En cualquier caso, ¡hay que aprovechar todas las interacciones para recoger información!
3. SEGUNDA SESIÓN, SESIÓN CON EL NIÑO
Si hemos recibido en la primera a los padres, en la segunda sesión veremos a un cachorrillo (verán que a menudo me refiero a los críos así, es con todo mi cariño que lo hago) de más o menos edad. Dependiendo de eso, de la edad, decidiremos si es oportuno intentar el ejercicio de llevar a cabo una entrevista para recoger más información de primera mano con ellos, elaborar una línea de vida (que después contrastaremos con la realizada con los padres) o llevar a cabo otras tareas. Veamos de qué va a depender en cada caso.
• Si a quien recibimos es a un adolescente, yo recomiendo hacer el mismo ejercicio con él/ella de recopilación de información, es decir, preguntarle en qué podemos ayudar, pedirle que nos explique a su manera qué le hace sufrir, completar una línea de vida que sirva de base a la información que vamos recogiendo y, sobre todo, hacer lo posible (y lo imposible) para generar vínculo. Que se sienta acogido, comprendido, invitado a contar, mirado, contenido, apoyado… El objetivo de la primera sesión con ellos será que quieran volver.
• Si a quien vamos a ver es a un cachorrito chiquitín, veamos qué otras cosas debemos tener en cuenta, pues, para empezar, ya advertimos diferencias en la manera de recibirlo:
Con los más pequeños, yo sugiero preparar un escenario que consiste en lo siguiente: la caja de arena en el centro de la sala y, alrededor, los diferentes materiales con los que se va a poder trabajar dentro de la caja. Sobre estos materiales y la forma de organizarlos hablaremos un poquito más adelante.
Mi propuesta es acudir a la sala de espera con una sonrisa, saludar, presentarnos e invitarle a venirse con nosotros a jugar a una habitación en la que tenemos un montón de cosas preparadas. Esto lo hacemos mientras le tendemos la mano con un gesto que le estimule a acompañarnos. Así suele ser más fácil que vengan incluso los más resistentes a salir de las faldas de mamá.
Hay niños que toman tu mano enseguida y se van dispuestos a ver esa habitación preparada con juguetes. Otros miran a mamá o papá y se agarran diciendo «tú también». Si esto es así, como decíamos más arriba, les decimos que sí, que claro que pueden venir mamá o papá con nosotros. Los papás, debidamente advertidos de que esto podría pasar, saben lo que tienen que hacer porque se lo hemos explicado en la primera sesión: estar disponibles para el chiquitín y para nosotros según les vayamos invitando a participar, pero no ser ellos los que inicien el juego ni las diferentes interacciones.
Cuando son algo más mayores, ya no suelen poner inconvenientes para venir con nosotros, e igualmente me gusta esperarles con el mismo escenario que he descrito más arriba.
Recordemos que siempre que los padres nos hayan comentado que sospechan que los niños van a ser reacios a venir a la consulta o a pasar a la sala solos con nosotros, debemos actuar con tranquilidad, empatía y mucho cuidado (y con las pautas comentadas con anterioridad) porque, desde el primer momento, esa comprensión y legitimación de los miedos y prevenciones de unos y otros, va a favorecer el vínculo.
El resto de tareas y sugerencias explícitas para trabajar en esta sesión lo encontrarán en el Apéndice 1, en el proceso de evaluación.
4. LAS SIGUIENTES SESIONES DE EVALUACIÓN CON LOS PADRES
Siguiendo el modelo propuesto en el esquema que adjuntamos en el apéndice y como ya decíamos más arriba, tras dos o tres sesiones con el niño, deberemos plantearnos volver a ver a los padres y conseguir más información, ahora ya con la base de lo visto, oído y trabajado con el niño. Conviene plantearse completar todo aquello que dejáramos sin terminar en la primera sesión si no lo hemos hecho ya por otras vías, recoger nuevas cuestiones que han ido apareciendo durante estas semanas y, desde luego, manejar ansiedades relativas a todo lo que está suponiendo el proceso de evaluación para unos y otros.
Algunas sugerencias para esta segunda sesión con los padres:
♦ Configuración familiar
Un ejercicio, a mi juicio, sumamente útil que me gusta realizar con los padres, es el siguiente: en la segunda sesión con ellos, mi propuesta es que pasen por separado la primera parte de la sesión: 20 minutos con cada uno. Después, los últimos 20, conjuntamente de nuevo. Los tiempos son aproximados, recuerden que en estas sesiones de evaluación con los padres mi sugerencia es que contemos con alargarlas para disponer del tiempo necesario para recoger la mayor cantidad de información posible. El caso es dividir la sesión en tres fracciones de tiempo y repartirlas para tener unos minutos por separado con cada uno de los papás y los minutos finales poder trabajar con ellos juntos de nuevo.
Cuando pasan por separado, les suelo preguntar por su vivencia personal del proceso. Eso que comentábamos que aparece en el listado de preguntas que suponen el Apéndice 3y que habremos enviado por correo a cada uno de ellos y esperado recibir contestado también por separado. Si lo hemos recibido así, podemos iniciar la conversación agradeciendo el envío y la sinceridad, y pasando a comentar aspectos concretos del ejercicio.
Si repasan detenidamente las preguntas, verán que pedimos información sobre la opinión personal de cada uno respecto al proceso, los roles, el posicionamiento familiar, etc. Es importante entender el modo particular de experimentar todo lo que está ocurriendo porque esto es clave para que la intervención sea eficaz.
Aquí vamos a ver también la sensibilidad de cada uno, la implicación, la capacidad de regulación, la empatía, pero también el agobio, la sensación de malestar, de culpa, de identificación… Todos estos datos son importantísimos.
Después, me gusta coger la caja de muñecos (esa que está hasta arriba de Playmobil de todo tipo y también de otras figuras de tamaño parecido que simbolizan y, por lo tanto, permiten identificarse: la bruja de Blancanieves o Maléfica, el hada madrina, Hulk, el lobo feroz, princesas, hadas, guerreros, extraterrestres...) y, poniéndola encima de la mesa, le pido que escoja un juguete para representar a cada uno de los miembros de la familia. Esta es la parte central del ejercicio. Por eso lo he titulado configuración familiar. Deben «encontrar» un muñeco que les represente y después configurar a la familia, es decir, colocarlos como les parece que resultaría más representativo según su particular manera de ver a la familia.
Como ya se están imaginando, lo que ocurre durante todo el ejercicio es espectacularmente útil. La facilidad o la dificultad para elegir a alguno o a todos los miembros de la familia (con lo que implica de posibilidad de simbolización, entre otras cosas), la posición que hacen ocupar a esos muñecos y los porqués… En una ocasión, la mamá de un niño me dijo, tras pasar un rato buscándose, que no podía escoger solo a un muñeco para representarse a ella (esto puede ser relativamente frecuente) y escogió a dos. Cuando le tocó el turno a papá, se nos pasó la hora porque el hombre decía que le resultaba imposible encontrar al muñeco (objeto, animal, estuvimos valorándolo todo) que pudiera representar a su mujer. Yo pensaba todo el tiempo que tenía todo el sentido, habida cuenta de que su mujer claramente había necesitado dos para representarse.
En otro caso, la mamá me confesó, cuando estuvimos a solas, que llevaba tiempo queriendo decirle a su marido que quería separarse y contarle algunas cosas sobre sus sentimientos respecto a la relación y la familia y, cuando el papá pasó a hacer el ejercicio, no sabía dónde colocar a la figura que la representaba. Si la integraba en el núcleo que conformaban él y sus hijos, sacaba al muñeco que le representaba, y viceversa. Otra vez, una mamá escogió un muñeco de Disney para representar a su marido porque decía que él tendía a presentarse, actuar e interaccionar con ella y los niños como con un disfraz, además de infantilizado y algo payaso. Cuando le tocó el turno a papá, hizo y dijo exactamente lo mismo, pero con la figura de su mujer.
Читать дальше