Los rasgos formales del postmodernismo (“la transformación de la realidad en imágenes y la fragmentación del tiempo en una serie de presentes perpetuos”) se corresponden, pues, con la emergencia de un nuevo momento del capitalismo tardío. A diferencia del modernismo que se enfrentaba a su marco social de modo crítico, Jameson ve en el postmodernismo una fuerza que replica y refuerza la lógica del capitalismo consumista. ¿Hasta qué punto es posible la emergencia de formas que se resistan a esa lógica? Esta es la pregunta con la que concluye su ensayo inicial sobre el postmodernismo.
En las dos versiones de su ya clásico ensayo “Postmodernism, or the Cultural Logic of Late Capitalism” (1984 y 1991), retoma esta pregunta y aunque no llega a ofrecer una respuesta satisfactoria, esboza al menos un breve programa de lo que podríamos denominar una estética de oposición al capitalismo multinacional. 7Pero las dos innovaciones más importantes de este nuevo ensayo consisten en una profundización del análisis socioeconómico de la postmodernidad y en una suavización de los tintes negativos con que en un principio aparecía representado el postmodernismo cultural.
Siguiendo estrechamente el análisis que Ernest Mandel lleva a cabo de la actual condición socioeconómica, Jameson considera que se ha producido un cambio en la organización económica mundial. Pero este cambio no apunta hacia una superación del capitalismo, como sugieren analistas conservadores, sino a una intensificación de sus formas y energías. Jameson retoma la periodización del capitalismo llevada a cabo por Mandel. Este distingue tres etapas en su evolución: capitalismo de mercado, capitalismo de monopolio o imperialismo y capitalismo multinacional. De acuerdo con Jameson, el capitalismo multinacional, también conocido como capitalismo tardío o capitalismo de consumo, es la forma más pura del capital que ha surgido hasta el momento. La trascendencia del análisis de esta nueva organización económica en relación con el mundo de la cultura es de suma importancia, ya que, si las formas culturales en el pasado cumplían la función de ocultar o distorsionar las relaciones económicas, la producción de tales formas se ha convertido, bajo el capitalismo tardío, en el centro de la actividad económica. Jameson habla de una prodigiosa expansión del mundo de la cultura en el ámbito social hasta el punto de que todo en nuestras vidas se ha convertido en “cultural” (1991: 48). Esta situación le obliga a replantear su condena inicial del postmodernismo y a aceptar su existencia como un hecho inevitable al que debemos aproximarnos sin celebraciones ni rechazos. La labor del intelectual revolucionario no debe orientarse hacia la ruptura con las formas culturales del postmodernismo, tarea en cualquier caso imposible, sino en buscar un modelo cultural que permita abrir, dentro del postmodernismo, nuevos espacios de participación. Jameson hace un llamado, de tonos un tanto apocalípticos, a la creación de una cultura política pedagógica que permita la creación de un nuevo espacio para la articulación de lo privado y lo público, un mapa cognitivo donde el individuo pueda comprender su lugar dentro de la organización social. Este nuevo arte político deberá ajustarse a la verdad del postmodernismo (el mundo del capitalismo multinacional) al mismo tiempo que lo combate sistemáticamente. Si bien en este ensayo no termina con una pregunta, lo hace con una propuesta que abre nuevos interrogantes. Jameson parece mostrarse un tanto escéptico ante la posibilidad real de su programa utópico (“if there is any”, dice lacónicamente).
En entrevistas y ensayos recientes su actitud parece ser más positiva. Así, por ejemplo, sugiere el uso de técnicas “homeopáticas” o de apropiación para combatir el postmodernismo con las formas del postmodernismo mismo: “To undo postmodernism homeopathically by the methods of postmodernism: to work at dissolving the pastiche by using all the instruments of pastiche itself, to reconquer some genuine historical sense by using the instruments of what I have called substitutes for history” (Kellner 1989: 59).
EL DEBATE SOBRE EL POSTMODERNISMO EN LATINOAMÉRICA
Los cuatro conceptos del postmodernismo discutidos hasta el momento se relacionan estrechamente con el postmodernismo angloamericano. Si aluden a obras y autores latinoamericanos, lo hacen ocasionalmente y abstrayéndolos de sus contextos socioculturales de producción. En el caso de Hassan y McHale, se limitan a incluir algunos de los más conocidos autores de la nueva narrativa hispanoamericana (Borges, García Márquez, Fuentes y Cortázar) dentro de sus taxonomías sin una contextualización clara. Su adscripción al postmodernismo se considera automática por el uso de determinadas estrategias formales. Incluso Hutcheon, que subraya la necesidad de emplazar las prácticas postmodernistas dentro de un marco referencial más amplio, no consigue explicar las condiciones específicas en que dicho marco se manifiesta en circunstancias diversas.
Fredric Jameson: la novela del tercer mundo como alegoría nacional
Si el postmodernismo latinoamericano está presente, aunque de forma poco satisfactoria, en las obras de los tres críticos mencionados, Jameson ni siquiera contempla dicha posibilidad. Su concepto del postmodernismo como la “lógica cultural del capitalismo tardío” le obliga a limitar su perspectiva a sus manifestaciones más agresivas. Su estudio se centra, por tanto, en los Estados Unidos, país en el que se origina dicha lógica cultural. El resto del mundo vive en un estadio cultural que, según él, difiere radicalmente del norteamericano.
En su ensayo “Third-World Literature in the Era of Multinational Capitalism” (1986), Jameson acomete un estudio de esa situación particular. Lo que a primera vista podría parecer un encomiable intento de apreciar las voces ajenas a la dinámica específica de la nueva metrópoli cultural, acaba dando lugar a generalizaciones aún más conflictivas. El uso del término “tercer mundo” es de por sí problemático (como el propio Jameson reconoce); pero todavía más problemática es su tajante afirmación de que todas las novelas de Asia, África y Latinoamérica (los espacios geográficos que incorpora bajo el término “tercer mundo”) responden a un mismo esquema alegórico. Según Jameson, “all third-world texts are necessarily… allegorical, in a very specific way: they are to be read as what I will call national allegories, even when, perhaps I should say, particularly when their forms develop out of predominantly western machineries of representation, such as the novels”(1986: 69). Los textos del tercer mundo, Jameson sigue diciendo, “necessarily project a political dimension in the form of a national allegory: the story of the private individual destiny is always an allegory of the embattled situation of the public third-world culture y society” (1986: 69).
Jameson, por supuesto, busca una alternativa a la situación apocalíptica que contempla en el panorama cultural estadounidense. La producción de una cultura claramente de oposición en los países del tercer mundo se convierte así en una alternativa utópica al quietismo político y al simulacro referencial del postmodernismo característicos del primer mundo, y más concretamente de los Estados Unidos. 8
Julio Ortega: hacia un postmodernismo internacional
El estudio de la postmodernidad latinoamericana es ciertamente un campo sumamente controvertido. En algunos casos, los críticos latinoamericanos rechazan el término “postmodernismo” y el concepto asociado al mismo a causa de la confusión que genera en relación con los movimientos modernistas abanderados por Rubén Darío en el ámbito hispanoamericano y Mario de Andrade en la literatura luso-brasileña. La adopción de este término es así vista como una extrapolación de un fenómeno que es visto como ajeno a la realidad histórica y cultural de Iberoamérica (Paz 1987: 26-27; Osorio 1989: 146-48), cuando no como un nuevo caso de imperialismo cultural (Rozitchner 1988: 165-66).
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