a) Buscar la oveja perdida
Para Francisco se hace necesaria una real actitud de atención hacia los que están más lejos. Acercándonos a la parábola lucana de la oveja perdida 9, Francisco no define de quién se trata. Cabe decir que aquella oveja perdida no está condenada a ninguna calamidad, sino que es objeto de una misericordia plena, una misericordia absoluta, no condicionada, no juzgada, una misericordia limpia y transparente. El pensamiento bergogliano desemboca en un lenguaje directo, fruto de una experiencia espiritual exigente fundada en los ejercicios espirituales ignacianos, los cuales desean aterrizar en la vida concreta y alejarse de espiritualidades desencarnadas, y que muy a menudo derivan en opciones pastorales y de vida llenas de abstracciones.
Esta manera de desarrollar el pensamiento en Francisco conduce a la petición rotunda y exigente de una conversión pastoral misionera decidida y clara. Una conversión que reclama no confundir la acción pastoral personal con la acción misionera de la Iglesia, indicada por el mismo papa Francisco, en la que se pide a todo el pueblo de Dios una acción corresponsable y compartida, desde el rol irrenunciable de cada miembro.
b) El mecanismo del hermano mayor
Muy a menudo, en este proceso de conversión aparece el mecanismo del hermano mayor de otra conocida parábola lucana 10. Este mecanismo se ve sujeto a la experiencia del descubrimiento de un «amor mayor» que remitía al propio sujeto, desvalorizando el propio sentido de lo vivido por uno mismo. Así, el hecho de caer en el mecanismo de un deseo de no implicación personal en la propia existencia acaba por reducir también el valor del sentido y significado de este «amor mayor», que es propio de Dios mismo.
El pensamiento de Francisco intenta buscar aquello que complete la propia existencia, y por eso se trata de un pensamiento dirigido a crecer en la audacia, superando los propios límites, hablando así de procesos antes que de resultados o eficacia 11.
La capacidad de generar procesos significa básicamente crecer en la confianza, crecer en la fe y la convicción de que la Palabra de Dios tiene su propia fuerza, su propia capacidad incisiva en la realidad de la persona y, por tanto, del pueblo de Dios.
Como pueblo de Dios a veces deseamos encontrar más «navegadores» que «brújulas» 12, esto es, fórmulas pastorales de última generación antes que instrumentos de formación y acompañamiento de procesos. ¿Cuántas veces hemos convertido en «difícil» aquello que compete a todos y en «fácil» aquello que solo unos pocos pueden alcanzar? El lenguaje de Francisco es accesible, comprensible, tanto a creyentes como a no creyentes. Francisco desea «acariciar» este mundo nuestro haciéndose entender, y por eso utiliza imágenes surgidas de la misma Palabra de Dios, a la vez que elementos de la cultura contemporánea. Este recurso icónico se precisa básicamente por el fácil acceso al mensaje y al contenido del mensaje, rompiendo así las barreras propias del lenguaje de los diversos pueblos, para facilitar la construcción de caminos diversos y alcanzar la unión del único pueblo de Dios. Francisco rechaza un lenguaje solo para iniciados o expertos, para comunicarse más allá de lo previsto y así recuperar muchas relaciones que parecían estar perdidas, para recuperar a muchas personas que estaban alejadas 13. El planteamiento misionero de Francisco sitúa la inquietud de poner a la persona en el centro del interés pastoral y, como consecuencia, imaginar la construcción y reconstrucción del pueblo de Dios, como un pueblo grande, plural, rico en carismas, diversidades, perspectivas y concreciones del Evangelio.
Al final, lo más decisivo es entender que el «navegador» no sirve, y esto no es fácil de entender. La mayoría de pastoralistas entiende la oportunidad de utilizar recursos adecuados, precisos para alcanzar una mayor difusión del mensaje evangélico. Esto no sucede de la misma manera en el planteamiento de Francisco, que no mide los diversos elementos en función de una estrategia pastoral, ya que no precisa de un tipo de solución prefabricada, ni mucho menos preconcebida con anterioridad. La pastoral que vive Francisco no es algo cocinado en un laboratorio 14, sino que se trata de una exigencia vital de «salir» de nuestros laboratorios para comunicar, discurrir, entender la profundidad del anuncio del Evangelio y observar su belleza en la aventura apasionante de su vivencia, y esto exige un compromiso personal de ir más allá de uno mismo. Entonces surge una nueva pregunta: ¿deseamos un pueblo grande?, ¿tenemos miedo de un pueblo grande que va más allá de nuestros propios límites, de nuestros propios prejuicios?, ¿deseamos ir más allá de la imagen de un cristianismo situado en ciertas seguridades?, ¿qué pensar de un cristianismo de pequeñas realidades, de minoría?, ¿seríamos capaces de aceptarlo?
La «opción de Benedicto» 15–cito un texto publicado hace aproximadamente un año– desarrolla comprensiones en algunos sectores, de reducción, de limitación, de defensa, de un cristianismo reductivo. En este caso, la experiencia pastoral de ciertas realidades nos impide observar con nitidez la distinción entre lo que comúnmente se ha denominado como «los de dentro» y «los de fuera». Cuestión que nos invita a reaccionar y repensar sobre qué tipo de evangelización, qué manera de predicación se ha desarrollado, qué estilo de experiencia cristiana se ha transmitido con los que frecuentaban nuestros templos. ¿Cómo hemos proporcionado elementos suficientes para que el mismo pueblo de Dios se convierta en un pueblo misionero, capaz de comunicar, transmitir y vivir la aventura de la fe? Hoy en día no podemos, ni debemos, dar por supuesto ningún tipo de situación; se hace imprescindible afrontar la realidad, y de ahí nos cuestionamos con un profundo respeto y una exigente sinceridad: ¿deseamos hablar con todos?, ¿deseamos comunicar lo profundo y esencial de nuestro corazón, de nuestra fe?, ¿deseamos redescubrir lo esencial de nuestro kerigma?, ¿nos interesa recuperar «el hermano menor» que ha vuelto a la vida, de una manera totalmente cambiada a como nosotros mismos lo habíamos conocido con anterioridad, o bien aquel era simplemente un «hijo más del Padre» con el que nosotros no teníamos ningún tipo de relación, y con el que, además, debíamos diferenciarnos radicalmente?
3. Un pueblo protagonista
Así pues, nos encontramos ante el reto de construirnos como un pueblo protagonista de la misión, nunca pasivo de la construcción del reino de Dios. Una misión vivida no de manera extraordinaria en su actividad, sino radicalmente de una manera permanente, espiritual, un pueblo que se concibe «para y hacia los otros». Se trata de una Iglesia absolutamente fijada en la perspectiva misionera, en oposición a cualquier forma de clericalismo, ya sea en los clérigos, ya sea en los laicos.
Se presenta, pues, la imagen de un pueblo grande ante el cual somos invitados a desarrollar una pertenencia real 16y de tipo afectivo, personal, familiar y, al final, universal. No a hundir nuestras convicciones en una experiencia o en un planteamiento de tipo populista, porque no hay nada más lejano de la imagen del pueblo de Dios que una visión uniforme o una visión difuminada. El pueblo no puede observarse como un conjunto de realidades diversas yuxtapuestas ante las cuales surjan respuestas o soluciones prefabricadas y fáciles en tiempos de incertidumbres, como este momento de globalización contemporáneo.
4. Dios promete un pueblo
La experiencia de san Pablo ante la comunidad de Corintio 17resulta una imagen precisa de esta configuración del pueblo que Dios ha diseñado, más allá de la suma individual de sujetos. Dios ha prometido y da a Pablo un pueblo. La situación de la ciudad de Corintio no respondía a la configuración de una convivencia fácil, agradable, próspera. La concepción y aceptación de una propuesta de tipo evangélica, en la que se incluye el reto de construcción de una comunidad, no es ideal.
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