La trayectoria investigadora de Iradiel no se agota en su propia obra, sino que se extiende, a través de los temas sugeridos, los planteamientos teóricos y metodológicos y, sobre todo, los estímulos y las incitaciones intelectuales, a las numerosas tesis doctorales que ha dirigido. Veintiuna en veinticinco años, de 1984 a 2008, entre las que, además de las ya citadas de Enric Guinot y M. Rosa Muñoz Pomer, que fueron las primeras, se cuentan las de Antoni Furió (el campesinado valenciano bajomedieval), Ferran Garcia-Oliver (el monasterio de Valldigna), Mateu Rodrigo (la revuelta de la Unión), Manuel Ruzafa (la morería de Valencia), Rafael Narbona (el patriciado de la ciudad de Valencia), José María Cruselles (los notarios valencianos), Pau Viciano (la oligarquía urbana de Castellón), Germán Navarro (la industria de la seda), David Igual (las relaciones comerciales entre Valencia e Italia), Enrique Cruselles (los mercaderes valencianos), Carles Rabassa (el desarrollo comercial de Morella), Josep Torró (la colonización feudal), Joaquín Aparici (la manufactura rural y el comercio interior), Francisco Cardells (la organización del territorio y la cultura material), José Bordes (la primera fase del desarrollo industrial en Valencia), Nieves Munsuri (el clero secular desde una perspectiva socioeconómica), Francisco Javier Marzal (la esclavitud bajomedieval) y Antoni Llibrer (la industria textil rural, en el valle de Albaida y el condado de Cocentaina). A pesar de su aparente heterogeneidad, del amplio y variado registro temático que abordan, todas estas tesis, así como los demás trabajos de los diferentes autores, tienen en común el haber profundizado, desde los más diversos ángulos, en la estructura económica de la sociedad valenciana bajomedieval y, a partir de ella, de la Corona de Aragón en general e incluso, en algunos casos, del conjunto del Mediterráneo occidental. El observatorio local y regional es solo eso, un observatorio, en el que analizar problemas más generales y comunes a otros territorios. De aquí la importancia tanto del enfoque comparativo como de las escalas de análisis amplias y las explicaciones globales, con múltiples conexiones. Esto es, al fin y al cabo, junto con su empeño por la reflexión teórica y metodológica que guíe y de sentido al trabajo empírico y su voluntad de renovación y actualización, de mantenerse siempre atento y abierto a lo mejor y más útil de las nuevas tendencias historiográficas, lo que ha caracterizado a la producción investigadora de Paulino Iradiel a lo largo ya de más de cincuenta años, lo que le ha permitido entablar un diálogo permanente y fructífero con historiadores de otros países, lo que ha cimentado su proyección internacional y el respeto que merecen su figura y su obra, y lo mejor también que ha podido legar a sus discípulos y al medievalismo español y mediterráneo.
Este es un libro de reconocimiento y homenaje a la trayectoria científica y académica de Paulino Iradiel, a su importante contribución a la historia económica y social de la Edad Media. Hace dos años, en 2018, David Igual y Germán Navarro recogían en otro libro, El País Valenciano en la Baja Edad Media. Estudios dedicados al profesor Paulino Iradiel , el homenaje de sus discípulos directos, de aquellos a quienes había dirigido la tesis doctoral. El que ahora se publica, justo cuando llega a los 75 años de edad y cuando se cumplen también 40 de su llegada a Valencia, reúne las aportaciones de quince colegas y amigos de diferentes países que han querido, con ellas, presentar también su testimonio de afecto y consideración. Quince historiadores españoles, franceses e italianos, entre los que se encuentran desde quien fue uno de sus maestros (José Ángel García de Cortázar) a su primer doctorando (José María Monsalvo Antón), todavía en Salamanca, aunque finalmente no terminaría su tesis con él al trasladarse Iradiel a Valencia; sus compañeros de generación en España (Juan Carrasco, Alfonso Franco, quien desgraciadamente ya no podrá ver publicado este libro, José Enrique López de Coca, Antoni Riera Melis y J. Ángel Sesma Muñoz); una nutrida representación de medievalistas italianos (Alberto Grohmann, Luciano Palermo, Giuliano Pinto, Giampiero Nigro, Amedeo Feniello, Gabriella Piccinni y Franco Franceschi, que representan ambos el recuerdo especial de su gran amigo Giovanni Cherubini), en su mayoría del centro-norte de la península, con quienes Iradiel ha mantenido una larga y estrecha relación; y la francesa Elisabeth Crouzet-Pavan, cuya área de estudio ha sido siempre Venecia y el norte de Italia. A todos ellos les queremos agradecer su participación en este libro y también su paciencia durante la dilatada gestación del mismo. Hoy finalmente ve la luz y, con él, el Departamento de Historia Medieval y Ciencias y Técnicas Historiográficas de la Universidad de Valencia quiere expresar también su agradecimiento a quien ha sido su director durante tantos años y, siempre, un estímulo intelectual potente y un referente cercano del trabajo científico y académico bien hecho.
Valencia, abril de 2020
L’USO DELLE FONTI NELLA STORIA ECONOMICA DEL MEDIOEVO
Alberto Grohmann Università di Perugia
Alla domanda del bambino: «Papà, spiegami allora a che serve la storia», com’è noto il grande Marc Bloch rispondeva che la storia non è semplicemente la scienza che studia il passato, la storia è «la scienza degli uomini nel tempo», e la sua conoscenza è fondamentale per gli individui per «comprendere il presente mediante il passato» e allo stesso tempo per «comprendere il passato mediante il presente». Lo storico è come l’orco delle favole, sempre alla ricerca di nuove prede, per lui le prede sono i documenti, di cui non è mai sazio. Documenti che, intrecciati sempre tra loro, consentono al ricercatore di individuare elementi, dati, fatti da sottoporre a un’incessante analisi critica, onde poter giungere alla ricostruzione degli elementi fondamentali della civiltà di una fase temporale che ci ha preceduti, al fine di comprendere quella in cui viviamo e operiamo, nella piena consapevolezza che ciò che il suo lungo lavoro di analisi può fargli apparire connotato di verità potrà in futuro essere modificato e ribaltato da lui stesso o da altri, indagando su altre fonti e altri documenti. 1 Il che implica che la storia, come ebbe ad affermare Lucien Febvre, 2 debba essere considerata «come studio condotto scientificamente e non come scienza» in quanto si tratta di una ricerca effettuata sulla base di documenti raccolti con grande pazienza, criticamente valutati e costantemente messi a confronto gli uni con gli altri. In tal senso la storia in tutte le sue varianti e declinazioni è scienza degli uomini, che nel mutare del tempo e dello spazio hanno attribuito al «vero» un valore che si è andato modificando.
Va anche chiarito che il lavoro dello storico, per quanto accurato esso sia, è un continuo divenire e non termina mai. Lo storico è alla costante ricerca di nuovi documenti e d’inedite interpretazioni di quelli già noti, fonti che devono essere sottoposte a un’incessante analisi critica. Un serio studioso deve, però, avere la piena consapevolezza che, per quanto le sue ricerche saranno accurate, le fonti utilizzate –sia archivistiche, sia letterarie, sia iconografiche, sia cartografiche, sia bibliografiche, sia quelle più attuali delle grandi «banche dati»– saranno molteplici e continuamente tra loro poste a confronto, esisterà sempre la possibilità che altri documenti o altri modi e metodi d’approccio all’analisi potranno in futuro modificare anche sostanzialmente le conclusioni alle quali è giunto con il suo lavoro. Le nuove ricerche non toglieranno valore a quelle che le hanno precedute, ma saranno in grado di fare luce su diversi aspetti, su differenti comportamenti d’individui, gruppi, ceti, istituzioni, arricchendo il livello della conoscenza della collettività civile, dando nuovo peso a strutture ed elementi economici, sociali, politici e culturali dei quali a volte, anche nella memoria collettiva, si è perso il significato e il valore.
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