Pero, junto a una crítica tan dura de una enseñanza doctrinaria, intransigente y poco científica, Ángel no dudaba en reconocer algunos valores en la formación jesuítica que recibió: «… también me inculcaron cosas de interés: el cristianismo, el orden y la disciplina, lo que estimo muy valioso. Yo soy de los que creo que no puede haber una vida fecunda si no hay orden». 12El valorar la disciplina y una cierta armonía vital es algo en lo que coinciden los hermanos. Quizá por haber vivido en una casa enorme en el centro de Valencia, Ángel y José se muestran contrarios al caos y a la desorganización. Vivían en un piso amplio de largos pasillos donde los más pequeños corrían en bicicleta y el padre los sobornaba con dinero para que se mantuviesen callados y no armaran jaleo y, en ocasiones, llevado por la desesperación, les «compraba» las bicicletas como medida coercitiva. 13Para José fue un choque tremendo pasar de tener una vida austera de orden, rigor y puntualidad en casa de sus abuelos maternos –de rosarios y oraciones a horas y fechas fijas– a llegar a Valencia, con quince años, y encontrar una casa donde parecía reinar la anarquía. Sus hermanos menores eran libres de jugar al escondite bajo las camas o de brincar sobre estas sin preocupación por el desorden, y esto lo escandalizaba. 14«Su casa es una olla de grillos. ¡Tantos hermanos! Y todos hacen lo que les da la gana. No se entienden», decía Asunción, la novia de Vicente Dalmases [Ángel Gaos] en Campo abierto . 15
José Gaos era tan serio, sobrio y ordenado, que Max Aub decía que había nacido disciplinado en «una casa donde cada quien hacía lo que le parecía mejor». Lo describía como «calanderista y almanaquero, amigo de cuadros sinópticos que cumplía a rajatabla, ajustando con anticipación el tiempo de sus menesteres». 16Con su amigo Max Aub quedaba siempre a la misma hora –de cinco a ocho, con la máxima exactitud– para ir a pasear por la calle de las Barcas, la Glorieta, cruzar el río y llegar a la huerta, que entonces estaba muy a mano. Max Aub recordaba con placer «las acequias, los ribazos, los setos vivos de flores, los naranjales, caballones, bancales, el olor de la tierra regada» que recorrían en esas caminatas. 17Un carácter como el suyo, en un país «donde solo empezaban a la hora en punto las corridas de toros y los sorteos de lotería», 18resultaba exótico; parecía más propio de un germánico que de un español. En uno de los aforismos filosóficos que escribió durante su exilio mexicano están contenidas las principales trazas de su personalidad: «En el asistematismo y sobre todo en el ametodismo, hay pereza». 19
En ese tiempo, los colegios religiosos no podían dar el título de bachiller y los alumnos tenían que examinarse obligatoriamente en un instituto público antes de pasar a la Universidad. Los catedráticos del instituto evaluaban y recibían incentivos por esta mayor carga de trabajo que les venían muy bien para complementar sus exiguos emolumentos. Los jesuitas –gracias a la colaboración de algunos catedráticos acólitos que formaban parte de las comisiones de examen– lograban que sus discípulos evitasen concurrencias abiertas donde tuvieran que demostrar su valía ante los tribunales en las mismas condiciones que los estudiantes oficiales. Sus pupilos, protegidos de la Iglesia, accedían a los títulos académicos con muchas más facilidades que el resto del alumnado libre y oficial. Hay que tener en cuenta que en aquellos años obtener el título de bachiller suponía un pronunciado refuerzo externo del estatus y permitía a un sector de las clases medias diferenciarse más fácilmente de los estratos inferiores. 20En realidad, la Segunda Enseñanza era en aquellos años un coto vedado para las clases populares.
Los republicanos se mostraron siempre muy críticos con estas prácticas que perpetuaban la desigualdad social. Consideraban a los jesuitas antiliberales y antidemocráticos, y denunciaban que en sus colegios se inculcaba al alumnado la doctrina del jesuitismo, basada en principios religiosos y sociales que predisponían a una manera de actuar astuta, ambigua y cautelosa. A finales del siglo XIX, el blasquismo emprendió desde su diario El Pueblo una campaña furibunda contra la injerencia de los jesuitas en las comisiones de exámenes del instituto Luis Vives de Valencia. Aparecieron una larga serie de artículos que denunciaban supuestas prácticas corruptas que beneficiaban a los matriculados de los colegios religiosos en los exámenes de obtención del título de Bachiller. 21Pero la situación no mejoró, y tanto jesuitas como escolapios continuaron ejerciendo una influencia capital en todos los ámbitos de poder hasta que en 1932 se decretó la disolución de la Compañía de Jesús y en 1933 se aprobó la Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas, que prohibía la enseñanza a las órdenes religiosas.
El paso de la enseñanza Primaria a la Secundaria no estaba exento de la tradicional novatada, una experiencia poco grata pero ineludible para el alumnado de nueva incorporación. Gonçal Castelló, compañero de Ángel Gaos y más tarde marido de su hermana Lola, relata cómo fue su primer día en el Instituto:
La impressió del primer dia fou terrible, vàrem entrar a classe esverats, precipitadament com un ramat de cabres per entre dues files formades pels més grans, que ens pegaven calbots i trompades tot dient pi…pí…; recordé que a l’any següent quan ja havia passat a segon, la nostra revenja amb els nous va ser igual d’implacable. 22
El Instituto Luis Vives de Valencia, al que asistieron los hermanos Gaos en sus últimos años de Bachillerato, gozaba de gran prestigio desde el siglo XIX a nivel de toda España. Solo el Instituto San Isidro de Madrid lo superaba. Es fácil imaginar que muchos de los catedráticos que allí ensañaban eligieran el Luis Vives por el bienestar y el estatus que suponía la condición de estar adscrito a un establecimiento oficial de Enseñanza Media de tal categoría. De los profesores del Instituto Luis Vives, al menos de los de la materia de Filosofía, no guardaban buen recuerdo ni José Gaos ni su amigo Max Aub; más bien los consideraban de escasa valía. 23La cátedra de Psicología y Lógica había sido «por más de medio siglo un irreductible bastión de los enemigos del liberalismo en Valencia», 24regentada como estaba por catedráticos vinculados al neocatolicismo, Miguel Vicente Almazán y Manuel Polo y Peyrolón, que siempre se mostraron acérrimos opositores ante la difusión de las teorías del darwinismo. 25José Gaos, en su obra Confesiones profesionales , describe a don Manuel Polo y Peyrolón (1846-1918) como «un político de extrema derecha, senador, novelista olvidado […] y vejete cascarrabias». 26Y es que don Manuel, que pertenecía al partido carlista Comunión Tradicionalista, difundió siempre desde su cátedra sus planteamientos reaccionarios y los de otros pensadores católicos contrarios al liberalismo. En 1894, en una conferencia que tituló de manera airada Errores y horrores contemporáneos. Conferencia contra el materialismo, el ateísmo, el indiferentismo y la inmoralidad , decía:
Siempre ha habido ateos, impíos y blasfemos y los habrá siempre; pero lo que aterra, lo que asusta es que, en nombre de las ciencias fisicoquímicas, que todo lo reducen y lo explican todo por la materia y fuerzas eternas, se intente destronar al Dios de los cielos y arrancar las creencias religiosas del pecho de las muchedumbres. 27
Max Aub lo recordaba a su vuelta a España en 1969:
Me saca de quicio que a estas (tristes) alturas anden enseñándoles tomismo –sin más– en la Universidad, como en mis tiempos (hace medio siglo), en el Instituto, aquel viejillo aragonés, tradicionalista de barba blanca, de color subido, de nombre Polo y Peyrolón, que todavía se encuentra citado en alguna historia de la literatura. 28
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