7. Conclusión
La opción por los pobres es una de las líneas de fuerza que debe marcar el futuro de la Iglesia. Aquellos son un elemento esencial en el mensaje de Jesús y constituyen un don y una tarea para la Iglesia. Son un don porque representan el Evangelio vivido y acercan a él. Son una tarea eclesial porque la amistad con ellos ayuda a construir una Iglesia que empiece desde las periferias. Los pobres son esenciales en la vida de la Iglesia, y la tarea de cuidarlos no se puede delegar a un sector eclesial, ya que pertenece a la estructura histórica de la confesión de fe. Acoger a los pobres no es una acción asistencial –como la que podría hacer una administración pública–, sino una acción esencial en relación con el Evangelio de Jesús: los pobres siempre estarán en la Iglesia y habrá que hacerles el bien, es decir, acogerlos, integrarlos y amarlos como hermanos más pequeños del Señor Jesucristo. Lo que le hacemos a uno de ellos se lo hacemos al mismo Jesús (Mt 25,40). Como afirma el papa Francisco, la Iglesia debe ser «casa de los pobres» (EG 199), a imitación de Jesús, Mesías de los pobres.
La misión de la Iglesia es comunicar el Evangelio, pero el anuncio evangélico puede ser incomprendido o quedar ahogado «en un mar de palabras», como destaca Juan Pablo II, si no va acompañado de una opción preferencial por los pobres (cf. EG 199). Más aún, la atención a los pobres es un signo excelente de credibilidad de la predicación del Evangelio. Sin un testimonio de cercanía y de atención por los más pequeños, el mensaje de Jesús puede quedar diluido entre un enjambre de propuestas de salvación que pueblan la cultura actual. El amor por los pobres no solo ayuda a entender el corazón del Evangelio, sino que es un elemento fundamental para vivirlo. Por otra parte, como ya apuntó el teólogo Yves Congar en una conferencia de 1964, los pobres son un medio o camino para encontrar a Cristo, ya que en su vida germinan semillas evangélicas que despiertan el espíritu de quienes los conocen y se hacen amigos suyos. La vida de los pobres es evangelizadora. Su testimonio puede suscitar el descubrimiento de Cristo en ellos y llevar a un encuentro personal con Jesús.
El mismo Congar escribió en el libro Chiesa e povertà (1968) que no se puede vivir plenamente el misterio de la Iglesia si están ausentes los pobres. Una Iglesia sin los pobres queda sumergida en la mundanidad espiritual y pierde la dimensión profética que los pobres le recuerdan cada día. Una Iglesia que no cultiva la amistad con los pobres se convierte en una organización de tipo asistencial, benemérita por sus acciones a favor de aquellos, pero cerrada en sus instituciones y carente de misericordia hacia los preferidos del Reino. Estos son miembros, como nosotros, de la Iglesia, «la comunidad de los salvados que viven la alegría del Señor», no simples usuarios de «una ONG, de una organización paraestatal», como subrayó el papa en la homilía conclusiva del Sínodo de los jóvenes (2018). Por eso el mensaje sobre los pobres no se puede relativizar ni diluir. Como afirma Andrea Riccardi en el libro La sorpresa di papa Francesco (2013), «la Iglesia amiga de los pobres no tiene miedo de la ternura hacia los débiles».
En pocas palabras, la misericordia es el marco teológico y pastoral del encuentro con los pobres, tanto por parte de Dios, que siempre toma la iniciativa en el amor a los más pequeños, como por parte de la comunidad de fe y de amor que es la Iglesia, que ha recibido del Señor Jesucristo el Evangelio que salva. Una Iglesia madre de misericordia y servidora de los pobres se convierte en el alma del mundo gracias a la fuerza de su profecía. Esta Iglesia trabaja para que crezca en las sociedades globales una cultura de la misericordia que permita superar las tendencias de enaltecimiento del yo, como explica el papa Francisco en la carta apostólica Misericordia et misera (n. 20). Esta Iglesia celebra la eucaristía, memorial del sacrificio misericordioso de Jesús, poniendo juntos el altar, la Palabra y los pobres. En palabras que Olivier Clément escribió en su libro Dio è simpatia (2003), el «sacramento del pobre» está cerca del sacramento del altar. Por eso hay que venerar tan intensamente la carne sufriente de los pobres como la carne de Cristo glorioso.
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