En resumen, diseñemos con consciencia y criterio las sesiones de evaluación que nos restan para poder terminar con la sensación de que tenemos lo que necesitamos para conseguir una explicación adecuada para lo que está pasando y que estamos, por tanto, en condiciones de llevar a cabo un ajustado diseño de intervención que quedará reflejado en nuestro informe.
Yo utilizo en este punto una herramienta casera que he ido desarrollando con los años de trabajo tanto en la consulta como en clase. Se trata de recurrir a un listado de necesidades básicasdel ser humano que me ayuda a contrastar si necesito más datos sobre en qué medida se están cubriendo dichas necesidades, pues me parecen una referencia clave para saber dónde centrar tanto la investigación como, por supuesto, la intervención. Ese listado lo he ido desarrollando a lo largo de los años, por lo vivido en la consulta y lo trabajado en las clases. De hecho, en alguna ocasión (muchas), y dependiendo del tiempo del que dispusiéramos, dicho listado lo hemos construido en clase, conjuntamente, con la ayuda de la pizarra y llevando a cabo un precioso e interesante ejercicio de mentalización entre profesionales que siempre, siempre, he podido disfrutar una barbaridad y me ha permitido aprender y crecer con mis alumnos. Así comenzaba un resumen que elaboré tras una de esas clases en las que estuvimos trabajando sobre este tema:
«Expusimos en clase, el miércoles correspondiente de noviembre, despacio, ordenadamente, con cuidado y con toda la función reflexiva que teníamos a mano entre todos (40 personas nada menos) lo que nos parece que son las necesidades básicas de un individuo humano y pequeño al que hemos llamado niño. Lo hicimos porque entendemos imprescindible reconocer ampliamente lo que se espera de unos progenitores que están criando a su hijo, como primer paso para alcanzar a vislumbrar, como terapeutas, lo que un niño está expresando a través de una conducta supuestamente (o contundentemente) disruptiva y que resulta ser el motivo de consulta de sus papás. Reconocer, entender y estar en condiciones de explicar lo que el niño vive como incompleto, no recibido, insuficiente; lo que necesita y no tiene, lo que echa de menos, lo que perdió… Lo que le presiona y a lo que obedece. Esa es nuestra tarea…».
Eso es lo que pretendemos en la evaluación. En lo que estamos. Utilicemos ese listado para repasar, como decíamos, si tenemos claro en qué medida dichas necesidades se están viendo cubiertas y cuál de ellas es la que vemos que se está viendo más resentida o amenazada en este momento y lo que probablemente está expresando de forma más o menos simbólica el niño con su conducta.
Utilicémoslo, por tanto, también para ver qué más datos nos quedan por recoger en las sesiones que restan. Lo tienen al final del capítulo, en el Apéndice 5. Utilicémoslo para terminar de concretar el verdadero motivo de consulta…
6. LA MIRADA Y EL VÍNCULO
Conectando con lo que veníamos comentando, quiero incidir ahora en un último dato imprescindible por recoger: la mirada de los progenitores hacia el niño y la nuestra hacia todos ellos.
Decíamos en el primer capítulo que nuestro modelo confiere una importancia fundamental al vínculo de apego establecido entre el niño y sus progenitores. Que nos construimos y nos explicamos en la relación con el otro cercano (mamá y papá fundamentalmente) y, por supuesto, con todo nuestro sistema y nuestro entorno social y cultural. Esto, como ya anticipábamos páginas atrás, nos obliga a mirar más alláde la conducta expresa del niño y a bucear en los entresijos de la relación padres-hijos.
En la mirada se sostiene el vínculo. En la mirada se construye. Las miradas nos definen, nos explican, nos legitiman, nos cimientan y nos elevan... Permítanme, para incidir en esto, que comparta un poema de Ángel González:
Muerte en el olvido
Yo sé que existo
porque tú me imaginas.
Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
—oscuro, torpe, malo— el que la habita...
No creo que se pueda expresar mejor y más bellamente. Yo no, desde luego. Nada más que añadir. Solamente repetir que por eso insisto en la importancia de nuestra mirada como terapeutas.
Otro gran artista dijo una vez lo siguiente: «Si el rostro de la madre es poco receptivo, entonces un espejo es algo que se puede mirar, pero no sirve para mirarse». Esto lo decía Winnicott allá por 1971. Qué acertada y concisa manera de explicar lo que se espera de la madre y, por ende, por lógica y por alusiones, del terapeuta. Es por eso que nos pasamos el día hablando de la importancia de la mirada y, sobre todo, de esa a la que nos gusta apellidar como incondicional. En ella reside la clave de todo. Eso de las necesidades básicas en el fondo es como los mandamientos, que son un montón, pero se pueden resumir en uno solo: mirada incondicional.
Miremos cómo le miran. Cómo se miran y, por supuesto, entrenemos nuestra mirada.
Imaginemos a ese niño, pongámonos en su lugar, pero también en el de sus papás, para poder entender y reconstruir lo que ha pasado y lo que está pasando, y así, poder explicárnoslo y explicárselo y, finalmente, saber cómo hacer para ayudar a terminar con el sufrimiento que se está generando.
El estudio de la disociación merecería todo un capítulo aparte. Puede que incluso más. Pero no podemos llevar a cabo esa tarea aquí. Además, hay autores que ya la han desarrollado maravillosamente y que pueden (y deben) consultarse para profundizar en el conocimiento de un fenómeno tan complejo como frecuente en nuestra consulta y que, por eso justo, necesita de nuestro estudio y manejo. Pero no podemos dar por terminada una buena evaluación sin haber hecho un alto para ocuparnos de la disociación.
Lo que quiero destacar aquí, como mínimo, es la necesidad de ser conscientes de que detrás de muchos de los problemas con los que bregamos en la consulta hay, con mucha más frecuencia de lo que sospechamos, fenómenos disociativos que seguramente podrían explicar muchos de los fallos o las dificultades en el progreso del caso debido a que no hemos caído en la cuenta de su presencia o no los hemos trabajado de forma adecuada. Lo veremos un poco más ampliamente en el capítulo VI: El trauma psíquico infantil y su abordaje desde un modelo de psicoterapia breve. No olviden que les comentaba en la introducción que los capítulos se van completando y complementando.
El tema de la disociación no está (al menos no lo ha estado hasta ahora) adecuadamente contemplado en los diseños curriculares de las carreras de los futuros psicoterapeutas y por eso ha venido siendo la gran ignorada. Las consecuencias de esto han sido (y continúan siendo), a mi juicio, nefastas. Si vemos la disociación y la trabajamos adecuadamente, resolveremos mejor los puzles durante la evaluación, generaremos narrativas completas y coherentes respecto a lo que está pasando y diseñaremos adecuados y, por lo tanto, eficaces modos de intervención. A mi juicio, muchos supuestos trastornos se han convertido en los últimos años dentro de la psicología y la psiquiatría infantil en auténticos cajones de sastre (véase por ejemplo el controvertido TDA-H o los llamados trastornos de la conducta alimentaria, así como los trastornos de personalidad) donde niños y padres afrontan verdaderos calvarios por diferentes servicios de nuestros hospitales y otras instituciones, por no tener en cuenta los fenómenos disociativos y abordarlos específicamente y como corresponde. Volveremos a incidir sobre todo esto más adelante, como decía, cuando abordemos el trauma infantil.
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