De forma paralela a su formación en matemáticas, economía y leyes, José dedicó parte de sus esfuerzos a la actividad docente. Tras la obtención del grado de bachiller en Leyes y Cánones, «repasa la asignatura a crecido número de alumnos y obtiene el nombramiento de repasante, cargo que ejerce durante dos años. A dicho grado siguieron los de bachiller en Cánones y de sustituto de prima en la cátedra de esta asignatura». Después, tras el diploma de licenciado y doctor en Cánones, en 1791, «presidió siete actos menores y arguyó muchas tesis mantenidas por sus contrincantes de estudio, del año 1792, componiendo y leyendo con éxito en sesiones públicas tres disertaciones sobre Derecho Público y Privado con don Manuel Joaquín de Condado» 9.
El «exilio» de su padre en Oviedo, después del episodio Cádiz-Normante, parece que finalizó a comienzos de la década de los noventa, momento en que fue nombrado fiscal del Consejo de Castilla. Es muy posible que este nuevo e importante nombramiento supusiera la reunión de toda la familia en Madrid, lugar a todas luces más conveniente para las expectativas profesionales de los dos hermanos, José y Bernabé. Según relataría años más tarde uno de los hijos de José, a partir del nombramiento de D. Felipe como fiscal en el Consejo de Castilla, le auxilió «en el despacho de los negocios […], formando extractos, examinando las obras de consulta [y] preparando los elementos de utilísimos trabajos» 10. Fue también el momento en que empezaron a salir a la luz una serie de trabajos, unos en colaboración con su hermano, otros debidos en exclusiva a él. Su vinculación con la Real Sociedad Aragonesa quedó confirmada al ser nombrado socio de mérito por sus notas y comentarios en forma de Suplemento a un Apéndice de la educación popular de Campomanes. Dos años más tarde, en 1796, participó en un concurso abierto por ésta con una memoria titulada Disertación sobre las causas de la despoblación del reino de Aragón y medios de realizar su comercio expedito y floreciente (1796).
El titulado Suplemento al Apéndice de la educación popular, de 1794 11, parece confirmar, tal como afirma la profesora Fonseca, la vinculación de Campomanes con los Canga Argüelles, no sólo personal, sino también intelectual 12. En esa obrita, Canga reproduce dos discursos del arbitrista Martínez de Mata encontrados en la biblioteca de los dominicos del convento de San Ildefonso de Zaragoza. El curioso y casi mesiánico personaje había sido objeto de especial atención e inspiración, como sabemos, para Campomanes en sus reflexiones sobre la industria popular. En el primer volumen de su Apéndice a la educación popular (1775) había editado el Epítome del granadino y en el cuarto hizo lo propio con ocho de sus discursos. Éstos, sin embargo, le habían llegado a través de la copia de unos originales conservados en Méjico, sin que por su parte, tal como afirma, «hubiera podido encontrar los discursos de este gran político, a pesar de las exquisitas diligencias que he hecho en su busca…» 13. Algo de razón, por tanto, había en Canga cuando se enorgullecía de haber sido el descubridor de dos nuevos discursos y, además, originales, con los que completar la edición del «ilustre autor de la célebre obra de la educación popular» 14.
Prada, Madrid, Imprenta de Sancha, 1794. Existe reproducción del conjunto de la obra de Martínez de la Mata, con los discursos y el epítome publicado por Campomanes en su Apéndice, y los discursos descubiertos por Canga, en Gonzalo Anes, (ed. y nota preliminar), Memoriales y discursos de Francisco Martínez de Mata, Madrid, Editorial Moneda y Crédito, 1971.
En otro orden de cosas, la influencia de arbitristas como Martínez de Mata o Álvarez Osorio en el Discurso sobre la educación popular de los artesanos y su fomento y, sobre los Apéndices a la educación popular de Campomanes es de sobra conocida. Ver, al respecto, las diversas alusiones al tema en V. Llombart, Campomanes, economista y político de Carlos III, Madrid, Alianza Editorial, 1992, pp. 63, 137 o 252; concretamente, en la p. 238 podemos leer a propósito de la pasión por los libros del asturiano que «en ese contexto se produce la aparente paradoja de que casi al mismo tiempo en que está editando en los Apéndices a la educación popular las obras de escritores arbitristas, como Álvarez Osorio y Martínez de Mata, entra en contacto con la Riqueza de las naciones de Adam Smith».
El Suplemento al Apéndice de la educación popular va precedido de una pequeña introducción del propio Canga, «el editor», en la que queda de manifiesto hasta qué punto el joven economista sentía una profunda admiración por Campomanes y cómo interpretaba su propia labor dentro de la más amplia y general tarea de contribuir a formar la «Historia económica y civil del reyno», aquella precisamente de la que tanta «falta… tiene la Nación». Sus aportaciones en forma de notas a los textos de Martínez de Mata no son excesivas. Hay en él una conciencia y un cierto pudor admirativo hacia el gran Campomanes que le coarta a la hora de hacer alarde de una erudición y de unos conocimientos que empezaban a ser ya sólidos. «Al texto del autor —dirá Canga— he añadido algunas notas ligeras, absteniéndome de poner otras muchas, por no repetir aquellas con que sabiamente ha ilustrado el epítome, y ocho discursos el enunciado Autor del Apéndice a la Educación Popular» 15. Con todo, un rastreo de las mismas da cuenta de la receptividad de su autor a lo más avanzado de las medidas tomadas por el absolutismo reformista en materia económica y social.
El admirador de Campomanes y discípulo de Normante era un joven que, prudentemente, mostraba ya, desde una perspectiva de globalidad proporcionada por la naciente economía política, cierto espíritu crítico hacia los postulados sesgadamente «industrialistas» o «gremialistas» derivados del mercantilismo de Martínez de Mata. Ante la afirmación de éste de que «las artes» son la parte y «el nervio más principal» del sistema, Canga introduce una afirmación de moderado sesgo fisiocrático criticando el olvido de la agricultura 16. Su sentido de un sistema económico interdependiente queda patente también en la superación de cierta unicausalidad a la hora de establecer los males que en su momento se causaron a las artes y al comercio. Empeñado Martínez de Mata en atribuir a la introducción de géneros extranjeros la razón de todos estos males y del subsiguiente despoblamiento, no tiene más remedio Canga que abrir el abanico de las responsabilidades en una crítica indirecta pero certera a los postulados proteccionistas del viejo sistema mercantilista. Otras causas, según nuestro autor, concurrieron a los males del sistema productivo español y al despoblamiento del siglo XVII: desde la expulsión de los moriscos hasta las muertes causadas como consecuencia de las precedentes guerras de Carlos V, pasando por otras de menor importancia, pero no menos significativas en su simple enunciación, como el número de españoles «cautivos de los moros» o los más de 40 000 que «cada año salían para Roma a sus pretensiones». Pero donde más apunta el nuevo sentido crítico de su reflexión es en la enunciación de una serie de causas que entroncarán con alguno de los tópicos más arraigados y permanentes de su posterior pensamiento: «La holgazanería de muchos que se echaron a pordioseros […], la multitud de religiosos y clérigos […], la multitud de mayorazgos pequeños a que dieron lugar los juros […] y el gran número de días feriados». «Todas estas causas —concluye— se combinaron contra nuestra población, artes y comercio, e introdujeron la miseria y necesidad» 17. El universo del nuevo productivismo formaba parte ya del más joven Canga en una perfecta asunción de la simbiosis que acabaría representando entre utilidad y virtud política. En esa perspectiva se inscribe tanto su ataque al excesivo número de religiosos como a la proliferación de mayorazgos y, sobre todo, su crítica a los viejos valores cristianos de la pobreza:
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