52Ibíd, p. 47.
53Citado en Javier Lluch-Prats: Galería de personajes …, p. 77.
54Francisco Caudet: «Introducción biográfica y crítica», en Max Aub: Campo de los almendros , Madrid, Castalia, 2000, p. 8.
Uno es de donde estudió el Bachillerato
Una de las personas más próximas a la familia, especialmente a los hermanos mayores, José y Carlos, desde la época en la que eran estudiantes de Bachillerato en el instituto Luis Vives de Valencia fue Max Aub. Los Gaos compartieron con el autor del Laberinto Mágico un tiempo y un espacio decisivos en la vida de las personas: la adolescencia. En esos años de la segunda década del siglo XX, todas las tardes iba Max Aub a la casa de los Gaos en la calle Pintor Sorolla n.º 5 de Valencia «a trabajar, a estudiar, a leer, a leernos». Desde que él recordaba, sus amigos y él mismo siempre quisieron escribir. «No les importaba otra cosa ni leían con otro motivo». 1Los visitaba en un piso muy grande de un edificio con un portal de azulejos de principios de siglo, con una greca modernista azul celeste que llegaba hasta la altura de las cabezas; la escalera, a la derecha, sin adornos, eso sí, con piso de mármol. «Vivían en el principal en una de esas casas donde caben tres o cuatro de las grandes de ahora. Luego se trasladaron a otro al lado de la Gran Vía [en la calle Jorge Juan]». 2
La vida de los jóvenes valencianos en esa época era bastante rutinaria. Todos los días, en invierno y en verano, según Gonçal Castelló, con la única diferencia de la hora, los estudiantes daban el paseo tradicional por la calle de la Paz y la calle san Vicente hasta llegar a la plaza Emilio Castelar (actual plaza del Ayuntamiento). Este paseo lo hacían al mediodía en invierno y a la caída de la tarde en primavera y otoño. La misma costumbre invariable la contempló con asombró Ilya Ehrenburg en muchos otros lugares durante su visita en 1931. Le llamaban la atención esos paseos vespertinos: «en todas las ciudades de España hay una calle –con frecuencia no es más que una acera de la calle– donde todos los días que trae el año, de seis a nueve, se pasean en un sentido y en otro los señoritos. […] En algunas plazas de España pasean todavía por un lado los hombres y por otro las mujeres». 3
Los Gaos y sus amigos no faltaban a la cita diaria en la plaza Emilio Castelar. Allí, bajo los árboles y junto a los quioscos de flores, se formaban muchos corros y se entablaban verdaderas batallas verbales en torno a algunos personajes conocidos que defendían con vehemencia posiciones políticas de toda índole: anarquistas, comunistas, republicanos, naturistas y hasta partidarios de la teosofía. Era el punto de reunión obligado de la juventud en los años anteriores a la guerra. 4
Stefan Zweig dice, refiriéndose a la edad de la adolescencia, que se trata de «una época de asimilación, cuando resulta fácil entablar amistades y aún no se han solidificado las diferencias sociales y políticas, un hombre joven aprende más de aquellos que se afanan como él que de los que ya han superado esa etapa». 5Es un periodo clave de la vida de las personas en el que se gestan los afectos, las afinidades artísticas y literarias y, también, en el caso de los hermanos Gaos y de Max Aub, se forjó de manera definitiva el ideario antifascista que mantuvieron a lo largo de sus vidas. Max Aub, como es sabido, consideraba tan importante ese tiempo que, por encima de las accidentadas circunstancias vitales que lo habían llevado a nacer en París, creía que uno era de donde había estudiado el Bachillerato, y él lo había estudiado con los Gaos en el Instituto Luis Vives de la ciudad de Valencia en la segunda década del siglo XX.
El viejo Instituto General y Técnico de Valencia, situado en el edificio del antiguo colegio de San Pablo que habían fundado los jesuitas en 1562, fue el centro educativo que acogió a los hermanos Gaos y a Max Aub en el último año de Bachillerato. También estudió con ellos José Medina Echevarría, después de pasar por el colegio de los jesuitas. Los cuatro formaron desde entonces un grupo de amigos muy sólido y cohesionado, que mantuvo siempre la relación, pese a las adversas circunstancias que atravesaron sus vidas en las siguientes décadas. A los jóvenes estudiantes que iniciaban allí sus estudios el viejo edificio les debía de parecer «un caserón enorme y vetusto. Tenía algo de cuartel destartalado o de antiguo convento acondicionado para la enseñanza. […] Al entrar al instituto se respiraban de golpe nubes de polvo y un espeso olor a orines sazonados, como si el caserón orinase desde siglos». 6De esta manera tan sórdida lo describe Juan Renau, antiguo alumno, como ellos, del Luis Vives. El instituto había sido creado en 1851 con la función de incorporar a las clases medias a la Enseñanza Secundaria y formar a las nuevas élites burguesas para que fueran el soporte del Estado democrático, pero con la Restauración el proyecto educativo progresista de Vicente Boix, su más célebre director durante el Sexenio democrático, se frustró y la Enseñanza Media pasó a manos de la Iglesia y mantuvo su carácter elitista y confesional. 7
La mayoría de los vástagos de la burguesía valenciana estudiaban en colegios religiosos a principios del siglo XX, si bien no era algo general, pues Max Aub recibió en sus primeros años una enseñanza laica en la Escuela Moderna, la única que existía entonces que no fuera regentada por frailes en Valencia. Sus padres –a pesar de su origen judío– eran «perfectamente agnósticos, y jamás se habló de religión en su casa». 8Los hermanos Gaos, por condescendencia del padre, un librepensador totalmente ajeno al clericalismo, sí que acudieron a centros religiosos durante la educación primaria y en los primeros años del Bachillerato. Los dos hermanos mayores pasaron por las Escuelas Pías de Valencia –después de haber estudiado en el Colegio Santo Domingo, regentado por los dominicos en Oviedo– y el resto de los varones Gaos estuvieron matriculados en el Colegio San José de los jesuitas de Valencia. Con la legislación aperturista del Sexenio Democrático (1868-1874), se habían establecido en España nuevas órdenes religiosas –escolapios y jesuitas, principalmente– que venían expulsadas de países como Francia o Bélgica y que abrieron colegios en las principales localidades. En Valencia, las Escuelas Pías y el Colegio San José de los jesuitas disponían de edificios espaciosos que superaban con creces al resto de colegios en instalaciones, material escolar e instrumental científico.
Los jesuitas ofrecían una educación elitista y políticamente militante que reforzaba el sentimiento de unidad e identidad católica de sus pupilos. 9Estudiar en el Colegio San José, donde fueron educados casi todos los Gaos, evidenciaba la opción ideológica que había adoptado la familia y que, si bien era contradictoria con el pensamiento liberal de don José, satisfacía a la madre, que era muy beata y conservadora. Además, por encima de cuestiones ideológicas, suponía entrar a formar parte de una red de influencias, protección y ayuda mutua. Estudiar en el Colegio San José representaba para los vástagos de buena cuna entrar a formar parte de una comunidad de la que formaban parte otras familias que, como la suya propia, gozaban de una buena posición social y económica en la Valencia del primer tercio del siglo XX. Ciertamente, pasar por las aulas del Colegio San José garantizaba una preeminencia futura en la sociedad civil valenciana. 10
Los recuerdos de Ángel Gaos referentes a la educación que allí recibió en esos años anteriores a la Segunda República no dejan en muy buen lugar a la Compañía de Jesús. Según él, recibió una educación dogmática y aberrante:
Los jesuitas, de haber sido unos educadores de primer orden en Europa, habían entrado en decadencia, al menos en España. Su educación entonces se basaba en un dogmatismo salvaje. Cualquier cosa que tuviera que ver con el sexo era para ellos un tabú africano. Excuso decirle que con esos principios la educación que nos dieron era detestable […] Salí del Colegio de San José ignorante de la vida real. 11
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