-Sí: soy. El que faltaba: el cuarto espíritu. El señor Scrooge sintió que su vida podría terminar en pocos momentos, pero no fue así. Su viejo corazón golpeteaba desordenadamente en todas direcciones, tanto que pareció una broma cuando el cuarto espíritu repitió:
-No temas. No tengas miedo.
Y curiosamente, esa insistencia comenzó a tranquilizar al anciano.
-¿De qué navidad eres tú el espíritu? –preguntó, como un niño ingenuo.
El cuarto espíritu se echó a reír como si le hubieran contado el mejor chiste de toda su existencia, tanto que el resplandor rojizo iluminaba toda la estancia, crepitando, y las paredes retemblaban con sus carcajadas. Luego proclamó:
-¡Soy Mammón, el dios de la riqueza, el verdadero espíritu de todas las navidades que vendrán a partir del día de hoy!
-¡No! ¡No! –protestó el señor Scrooge, también con energía– ¡Eso no es verdad! ¡El espíritu de la Navidad es el amor, el amor de la familia, el amor de Dios, el Niño Jesús en el pesebre de Belén…!
Mammón, el cuarto espíritu, rio con ironía:
-¿En serio?
Con la voz vacilante, Scrooge sentenció:
-Muy en serio. Lo aprendí hace apenas una noche.
Mammón, el cuarto espíritu, se echó a reír una vez más:
-Juegos de tu mala conciencia, mi querido Ebenezer. Miedo de morir solo, que es el más destructivo y estúpido miedo que existe, porque si te pones a pensar un poco, nadie se muere acompañado, ni siquiera en una muerte masiva. Y si después la gente se reparte tu ropa encima de tu cadáver todavía tibio y tu tumba está cubierta de maleza sin una triste flor, tú ni siquiera te vas a dar cuenta.
-No es solo eso –tartamudeó el señor Scrooge–. Que muera yo, que soy un viejo, pero el pequeño Tiny Tim…
-Tú no tienes control sobre eso, Ebenezer, y lo sabes bien. La vida de Tiny Tim no te pertenece ni depende de ti, y las lágrimas de sus padres son una consecuencia natural del dolor que esos sucesos causan. Después se secan. O se agotan. O alguien más muere de la pura tristeza y en alguna parte del universo se vuelven a encontrar. Ustedes, los humanos, están llenos de dramas inútiles. Pero ahora no he venido a hablarte de estas obvias verdades, que creí que conocías hasta que te dio por ponerte sentimental. Vine… diríamos… a hablar de negocios.
-¿De negocios? ¿Qué negocios? –preguntó Ebenezer Scrooge, y en seguida se arrepintió de no haber podido disimular ese resto de ambición que le quedaba en alguna parte del alma o del cuerpo.
Mammón se cruzó de piernas (o de patas) en su trono de leños a medio chamuscar, y volvió a emplear el sarcasmo y la ironía:
-Mira, Ebenezer, ya dejemos de hacernos los pendejos, con perdón y mejorando lo presente. Tú vivías una vida miserable no porque odiaras la Navidad, sino porque no conocías su potencial. Eso era todo. Creías que era cuestión de darle vacaciones al buenazo de Bob que se iba por la calle con su cara de víctima (y así de paso te hacía quedar pésimo) y perder el tiempo en fiestas, cenas y regalos, lo cual significaba una gastadera de plata que no veas. Pero lo que ocurría es que solamente estabas mirando un lado del asunto, y no eras capaz de situarte en otra perspectiva.
-Sí, eso creía, pero ahora…
-Ahora crees que es cuestión de abrazarse, besarse e invitarse a comer con tu gente querida y así ser feliz, aunque pierdas el dinero del día no trabajado por tus empleados, y si te enfermas en enero no tengas con qué pagar una taza de té de manzanilla. Pero ni te diste cuenta de que se podían juntar las dos cosas, de manera que ganes todo ese cariño y no pierdas un centavo. Es más: podrías ganar millonadas de plata con el pretexto de “El Niño Jesús”, el amor familiar y todas esas cosas que mencionaste tan conmovido hace un instante.
El señor Scrooge sintió que algún resto del polvo de piedra molida que había quedado dentro de su corazón, recientemente ablandado, se congregaba hasta ir formando un pequeño guijarro que se solidificó de inmediato. En el fondo, todavía no se había percatado del tamaño de la renuncia que representaba para él convertirse un entusiasta de la Navidad en lugar del viejo gruñón que rezongaba porque todo era una infame pérdida de tiempo y de dinero a fin de año. Hacía rato que aquel engendro le provocaba más curiosidad que miedo, a pesar de todos sus buenos propósitos; pero olvidando con quien hablaba, decidió fingir cierto tipo de inocencia, y comentó:
-Bueno, los otros tres espíritus me hicieron, diríamos, una… un…
Las carcajadas del cuarto espíritu volvieron a resonar en todo el aposento:
-Ah, viejo zorro. Me quieres engañar, a mí, uno de los maestros del engaño, pretendiendo que te dé otro paseo sideral y temporal como esos pobres y tristes seres que me precedieron en esta tarea. Pero no tengo problema. Solo que yo no te mostraré tus tres tristes navidades pasadas, presentes y futuras. Yo hago todo a lo grande. Y por eso te voy a dar un paseo por las navidades de dentro de cien o doscientos años, si te animas, claro. Ven, trepa a mis espaldas, y agárrate bien fuerte porque yo no voy a andarme con miramientos por tu edad o cosa parecida.
Con la agilidad proporcionada por el entrenamiento intensivo de la noche anterior, Ebenezer Scrooge se encaramó en las broncíneas espaldas de Mammón y se abrazó a su cuello. En un instante, con un ruido atronador, atravesaron la pequeña ventana y se perdieron en medio de un campo de lucecitas que se convertían en líneas plateadas a causa de la velocidad con la que cruzaban el éter y también los años y las décadas.
El primer lugar en el que aterrizaron era un sitio extraño, repleto de estanterías en donde se miraban esferas de colores, reproducciones del portal de Belén en todos los estilos y tamaños posibles, velas escarchadas, muñecos de nieve, y sobre todo la repetida imagen de un viejo rollizo vestido de rojo. Scrooge miró la cara de Mammón y le encontró un cierto parecido con este último personaje, pero no dijo nada porque fue él quien informó:
-Todavía no es diciembre. Estamos en un conjunto de almacenes que se llama centro comercial. Y esto, aunque no lo creas, es una farmacia, una botica, que desde hace rato no vende solamente medicinas sino artículos de todo tipo. Como verás, ya se están vendiendo los adornos navideños que da contento. Tú no tienes idea de cuánto dinero se puede ganar solamente con la venta de estas chucherías.
Sobre la percha donde reposaban los adornos, un letrero impreso rezaba: “Prepare con tiempo su Navidad.”. Sorprendido, Scrooge preguntó, si no era diciembre, qué mes era. Mammón volvió a reír estentóreamente:
-Septiembre, principios de septiembre del año 2014. Y esto es apenas el principio. Avancemos un mes más, si quieres. O dos. Lo que más llamó la atención de Scrooge a fines del mes de octubre fue ver en la entrada de un enorme local en donde se vendía de todo, incluso comestibles, un letrero junto a la caricatura de un pavo aparentemente sorprendido, en el que se leía: “¡Reserve su pavo ya!” El cuarto espíritu le mostró los pavos, y Scrooge estuvo a punto de desmayarse:
-Un pavo no es de ese tamaño.
-Ahora sí, Ebenezer. Les dan un tipo especial de alimento, les inyectan medicamentos. Así consiguen que crezcan hasta ese tamaño. Los crían en lugares en donde desde polluelos ni siquiera pueden moverse, y gracias a esto toda la población de esta ciudad podrá deleitarse con una buena cena de Navidad. Bueno, toda la población de esta ciudad que pueda pagársela…
-Pero… pero es octubre, dijiste…
-¿Y? Se pueden comprar una máquina que fabrica frío, eso existe ahora, y es un buen regalo de Navidad. Ahí el pavo reposará como nuevo durante lo que falte para nochebuena o navidad.
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