[1]Cf. F. Brentano, Psychologie vom empirischen Standpunkt, Hamburgo, Felix Meiner, 1925, p. 124.
[2]D. Davidson, «Mental Events», en Essays on Actions and Events, Oxford, Clarendon Press, 1982, p. 211.
[3]Cf., a este respecto, T. Burge, «Individualism and the Mental», Midwest Studies in Philosophy 4 (1979), pp. 72-121, esp. pp. 74-77.
[4]Cf. mi libro The Philosophy of Action, Cambridge, Polity Press, 1990, cap. 6, titulado «The Intentionality of Mind». Cf. también J. Hierro, «En torno a la intencionalidad», Revista de Filosofía, 8 (1995), pp. 29-44.
[5]Una iluminadora descripción de este aspecto la encontramos en W. Lyons, Approaches to Intentionality, Oxford, Clarendon Press, 1995. Véase también mi trabajo «Intencionalidad y significado», Quaderns de Filosofia i Ciència, 28 (1999), pp. 53-75.
[6]Podemos hallar esta terminología, por ejemplo, en Burge, «Individualism...», cit., pp. 74-77.
[7]Sobre una determinada interpretación, muy radical, de este fenómeno se basa la filosofía de la mente de Descartes.
[8]El hecho de que Gilbert Ryle tome este tipo de propiedades como paradigmáticas de lo mental explica, en parte, su negación de la asimetría y la autoridad de la primera persona. Cf. G. Ryle, The Concept of Mind, Londres, Hutchinson, 1949.
2. El dualismo y la concepción cartesiana de la mente |
El dualismo es una doctrina metafísica sobre la naturaleza del alma o la mente y su relación con el cuerpo. En su versión más radical, el dualismo substancial, defendida por Descartes, esta doctrina sostiene que la mente y el cuerpo son dos entidades ontológicamente independientes, en el sentido de que pueden existir la una sin la otra. Así, de acuerdo con esta concepción, un ser humano es en realidad un compuesto de dos cosas o substancias diferentes: un cuerpo y una mente. El camino que conduce a Descartes al dualismo substancial, sin embargo, es epistemológico: se trata de una reflexión sobre la verdad y la justificación de nuestras creencias.
Descartes advierte que, con respecto a cualquier creencia sobre el mundo físico, podemos concebir circunstancias en que la creencia en cuestión es falsa, aun cuando nosotros la tendríamos por verdadera y, en determinadas condiciones, no podríamos saber que es falsa. Pensemos en una creencia cualquiera sobre el mundo físico, por ejemplo, la creencia que yo expresaría sinceramente diciendo: «Estoy asistiendo a una función de teatro». Si tengo esa creencia mientras estoy asistiendo a una función de teatro (situación A), la creencia es verdadera. Pero si estoy durmiendo y soñando que estoy asistiendo a una función de teatro (situación B), la creencia es falsa. Y si algún poder más allá de mi control (por ejemplo, alguien que me mantiene drogado) me hace tener las experiencias sensoriales que tendría si estuviera asistiendo a una función de teatro (situación C), mi creencia es también falsa. [1]El problema es cómo puedo saber, en el momento en que tengo esa creencia, en cuál de estas tres situaciones me hallo. Según Descartes, no tengo medios infalibles para distinguir entre estas tres situaciones, de modo que no puedo tener certeza de que mi creencia es verdadera. Y lo mismo sucede con cualquier otra creencia, basada en la experiencia sensorial, acerca del mundo físico. Según las prescripciones de la duda metódica, si no podemos descartar que nos hallemos en las situaciones B o C, hemos de rechazar como falsas todas nuestras creencias sobre el mundo físico. Pero Descartes sostiene que, incluso en este caso, habría cosas que podríamos saber con certeza. Volvamos a la creeencia de que estoy asistiendo a una función de teatro. ¿Qué podría saber con certeza en esa situación? No, desde luego, que estoy asistiendo a una función de teatro, pero sí, por ejemplo, que estoy pensando que estoy haciendo tal cosa, que existo, puesto que estoy teniendo ese pensamiento, que creo que estoy en un teatro, y otras cosas semejantes. Descartes expone de forma resumida, en el Discurso del método esta argumentación, que desarrolla con más detalle en las Meditaciones metafísicas:
Considerando que todos los pensamientos que nos vienen estando despiertos pueden también ocurrírsenos durante el sueño, sin que ninguno entonces sea verdadero, resolví fingir que todas las cosas que hasta entonces habían entrado en mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero advertí luego que, queriendo yo pensar, de esta suerte, que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta verdad: «yo pienso, luego soy», era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía recibirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que andaba buscando. [2]
No sólo el enunciado «pienso», sino todos los enunciados que comparten con éste ciertos rasgos fundamentales, a saber, aquellos enunciados que están formulados en presente y en primera persona, y que versan, no sobre el mundo material, sino sobre mis estados mentales (intencionales o fenomenológicos), [3]son inmunes a los argumentos escépticos y no están sometidos a las fuentes de error que afectan a enunciados que no poseen estas características, y en especial a enunciados sobre el mundo material.
A partir de esta diferencia epistemológica entre los enunciados sobre la propia mente y los enunciados sobre el mundo físico concluye Descartes que ese yo que piensa, cree, desea, siente, quiere o no quiere, ha de ser distinto del cuerpo y capaz de existir sin él. Veamos este importante argumento cartesiano en un texto del Discurso del método en el que Descartes expone de nuevo, en forma resumida, su itinerario en las Meditaciones metafísicas:
Examiné después atentamente lo que yo era, y viendo que podía fingir que no tenía cuerpo alguno y que no había mundo ni lugar alguno en el que yo me encontrase, pero que no podía fingir por ello que yo no fuese, sino al contrario, por lo mismo que pensaba en dudar de la verdad de otras cosas, se seguía muy cierta y evidentemente que yo era, mientras que, con sólo dejar de pensar, aunque todo lo demás que había imaginado fuese verdad, no tenía ya razón alguna para creer que yo era, conocí por ello que yo era una substancia cuya esencia y naturaleza toda es pensar, y que no necesita, para ser, de lugar alguno, ni depende de cosa alguna material; de suerte que este yo, es decir, el alma por la cual soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo y hasta más fácil de conocer que éste, y, aunque el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto es. [4]
Cuando Descartes afirma que el yo pensante es una substancia, emplea este término en su sentido tradicional, según el cual una substancia, a diferencia de una propiedad, es una entidad que puede concebirse y existir independientemente de cualquier otra cosa. [5]De ahí su insistencia en que el yo pensante no depende de nada material para existir y para ser cuanto es. Según la conclusión de Descartes, pues, el yo pensante, sujeto de estados mentales, es una entidad, una cosa totalmente distinta del cuerpo y capaz de existir sin él. Esta conclusión es la tesis dualista.
Podemos formular en forma esquemática el argumento contenido en el texto anteriormente citado en los siguientes términos: (a) yo puedo fingir (imaginar, concebir, suponer) que mi cuerpo no existe; (b) yo no puedo fingir (imaginar, concebir, suponer) que yo, como sujeto de mis pensamientos, no existo; por lo tanto (c) yo, como sujeto de mis pensamientos, soy distinto e independiente de mi cuerpo y capaz de existir sin él. [6]Así, de las dos premisas (a) y (b), extrae Descartes la conclusión dualista (c). Una formulación alternativa de las premisas (a) y (b) sería: (a’) puedo dudar de que mi cuerpo existe; (b’) no puedo dudar de que yo existo.
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