1 ...7 8 9 11 12 13 ...17 En sus orígenes, los hermanos Gaos presentan influencias muy alejadas. Mientras la familia asturiana de la madre era rígida y conservadora, reunían a los criados y –como en la escena inicial del Gatopardo – rezaban el rosario a diario, una familia católica de «novenas, triduos, meses, primeros viernes, domingos y lunes», obsesionada con alcanzar la salvación eterna, en la familia gallega el ambiente era más relajado, no tenían preocupaciones religiosas ni se atormentaban con el fuego del infierno. El padre de los Gaos, dando muestra de sus dotes creativas, había inventado un santo apócrifo, san Apapucio, para no ofender los oídos de su esposa cuando blasfemaba. Su hijo José, el filósofo, decía siempre: «Nunca he comprendido, ni podido explicarme, cómo pudieron casarse mis padres, de caracteres tan diferentes». Creía que había heredado de su padre, bretón y celta, la vocación intelectual y el erotismo, y de su madre, íbera y bereber, la vocación a lo absoluto, el apasionamiento y la voluntariedad. 27
La familia de la madre, doña Josefa González-Pola Menéndez, pertenecía a la pequeña nobleza asturiana. Tenían casa en la calle Campomanes de Oviedo, una calle principal de la pequeña capital provincias, y también en el cercano pueblo de Luanco, donde pasaban los veranos. En la residencia ovetense de la abuela materna, que se llamaba Dolores Menéndez Bros, el comedor estaba decorado con grandes retratos al óleo de antepasados de la familia. Sobresalía el retrato del bisabuelo que había sido comandante de infantería. La familia era descendiente de un francés, Bros de Cónsul, que había venido a España acompañando a los Borbones y había fundado en Oviedo la Academia de Bellas Artes de San Carlos en el siglo XVIII. Don José, el padre de los Gaos, se burlaba con frecuencia de las ínfulas de aristocracia que se daba la familia de su mujer. 28Él era una persona de gustos plebeyos; en una ocasión en la que el chófer que lo llevaba en coche al Casino de la Agricultura en la calle de la Paz en Valencia se presentó vestido de librea (su mujer había decidido vestirlo así), don José se molestó y le dijo que o se quitaba el uniforme o no subía en el coche. 29
La ciudad de Oviedo, en la primera década del siglo XX, continuaba siendo como su trasunto literario, la Vetusta de La Regenta de Clarín, una ciudad provinciana donde sus habitantes mataban el tiempo entregados a la hipocresía y la falsa religiosidad, la murmuración y los convencionalismos, a juzgar por los recuerdos de infancia que nos han llegado de José, el hermano mayor, que vivió con sus abuelos en esta ciudad desde los 5 hasta los 15 años. De todos los hermanos Gaos, el que sufrió una educación más rígida y fundamentalista –en cuanto a religión católica se refiere– fue José. En Asturias, viviendo con la familia materna, recibió una formación represiva que cohibió mucho su temperamento y de la que abominaba en la edad adulta porque, según decía, le había llegado a causar «complejo de inferioridad». En uno de sus aforismos filosóficos más conocidos, escrito durante su exilio en México desde la perspectiva que le daban los años, resumía sus convicciones al respecto: «Toda una vida de esfuerzos puede no ser bastante para librarse de una educación errada». 30
Se quejaba de que le habían inculcado una práctica extremada de la religiosidad externa. Tanto es así que de niño jugaba a decir misa, y cuando lo hacía en latín, delante de su abuela y otras mujeres de la familia, las conmovía hasta el punto de hacerlas llorar. Fue una infancia tan reprimida la que vivió, que en su adolescencia rechazó absolutamente la fe confesional. Según sus propias palabras, tuvo una «educación de intimidación», que le dejó una huella imborrable en su personalidad y –según su amiga Vera Yamuni– lo convirtió en un individualista a ultranza. 31
La religión gravitó sobre mí durante la infancia con fuerza que mi juventud sintió excesiva y rechazó con proporcionada fuerza de reacción. No me atrevo a resolver si el exceso de sentido fue efecto de lo accidental de las circunstancias de mi educación religiosa o siempre lo hubiera sido de la esencia de la religión. Quiero insinuar, dicho más llanamente, que quizá si los familiares […], mucho más que los padres del Colegio de santo Domingo, y esto dice harto, no me hubieran, por ejemplo, forzado a hacer tantas novenas, triduos, meses, primeros viernes, domingos y lunes, hubiera tenido con la religión la paciencia de aguardar los dictámenes de la madurez. 32
Las influencias tan contradictorias –la religiosidad ciega de la madre y el agnosticismo y anticlericalismo burlón del padre, que con frecuencia se mofaba de todo lo que tenía que ver con la Iglesia– y las experiencias tan negativas por las que atravesaron los hermanos Gaos en los colegios religiosos a los que acudieron en sus primeros años escolares y en la adolescencia forjaron en ellos una relación ambivalente con la religión católica. La mayoría de los hermanos mantuvieron un difícil nexo con el hecho religioso. A lo largo de sus vidas se debatieron entre el agnosticismo y la fe en la trascendencia y, algunos de ellos en la recta final de su existencia se confesaron creyentes, pero no católicos, como fue el caso de Ángel Gaos.
Otra constante, siempre presente en sus vidas, fue la música. Todo giró siempre en torno a esta disciplina artística, a la que dedicaban mucho tiempo. Los Gaos tocaban el piano con gran destreza. Don José Gaos Berea, todas las noches, de diez a doce, ejecutaba con gran entusiasmo a Chopin y todas las noches se producía el mismo diálogo con su mujer, que le recriminaba que no dejaba dormir a los niños, a lo que él respondía: «Para oír música no hay hora, además tienen toda la vida para dormir». 33Su hija María recordaba que ella siempre se dormía oyendo tocar el piano a su padre y contaba la anécdota de que el conocido pianista José Iturbi le había dicho en una ocasión que lo tocaba con la maestría de un profesional. 34Todos los hermanos heredaron el gusto por la música. Son continuas las referencias musicales en sus recuerdos de infancia. Ángel cuenta que escuchó por primera vez una banda de música en Montserrat (Valencia). Ese recuerdo infantil lo tenía asociado a los festivales de música del verano [las serenatas] y particularmente a la Suite de E. H. Grieg, que escuchó a su llegada a este pueblo cuando apenas tenía tres años. 35Las hijas mexicanas de Carlos, Amparo y Ana María, todavía se emocionan cuando escuchan interpretar al piano Claro de Luna de Beethoven o la Marcha Turca de Mozart porque les evocan vivamente a su padre. 36Todos los Gaos siempre mantuvieron ese amor por la música, heredado de don José, que tenía uno de los primeros carnés de la Sociedad Filarmónica de Valencia. 37
Esta entidad fue la protagonista indiscutible de la programación sinfónica y de música de cámara en los años treinta en Valencia. Mantuvo en ese tiempo una programación continua y variada que no se vio interrumpida ni en los terribles años de la guerra civil. La Orquesta Sinfónica, dirigida por el maestro José Manuel Izquierdo, siempre tenía un papel protagonista en los principales eventos de los años de la Segunda República. La familia Gaos encontró en Valencia su lugar ideal, entre otras cosas porque la ciudad era el sitio perfecto para el disfrute de su gran afición. Aquí actuaban destacados intérpretes nacionales e internacionales y, a buen seguro, los Gaos no se perdían ningún concierto importante. Además, en muchas ocasiones, en su propio domicilio de la calle Jorge Juan se celebraban recitales y conciertos privados. Estaban acostumbrados a recibir visitas de conocidos concertistas y compositores que actuaban en la ciudad.
Durante la guerra, con motivo del II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura organizó un concierto el día 9 de julio de 1937 a las 10.30 de la noche en el Teatro Principal de Valencia. 38Podemos estar seguros de que asistieron todos los Gaos que no estaban en el frente, especialmente Ángel, que, como veremos después, ocupaba un lugar destacado en la Alianza y tuvo un importante protagonismo en el citado congreso. En el programa figuraban compositores españoles como Pau Casals, Ruperto Chapí, Pérez Casas, Rodolfo Halffter y Manuel Palau. Con este último, ilustre compositor y director del Conservatorio de Valencia, la familia Gaos tenía amistad desde hacía mucho tiempo. Alejandro le hizo una entrevista en 1954 para su libro Prosa fugitiva , donde alude al aprecio que le tenían y a la gran afición a la música que tenían los Gaos:
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