Lucrecia Maldonado - Doce cuentos decembrinos

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"Vivir una aventura como la que estás a punto de comenzar es navegar sobre un universo que quizás lo vives a diario. Diciembre es una obra literaria con un tinte un tanto cómico, con una esencia crítica sobre detalles complejos de la existencia del ser humano y a la vez con el deseo de brindar una mano amiga a las problemáticas sociales, en esos temas sobre los que en ocasiones nos cuesta alzar la voz.
Al atravesar cada una de las páginas de esta obra podrás dar respuesta a varias interrogantes que de seguro te has cuestionado en algún punto de la vida.
Definir o encajar a este conglomerado de cuentos es una tarea compleja, pues cada uno tiene un color distinto que al finalizar estoy seguro será el mejor arcoiris que habrás cursado, o al menos uno de los mejores" (Wladimir Iza).

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Avanzaron un poco más en el tiempo, y en el mismo centro comercial se acercaron a una de las cajas en donde la gente pagaba sus compras. Una muchacha atendía al público sin poder contener las lágrimas. Con la voz quebrada, requería las respuestas necesarias para cobrar y despachar la mercadería. En las pausas, con un extraño pañuelo que no era precisamente de tela, se limpiaba los ojos y la naricita enrojecida. Una señora le preguntó qué era lo que tenía. La muchacha se encogió de hombros, hizo un puchero y dijo:

-Nada, señora, gracias. No se preocupe.

La señora insistió. La muchacha hizo otro puchero y dijo:

-No puedo hablar de esto con clientes, pero usted me inspira confianza. (Suspiró) Me tocó el turno del veinticuatro por la noche. No voy a poder viajar a celebrar con mi familia, como quisiera.

Mammón apartó a Scrooge de la caja y le preguntó, con un guiño:

-¿No te recuerda a algo… o mejor, diríamos… a ‘alguien’?

-Pero tiene razón… su familia.

-¡No te hagas, viejo zorro! ¿Durante cuánto tiempo no fuiste capaz de darle un minuto libre por Navidad al sufrido de Cratchit? Igual llegaba a su casa con la nariz roja, aunque les decía a sus hijos que era por el frío. Alguien tiene que trabajar para que otros puedan gozar, y sobre todo comprar. Eso es lo que importa. Porque por más que se diga, la gente siempre hace compras de última hora. Ahora es peor, porque la gente no se reúne solamente a cenar y a divertirse. Y tampoco se trata solamente de dar juguetes a los niños, no. Ahora se dan regalos a niños y adultos, a los jefes, a los profesores de los hijos, a los novios y a las novias, a los “amigos secretos”, y a cualquier otra persona con la que quieras quedar bien. Eso implica que todos tienen que comprar y comprar y comprar. Y que alguien los tiene que atender. ¿No te parece? Si no, no se va a ganar todo lo que se podría. Ella, la muchacha que acabamos de mirar, tiene un bebé de dos años con un problema de salud que se llama síndrome de Down en otra ciudad. El niño vive con su abuela porque ella no lo puede cuidar. Siempre le ayudaron para que fuera a reunirse con ellos en Navidad, pero este año las ventas van a subir y la empresa no se puede dar ese lujo.

Pensativo, Scrooge murmuró:

-Bob Cratchit… Tiny Tim…

-Ahorita ya son polvo, mi querido Ebenezer. Y tú también lo serías si no fuera por este viaje con el que te estoy mostrando las ventajas comerciales de la Navidad. Y no hay flores en tu tumba… ni en la de ellos. ¿Quieres ver más?

Y sin darle tiempo a responder le fue llevando de ciudad en ciudad, de centro comercial en centro comercial, en donde la gente se apretujaba mirando la opulencia de los árboles navideños de más de diez metros, armados en faraónicas estructuras de metal, y las orondas figuras del nuevo rey de las navidades recontra futuras: Papá Noel. El mundo estaba lleno de muñecos de nieve de utilería, de guirnaldas de brillo metálico, de esferas de colores de todos los tamaños, de trineos y de renos que parecían engendros. Para dar conversación, le preguntó al cuarto espíritu:

-¿Y… el Niño Jesús?

Mammón se echó a reír a carcajadas una vez más:

-¿Quién? Ah… él también es un buen pretexto. Ayuda a que la gente se sienta buena. Y la gente rica, cuando se siente buena, compra mucho más. Vamos a ver otra cosa, esto es lo que se llama el “Agasajo navideño” en el orfanato. Ven, no temas.

En unos extraños vehículos algunas personas llegaban, cargadas de cubos de tamaño variable envueltos en papel brillante y colorido. También venían niños y niñas vestidos con túnicas rojas con cuellitos de piel falsa, como imitando el uniforme del personaje que ya se había visto en los almacenes un rato antes. Todos se reunieron en un patio. Era claro quiénes eran los ricos y quiénes eran los pobres, aunque estos últimos estaban vestidos con esmero y se veían muy limpios. Mammón explicó, como si se tratara de un débil mental:

-Aunque los paquetes se vean tan vistosos, no son juguetes nuevos. Son los juguetes que los niños del coro ya no usan. Del año pasado… Claro que, para que nadie se sienta mal, se pide que sean “en buen estado” y que por lo menos los traigan limpios. Pero sabes que, al salir de aquí, con la conciencia muy tranquila, además, estos niños irán de la mano de sus papás a comprar una serie de aparatos y de juegos de última generación como premio a su generosidad y a su caridad. Y no serán cualquier cosa: muñequitas, carritos, dados… No. Son aparatos que ni has imaginado jamás, pequeños cuadraditos de un extraño material que permiten comunicarse con gente en países lejanos y tienen series enteras de juegos mentales o no tanto para hacer las delicias de cualquier aburrido. Porque en esta época a la que hemos llegado, los niños se aburren mucho. Bueno, no todos… hay otros que trabajan para que estos no se aburran. ¿Quisieras ver?

De golpe, la escena cambió: en un enorme galpón, apenas iluminado, cientos de niños y mujeres de todas las edades armaban cuerpecitos de muñecas rubias y estilizadas. Scrooge miró interrogante al cuarto espíritu, quien le explicó:

-Estamos en una fábrica de muñecas, en un lugar del mundo en donde no existe la Navidad. Para nadie. Pero gracias a estos niños, a estas mujeres, los del otro lado del mundo pueden festejar y celebrar con lindos regalos. ¡Y no tan caros, Ebenezer! Porque las personas que trabajan aquí no exigen nada. Con que se les deje vivir… Y como no saben lo que es la Navidad ni siquiera van a exigir el aguinaldo, el regalo, el día libre…

Scrooge sintió un ligero mareo. Miró con más desconcierto aun al cuarto espíritu, que sonreía cínicamente mientras continuaba con su explicación:

-Sí, Ebenezer, sí. Porque, claro, muy lindo todo: el abrazo familiar, la reunión, la comida, el regalo que supuestamente habla más de cariño que de interés u ostentación, el día libre al empleado y todo lo que quieras. Pero nada es gratis, mi querido Ebenezer Scrooge, y tú lo sabes mejor que cualquiera. Tenías razón cuando te encerrabas en tu casa a refunfuñar porque la Navidad era una joda en tu vida. En lo que no tenías razón era en pensar que solo tú eras el jodido. Porque para que una mitad del mundo disfrute de unas fiestas de dudosa procedencia, la que realmente se tiene que joder es la otra mitad: estos niños, estas mujeres, cientos de miles como ellos… todos aquellos que hacen turnos para que el resto de sus compañeros de trabajo puedan descansar en hospitales, en farmacias, en estaciones de policía y gente que apaga los incendios muchas veces provocados por los mismos árboles de navidad. Pero… ¿sabes qué, Ebenezer? No me voy a hacer ahora el crítico. Solamente te muestro que, hagas lo que hagas, la Navidad seguirá existiendo, con su cuota de oropel, con las obligaciones que genera el supuesto cariño, y por supuesto, con sus hordas de mártires, con sus muertos y heridos, con sus mendigos que te ayudan a sentirte bueno y caritativo, con sus orfanatos que te ayudan a pensar que tu vida tiene sentido y que tus juguetes viejos son lo mejor que hay, tal vez solamente superado por el nuevo regalo que te vendrá en este año. Entonces, mi querido Ebenezer, en lugar de tragarte el cuento de tus tres famosos fantasmas, creo que lo que deberías hacer es colocarte del lado de los que ganan en la Navidad. Pero de los que ganan de verdad, no abrazos o cariño, esas cosas que después de la emoción se vuelven paja, no. ¡Dinero! ¡Oro! ¡Acciones! Así hasta podrás pagar para morir en un hogar de ancianos decente en donde nadie venga a hurgar entre tus cosas, y también podrás pagar para que alguien, aunque no te haya conocido nunca en tu vida, se ocupe de que tu tumba siempre esté limpia y con flores frescas, que es en últimas lo que te motivó a cambiar de actitud hace apenas una noche. El cariño es una farsa, mi querido viejo, y siempre lo supiste. La mayoría de gente te estima por lo que le puedes dar, aunque sea la sola seguridad de sentirse generosos y caritativos y de suponer que ese niño que supuestamente nació en estas fechas (aunque los entendidos sabemos que no es así) los llevará finalmente gracias a sus méritos a gozar de la gloria eterna cuando se mueran, por el solo hecho de haberse ocupado de un viejo gruñón y solitario como tú.

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