implica también a Europa, y subraya que, en realidad, las grandes religiones han fracasado en su plan para revalorizar a las mujeres.
Si nos dirigimos a los numerosos libros publicados estos últimos años sobre la tradición coránica y las mujeres, los resultados son poco satisfactorios. De hecho, ante una sentencia clara e incondicional que indicaba como única posibilidad de emancipación la secularización de estilo occidental, se oponían una serie de declaraciones poco documentadas sobre el Corán como texto propicio para las mujeres.
De modo que nos pusimos en contacto con una especialista de la tradición islámica, Samuela Pagani, y a través de ella descubrimos estudios que desvelaban la presencia femenina tanto en las numerosas figuras de santas veneradas en los países musulmanes como en la tradición mística iniciada por Rab’ia, una mujer. Como explica la especialista, en el islam, la santidad nace de un reconocimiento desde abajo, a menudo vinculado a la tradición sufí, que confiere autoridad incluso a las personas más humildes y, por tanto, también a las mujeres.
No es sorprendente –escribe Pagani en Donne Chiesa Mondo– que las fuentes sufíes continúen ofreciendo recursos a estudiosas y pensadoras musulmanas comprometidas con volver a conectar el discurso moderno sobre los derechos y la dignidad de las mujeres con el patrimonio clásico. Esto sigue siendo actual no solo porque da voz a un ideal de igualitarismo, sino por su capacidad para escenificar el conflicto permanente de este ideal con las profundas fuerzas sociales y psicológicas que dificultan su realización 4.
Dimos comienzo así a un recorrido de conocimiento del islam diferente del que transmitían habitualmente los medios de comunicación, mucho más rico e interesante, que nos ayudó a comprender los motivos de las jóvenes que se convertían. No de las que adoptaron las razones de musulmanes radicalizados, sino de aquellas que entraron a formar parte de la comunidad moderada pero intensamente religiosa de los países de inmigración. Un camino de reflexión iniciado con tres números monográficos dedicados al tema, pero que prosiguió luego con la inserción de un artículo «islámico» dentro de cada número monográfico, que llevaba a resultados innovadores e interesantes, y que fue interrumpido bruscamente por la dimisión a la que nos vimos obligadas dada la nueva situación editorial.
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