No existe contradicción, desde este punto de vista, entre el Canga de la Guerra de la Independencia, portador de un liberalismo radical, y el que sólo unos años antes sometió a gran parte de la sociedad valenciana a un auténtico empapelamiento en su empeño de recuperar y reconstruir el «espacio de la Corona» desde el que, a su vez, poder recuperar la vieja relación «constitucional» entre el pueblo y su monarca. De la misma manera, tampoco existe contradicción entre este Canga empeñado en la vía de un reformismo patrimonializador y el oficial de la Secretaría de Hacienda que hizo un despliegue admirable, a través de sus informes y memorias, de los más avanzados principios de la naciente economía política.
Las razones últimas por las cuales abandonó su puesto en Madrid y fue trasladado a Valencia siguen sin estar demasiado claras. El mantenimiento o la promoción en momentos tan críticos como los primeros años del siglo XIX debía depender en gran medida de los posicionamientos en el difícil entramado de la redes de poder de una corte que, como la española, no sólo estaba atravesando serias dificultades internas, sino que se movía con bastante inseguridad en el concierto internacional. El difícil equilibrio entre los intereses ingleses y las pretensiones hegemónicas de una Francia revolucionaria, obligaba a maniobrar entre una y otra. Si en un primer momento parecía ser el apoyo de Francia el que podría, según nuestro autor, «contrarrestar el poder británico que nos amenaza más que nunca», pronto sería el peligro francés el más perceptible también para él. A través de sus escritos e informes Canga da muestras de una perfecta conciencia de la decadencia española que aconsejaba, en su opinión, maniobrar de manera más libre y abierta con otras potencias a fin de poder contrarrestar la nada tranquilizadora proximidad francesa. Ya a finales de 1802 contemplaba la situación de España como «muy crítica y expuesta», porque privada de las ricas e interesantes colonias de Santo Domingo y la Trinidad, sin medios para proteger la independencia de las restantes, con una carga inmensa de deudas, sin agricultura ni industria suficientes para llenar las necesidades de sus habitantes, se ve burlada en las esperanzas que la ofrecía su unión con la Francia cuyos procedimientos, perjudicando directamente a sus intereses, la amenazan con una servil dependencia, tanto más funesta y permanente, cuanto recae sobre un estado de debilidad y cuanto su establecimiento en la Luisiana debe darnos mayores sospechas que las que hasta aquí nos producía la vecindad de los Estados Unidos de América 53.
Su opción era clara. La política derivada de los «pactos de familia» estaba arrastrando a España hacia una «servil dependencia» y dibujaba una situación tan delicada que sólo cabía como mal menor «mostrarse menos inexorable que en otras circunstancias» con Inglaterra y, sobre todo, abrir las relaciones comerciales hacia nuevos horizontes con Prusia, Rusia, Suecia, Sajonia o Turquía 54. A fin de cuentas, como diría con cierta ironía, «alguna vez se ha de salir de los errores, huyendo de otras cadenas que las que la combinación de los sucesos políticos nos hace arrastrar en el día» 55.
Sus continuas quejas contra la actitud francesa, considerada cada vez más desleal, especialmente a partir del arancel de 22 de julio de 1802, dejan traslucir una profunda desconfianza hacia tres de los vértices responsables de la situación: el secretario de Hacienda, Cayetano Soler, el de Estado, Pedro Cevallos, y, sobre todo, Manuel Godoy. Hay momentos en que, tras un alambicado y retórico lenguaje, los dardos parecen apuntar claramente al valido como ejemplo de
esos hombres poco instruidos y menos celosos del bien general, que llenos de miedo y amarrados como esclavos a la cadena de los abusos no se atreven a salvar el estrecho círculo que trazan sus funestos eslabones, y sumidos en la ignorancia, sólo tienen poder para alzar el grito impuro y envenenado contra los que, examinando nuestra actual situación, intentan levantar el Estado, fundando su prosperidad sobre las bases sólidas que han cimentado el poder de otras naciones a quienes admiramos y tememos 56.
Daba la impresión que su posición política empezaba a resultar un tanto incómoda. Era, en otro orden de cosas, una muestra más de la batalla entre las «luces» y la «ignorancia» o, si se quiere, entre el «reformismo» y el «despotismo». Las cada vez mayores exigencias que se derivaban de la defensa de los primeros prefiguraban ya futuros y contundentes enfrentamientos que sólo en el nombre recordarían viejos episodios dieciochescos. De momento, José Canga Argüelles sería nombrado, el 11 de octubre de 1804, contador principal del Ejército de Valencia y Murcia. A partir de ese momento, profesional, política y personalmente, aparecería ligado a Valencia desde donde desempeñaría, con un celo extraordinario y una actividad febril, las funciones del cargo que subrogaba en él las del antiguo maestre racional, a las órdenes directas del intendente. En la capital del antiguo Reino, ahora provincia de la monarquía, y desde su nuevo puesto tropezaría literalmente con la realidad de un Patrimonio Real que, pese a la abolición de los fueros seguía estando presente en la estructura política y económica de aquellas tierras y que, además, había sido objeto de serios intentos reformistas a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII. A Canga Argüelles no le resultó difícil entroncar con esa tradición. Su experiencia en este «espacio de la Corona» contribuiría, en pocos años, a su deslizamiento hacia posturas de un liberalismo netamente radical.
[1]Archivo Municipal de Oviedo (A.M.O.), Padrones de vecinos de la ciudad, años 1773 (B-47/2, f. 13 r.º), 1780 (B-47/3, f. 15 v.º), 1787 (B-47/4, f. 81 r.º) y 1794 (B-48/1, f. 15 r.º). En 1773 aparece la familia empadronada en la calle San Francisco; a partir de 1780 en la de los Pozos, muy próxima a la anterior.
[2]Éstos y otros muchos datos que se utilizarán al comienzo de este capítulo están recogidos del libro de Palmira Fonseca Cuevas, Un hacendista asturiano: José Canga Argüelles, Oviedo, Real Instituto de Estudios Asturianos, 1995, especialmente del capítulo I, «Nacimiento y formación de D. José Canga Argüelles», pp. 23-35. Otra fuente inestimable es el estudio preliminar titulado «D. José Canga Argüelles. Su vida y su obra», de Ángel Huarte y Jáuregui, que precede a la edición del tomo I del Diccionario de Hacienda de José Canga Argüelles, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1968, pp. IX-XC. Válido también, salvando su tono panegírico, es el memorial que Felipe Canga, hijo de nuestro personaje, elevó a la consideración de Isabel II a la muerte de su padre para la obtención de un título de Castilla «con la denominación de Conde de Canga Argüelles, Vizconde de Valencia», F. Canga Argüelles, Exposición elevada a S.M. la Reina Nuestra Señora, Madrid, Imprenta y Librería de D. Vicente Matute, 1852.
[3]A. Huarte y Jáuregui, «D. José Canga Argüelles…», p. X. Noticias sobre el enfrentamiento entre Normante y el padre Cádiz en J. Sarrailh, La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII, México, F.C.E., 1957, pp. 278-280. Sobre la significación de fray Diego de Cádiz en la construcción del pensamiento reaccionario antiilustrado, J. Herrero, Los orígenes del pensamiento reaccionario español, Madrid, Alianza Editorial, 1988, pp. 142-147. Es inexacto, por exagerado y lineal, concluir, como hace Huarte, que a partir de este episodio protagonizado indirectamente por el padre se fraguó «el criterio político contrario al régimen absoluto de Canga Argüelles, con arreglo a las tendencias liberales que por entonces comenzaban a divulgarse»; o que el episodio supusiera ya una especie de adelanto a su animadversión hacia los ministros de la religión (p. XI de su «D. José Canga Argüelles…»).
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