«La ignoración [sic] del tiempo hacía mirar a los mendigos con una santa religiosidad, a cuya sombra se multiplicaba enormemente esta clase no producente, no dejando de contribuir a ello los obispos y comunidades con sus limosnas, a las veces poco discretas. En el día se ha procurado atajar este mal con las levas que se hacen, y con las sabias resoluciones… que se dirigen a desterrar la mendiguez voluntaria, socorrer la verdadera pobreza con utilidad del público, y castigar debidamente la vagancia» 18.
En el mismo sentido profundamente reformista y superador de los viejos esquemas de un mercantilismo proteccionista, no dejará de recoger en sus apostillas a Martínez de Mata los avances tan notables derivados de medidas como la libertad de comercio con las Indias de 1778, la declaración de honradez para todas las artes y oficios de 1783 o el conjunto de «leyes [que] velan sobre la libertad en las artes, y sobre quitar las trabas que les habían impuesto los estatutos gremiales» 19.
Si las primeras aventuras de Canga Argüelles en el campo de la joven economía política llevaban exclusivamente su rúbrica, no ocurrió lo mismo con otros proyectos en los que trabajó con su hermano Bernabé. La formación humanista de los dos hermanos y, especialmente, su profundo conocimiento de las lenguas clásicas, se tradujo en tres notables traducciones de poetas griegos que vieron la luz en esos años. En 1795 publicaron una traducción de Anacreonte; en 1797 la de un conjunto de poetas griegos, entre ellos Sapho; y en 1798 un primer tomo de las obras de Píndaro, justamente aquel que contenía las «Olimpíacas» 20.
Más allá de la significación literaria, el hecho en sí es revelador de interesantes aspectos relativos a los códigos estéticos y éticos subyacentes en gran parte de la mentalidad ilustrada 21. Las dos primeras ediciones estaban dedicadas a Manuel de Godoy, en un tono más comedido la segunda, pero mucho más ditirámbica la primera. En ésta, en efecto, a la larga relación de títulos que acompañaban al Príncipe de la Paz, seguían unas palabras de los dos hermanos en las que atribuían a la «heroica protección» y a la «gloriosa generosidad» de Godoy el crecimiento de las ciencias y de las artes en España, así como «el valor de haber emprendido y acabado la traducción de todas las obras de Anacreonte, el mejor lírico de los poetas griegos…». El trabajo era encomendado al «poderoso patrocinio» del príncipe, en una clara alusión y temprano conocimiento de los mecanismos clientelares que atravesaban toda la sociedad 22. El contenido de las obras, sin embargo, tenía un destinatario explícito y repetido en las introducciones de las dos obras, la «Nación», esa nueva entidad que empezaba ya a adquirir unos perfiles distintivos aunque todavía no autónomos respecto a la tutela de la monarquía; aquélla, precisamente, a cuya historia civil y económica se trataba de contribuir mediante la publicación de documentos como los de Martínez de Mata 23. Y la finalidad, también explícita en las dos introducciones, no era otra que contribuir a la formación del «buen gusto» de la Nación y hacer que «gozase juntos de los mejores modelos de esta parte amena de la poesía». Una educación en el «buen gusto» que, más allá de las apariencias puramente esteticistas escondía, de hecho, toda una intención moral basada fundamentalmente en la prudencia y en el comedimiento. Si las traducciones de Sapho y de los otros poetas menores podían alentar un sesgado espíritu sensualista, la situación se complicaba en el caso de Anacreonte, ya que a ese sensualismo se unía su afiliación al epicureísmo y lo que éste significaba para el código estético y moral del siglo XVIII. En ese ambiente es en el que podemos encontrar muchas de las claves implícitas en tan peculiar empresa de los hermanos Canga Argüelles.
Con las traducciones de Anacreonte, de Sapho y de otros poetas menores, en efecto, los dos hermanos enlazaban de pleno con la afincada tradición de la poética anacreóntica del siglo XVIII que tenía en Juan Meléndez Valdés (1754-1817), discípulo y amigo de Jovellanos, a su máximo representante. Sabemos que a partir de 1789 este literato y humanista se dedicó a la magistratura. Parece muy probable que su estancia en Zaragoza entre 1789 y 1791, en calidad de alcalde del crimen en la Real Audiencia, pudo ser la ocasión para que los hermanos Canga Argüelles entraran en contacto con él y con su círculo de influencia 24.
Desde el clásico estudio de Sebold sobre la poética y la poesía dieciochescas quedaron demostrados con suficiente claridad una serie de aspectos concernientes a la producción literaria española de esa época que superaron los estrechos límites en que la había analizado y estereotipado Menéndez Pelayo 25. No se trataba sólo de la reivindicación de una temprana presencia de elementos prerrománticos frente a la tesis de la tardía recepción de este movimiento en nuestra cultura, sino de aquello que tal vez resultó más fructífero a la larga: la posibilidad de leer las «reglas neoclásicas», por una parte, con unos criterios de creatividad y de libertad mayores que los que se le suponen, y por otra la de considerar su influencia y carácter «nacional» frente a la tesis del «afrancesamiento». Salvando las distancias y los años, lo que en el fondo subyacía ya en las tesis de Sebold era la imposibilidad de reducir la Ilustración (aunque de manifestaciones literarias se tratase en este caso) a un único esquema racionalista y utilitarista, algo de lo que ya hoy en día empezamos a estar seguros.
La perspectiva genética que hacía arrancar la Ilustración desde las formulaciones racionalistas del siglo XVII ha ido cediendo ante la más compleja perspectiva que atisba en sus orígenes, por ejemplo, un conflicto nunca resuelto del todo entre epicureísmo y estoicismo, y un triunfo de este último aunque asumiendo en el camino muchos de los aspectos de la tradición sensualista anterior 26. En el mismo sentido, aunque aplicable a otro ámbito, y tal como afirma John H.R. Polt, resulta muy discutible mantener la misma perspectiva genética y progresista por lo que hace a los movimientos literarios, «cediendo el barroco ante el neoclasicismo y éste, a su vez, ante el prerromanticismo, precursor de la revolución romántica del siglo XIX». En la centuria ilustrada, recuerda este estudioso, «varias modalidades poéticas —rococó, prerromanticismo y neoclasicismo— coexisten en la segunda mitad del setecientos…». Ése es el caso del mismo Meléndez Valdés 27.
La poesía anacreóntica de este autor es una de las formas más acabadas de la poesía rococó del siglo XVIII, sin que, de todas maneras, muchos de los componentes del sensualismo lockeano y rousseauniano que en ella subyacen desaparezcan en otras de sus manifestaciones poéticas aparentemente más didácticas y de mayor trasfondo social y político como la poesía filosófica 28. Lejos de su reducción a un estereotipado hedonismo, lo que subyace en el epicureísmo tal como se mantuvo a lo largo del siglo XVIII es su reivindicación de un sensualismo que, sin solución de continuidad, le permitió enlazar con el replanteamiento de una nueva naturaleza humana que, ya desde Hume, tenía en las sensaciones, los sentimientos y las pasiones una de sus premisas básicas frente al estrecho raciocinio precedente. A su vez, sobre esa reflexión realmente revolucionaria, descansó toda una nueva teoría de la sociabilidad y del derecho que, además, encontraría en un renovado estoicismo, muchos de los valores que acabarían informando y configurando al «hombre virtuoso» y «cosmopolita» de la Ilustración que encontraría en la oikeiosis la unidad esencial respecto a la naturaleza y a los demás componentes de la sociedad 29.
A fin de cuentas, es a partir de estas claves éticas y morales desde donde nos interesa interpretar una aventura «literaria» como la de los hermanos Canga Argüelles. Los poetas griegos a cuya traducción y edición se entregaron con la misma pasión que dedicarían a otras empresas aparentemente más en consonancia con sus preocupaciones prácticas y profesionales, representaban, de hecho, no sólo una recuperación de modelos clásicos, de acuerdo con los referentes culturales más en boga, sino un proclamación implícita pero contundente de unos valores estéticos y éticos que se suponían debían ser los fundamentos del nuevo hombre. No hay en el sensualismo epicúreo de un Anacreonte nada de goce esteticista o hedonista: lo que se está dirimiendo es una nueva psicología humana y hasta cierto punto una nueva base cognitiva que hace de las pasiones el eje vertebrador de la nueva sociedad. A su vez, en el comedimiento y en la prudencia del epicúreo encontramos alguno de los ecos que conformarán el modelo de ciudadano estoico, con sentido del autodominio y acendrada fortaleza, virtuoso en suma, y con ciertos perfiles heroicos. No olvidemos que la curiosa trilogía de traducciones que estamos comentando se cerraba con las «Olimpíacas» de Píndaro, donde el protagonismo y exaltación de los héroes participantes en los juegos podía convertirse en un trasunto de esa misma exaltación referida ahora a un nuevo hombre y ciudadano.
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