El resultado es el que el lector tiene en sus manos. En principio, nada parecido a aquello que pensaba inicialmente escribir, aunque tampoco nada que pueda ser explicado sin aquello que en su momento imaginé. Creo que bastantes de mis compañeros y compañeras me echarán en cara no haber reconstruido ya el conjunto de la trayectoria de Canga Argüelles, al menos hasta ese momento en que siempre me he comprometido públicamente, es decir, 1814. Espero que entiendan que después de este trabajo aquella podrá ser acometida con más libertad y prontitud. Y espero haber sorteado, al menos provisionalmente, el peligro de repetirme.
Cuando una obra tiene estas pausas interminables y estos silencios tan prolongados, las deudas que se van acumulando sobre la misma son también infinitas. Sin embargo, salvo haber pasado a constituirme para muchas de mis compañeras y compañeros más inmediatos en «la novia» de mi inseparable personaje, ellos saben que no suelo ser persona propensa a exteriorizar mis afanes intelectuales, con lo que les he ahorrado buena parte de la letanía obsesiva con que a veces nos suelen deleitar algunos y algunas. Con mi hermana Encarna y con Justo Serna comparto algo más que afinidades historiográficas y mucho más que proyectos de investigación: ellos saben de qué manera, con qué esfuerzo y con cuánto amor y compasión hemos dedicado nuestros últimos y largos meses a forjar una cotidianeidad de vida y de aliento en medio del dolor y de la muerte. Ante ello, todo lo demás sobra...
Con mi amiga y compañera hasta de despacho, Amparo Álvarez, puedo vivir el mundo universitario con el calor y la humanidad que sólo pueden proporcionar ciertas personas y con una experiencia como la suya. De muchos de mis colegas de departamento, M.ª Cruz Romeo, Jesús Millán, Isabel Burdiel, Pedro Ruiz o Marc Baldó, me he beneficiado siempre de sus trabajos y de sus opiniones en un ámbito cronológico y en unos temas que, con sus variaciones, compartimos desde hace ya muchos años. A Isabel, entre otras cosas, le debo el título principal de este trabajo, lo cual no es poco en una persona de tan poca imaginación como yo. Al resto de mis compañeros tengo que agradecerles el nada magro beneficio de poder disfrutar de un ambiente de trabajo, de respeto y de amistad que en muchos departamentos universitarios quisieran. Gracias, finalmente, a mi antigua alumna y ahora también amiga y compañera, Beatriz Ballester, porque ella me ha hecho fácil lo que para mí era un obstáculo insuperable: el tratamiento informático y estadístico de la documentación de este trabajo.
Este libro, como ya he dicho, quedó prácticamente ultimado aprovechando un año sabático concedido por mi universidad. Al curso siguiente, de vuelta ya a la docencia normal, fui ocupando los ratos que la misma me dejaba en su corrección. Sin embargo, una vez más en mi vida, una brutalidad, la peor de todas, aquella que tiene que ver con la enfermedad y la pérdida de un ser querido, paralizó mi trabajo y recondujo mi ánimo y mis desvelos hacia derroteros más importantes. La dedicatoria del libro, escrita en un momento en que Eduardo, mi marido, vivía, no ha sido modificada. Por él quiero que se convierta en el punto de unión entre nuestro pasado y nuestro porvenir en el recuerdo y en la ensoñación.
[1]Se trata del estudio de P. Fonseca Cuevas, Un hacendista asturiano: José Canga Argüelles, Oviedo, Real Instituto de Estudios Asturianos, 1995.
CAPÍTULO 1
UN HIDALGO EN EL «CORAZÓN» DE LA MONARQUÍA
AÑOS DE JUVENTUD Y DE FORMACIÓN
José Canga Argüelles y Cifuentes Prada (1771-1842) era el segundo de los hijos del matrimonio formado por don Felipe Ignacio Canga Argüelles y Pérez de la Sala, y doña Paula Cifuentes Prada. Hay dudas sobre si su nacimiento tuvo lugar en Oviedo o en Gijón, de donde era natural su madre. El domicilio familiar, en cualquier caso, estuvo siempre en Oviedo, primero en la calle San Francisco y, posteriormente, en la cercana calle de los Pozos, pertenecientes las dos a la parroquia de San Tirso el Real, colindante con la catedral 1. En aquella parroquia fueron bautizados los otros tres hijos del matrimonio, Francisca Javiera Bárbara, nacida en 1765, Bernabé Policarpio, en 1778, y la menor, Teresa Faustina, nacida en 1783. Con su hermano Bernabé compartió José inquietudes intelectuales y proyectos reformistas hasta que su prematura muerte, ocurrida en 1812, a los 34 años de edad, truncó una vida cuya significación en el campo de la economía y de los estudios sobre hacienda se intuía ya destacada 2.
Los dos hermanos fueron educados en sus primeros años bajo la supervisión directa de su padre en un ambiente familiar e intelectual propio de ese sector de la hidalguía que fue uniendo sus destinos a las posibilidades que ofrecía la carrera judicial y un sentido servicio al monarca. De tradición humanista y regalista, don Felipe Ignacio, amigo de Jovellanos, era doctor en Leyes y Cánones. Desempeñó varias cátedras interinas hasta su nombramiento, en 1796, para la de Cánones de la Universidad de Oviedo. Entre 1772 y 1773 ocupó interinamente una fiscalía de la Audiencia del Principado y en 1775 se distinguió como uno de los fundadores del Colegio de Abogados de aquella ciudad. A comienzos de los ochenta, ocupó en propiedad una fiscalía de la Audiencia de Zaragoza, ciudad a la que se trasladó con toda su familia y en la que sus hijos, José y Bernabé, completaron los estudios iniciados en la Universidad de Oviedo. Como socio de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, institución en la que ingresó en 1784, fue nombrado curador de su Escuela de Matemáticas, institución en la que estudiaría también su hijo José. En esa ciudad vivió hasta 1787, momento en que se vio obligado a regresar a Oviedo a consecuencia de los conflictos entre el inefable fray Diego José de Cádiz y el profesor de Economía Lorenzo Normante. En el enfrentamiento entre las luces y la retórica reaccionaria, Felipe Canga, como fiscal de la Audiencia, parece que optó por una actitud netamente regalista y a favor de lo que representaban Normante y la Económica, lo que, según Huarte, le valió «su apartamiento de la Fiscalía» y la necesidad de retornar a su ciudad natal a consecuencia de su enemistad con el clero y determinados sectores funcionariales 3.
Su regreso no debió suponer el de toda su familia. Existen varios indicios que parecen confirmar que los dos hermanos, José y Bernabé, permanecieron en Zaragoza completando los estudios iniciados en Oviedo. En esta universidad había ingresado José para estudiar Filosofía en 1782 4. Tras el traslado de la familia a Zaragoza, concluyó los estudios de Filosofía en su universidad e inició los de Leyes y Cánones, doctorándose en 1791, a los veinte años de edad. Su formación se completó, como ya se ha dicho, con tres años de estudio (1784-1788) en la Escuela de Matemáticas de la Sociedad Económica de la que su padre era curador, y con la práctica del dibujo en la Real Academia de San Carlos. Lo más decisivo, sin embargo, fueron sus contactos y estudios en la Escuela de Economía Civil y de Comercio, dependiente también de la Aragonesa de Amigos del País, y en la que sería discípulo de Lorenzo Normante. El mundo de la aritmética política, cada vez más sistematizada y decantada hacia una economía política, entraba así de pleno en su horizonte intelectual 5.
Los años de formación de José Canga Argüelles en Zaragoza están todavía por estudiar 6. No sólo él, sino también su hermano Bernabé, debieron verse muy influenciados por el ambiente reformista y regalista del que participaba activamente el padre y, de manera muy especial, por los contactos con la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País. Los impulsos y referentes intelectuales eran, desde luego múltiples, provenientes tanto del campo de la incipiente economía política como del derecho y de la jurisprudencia o de la filología y literatura clásicas, de profundo impulso humanista. Con el notable precedente de su padre 7, la praxis intelectual y política de los dos hermanos se fue orientando y moldeando en esa encrucijada que en el siglo XVIII configuraron aquellos saberes que emergían al compás de las dos realizaciones más significativas de la centuria: el espacio de una «ratio pública», todavía mixtificado bajo la lógica política del absolutismo, y el espacio de una «ratio civil» que empezaba a intuirse desde la descomposición de las viejas prácticas sociales y económicas. Eran terrenos y espacios a mitad de camino transitados y configurados por las prácticas jurisprudenciales y del derecho, y por las de una aritmética política que, sin perder su vertiente práctica al servicio de un intervencionismo, empezaba ya netamente a adquirir todas las características de un corpus teórico sistemático y global 8. Andando el tiempo, la contribución de José Canga al nuevo saber de la economía política sería destacable, aunque en su caso siempre resaltaría la vertiente pragmática del burócrata incapaz de desligarla de un intervencionismo administrativista entendido como instrumento deseable e imprescindible para la construcción de una nueva realidad social y política. Economía política y administración serían en él las dos caras de una misma moneda difícilmente disociables por cuanto abarcaban, al menos hasta bien avanzado el siglo XIX, dos espacios sólo en teoría excluyentes: el de la sociedad y sus intereses, y el del estado y la política.
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