Varios autores - Francisco, pastor y teólogo

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Los días 12 a 14 de noviembre de 2019 tuvo lugar en la sede del Ateneo Universitario Sant Pacià (AUSP), de Barcelona, el congreso internacional dedicado al análisis y visión de «La aportación del papa Francisco a la teología y a la pastoral de la Iglesia», con la pretensión de entrar en una mayor comprensión y recepción de sus intuiciones teológico-pastorales. Se subraya la estrecha relación entre el campo de la reflexión y el de la acción, teología y pastoral. El papa Francisco es un hombre lleno del Espíritu -y, por tanto, lleno de intuiciones- que no hacen de la pastoral algo cercano a la improvisación ni hacen de la teología un sistema cerrado o completo en sí mismo.La capacidad de lectura de la realidad es aguda, precisa, sesgada inicialmente por la propia trayectoria vital, pero complementada por esos ya siete años y algo más de su pontificado. El deseo de relación de diversos datos y realidades humanas marcadas por la esperanza, pero también el dolor del inocente, hacen de estas intuiciones un atento aviso a no construir la reflexión y comprensión de la realidad humana desde lo alto, desde lo abstracto.

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Por otra parte, su situación de necesidad les lleva a «conocer a Cristo sufriente» y a compartir con él «sus propios dolores» (EG 198). Los pobres pueden decir con el apóstol Pablo que han conocido a Cristo y que han entrado en comunión con sus padecimientos (cf. Flp 3,10). Por eso la frecuentación de los pobres enseña que la debilidad y el sufrimiento forman parte de la existencia y que no se puede construir un mundo ficticio en el que todo sería muy hermoso y se olvidarían las carencias que afectan a la persona y su situación vital. En este punto, los pobres son la viva imagen de Jesús, que acepta el rechazo del que es objeto y asume el sufrimiento como forma de cumplimiento de la voluntad de Dios (cf. Heb 5,8).

Los pobres enseñan a entrar en el misterio de la cruz de Jesús y a vivirlo humildemente, evitando caer en la queja sistemática por un destino no deseado. Más bien los pobres ayudan a entender el don de la misericordia, la importancia de saber tender la mano y hacerse solidario de los sufrimientos del otro: «La solidaridad es el tesoro de los pobres», subraya el papa Francisco 18. Y, como afirma el papa Gregorio Magno, los pobres ofrecen la ocasión de actuar con misericordia y despiertan así las muchas energías de amor que todos llevamos en el corazón 19. De hecho, la comunión con los sufrimientos de Jesús significa tanto aceptar el sufrimiento inscrito en la vida como recoger las lágrimas de quien sufre y necesita consuelo. Juan Crisóstomo explica que los pobres humanizan porque sus heridas, equiparadas a las heridas de Jesús, devuelven el sentido de cercanía a los que sufren y al mismo Jesús, y enseñan así qué significa vivir como cristiano 20.

Los pobres, delante de la necesidad, saben pedir y no se cansan de esperar a que alguien tenga misericordia de ellos y les ayude, les escuche y se haga cargo de ellos. Al igual que aquel ciego de Jericó que estaba junto al camino daba grandes gritos para que Jesús lo oyera y tuviera misericordia de él (cf. Mc 10,46-52), los pobres piden que les escuchen en sus oraciones y súplicas. Quien pide se inclina ante el otro, reconoce su necesidad y, como la mujer cananea cuya hija está enferma e insiste para que Jesús la escuche (cf. Mt 15,21-28), no para de pedir hasta que su petición obtiene una respuesta. Los pobres son maestros en la oración porque saben qué significa necesitar ayuda y tener que recurrir a la voluntad de Aquel que puede –y quiere– escucharles.

Los pobres tienen un sentido especial de lo que es justo y bueno, poseen un gusto por el bien y por la justicia. Por eso hay que escucharlos. Cuando Jesús entra en Jerusalén acompañado por una muchedumbre de gente, que lo saluda con ramas de árboles en las manos, los grandes sacerdotes y los maestros de la Ley le riñen, porque los niños de los judíos lo aclaman como Mesías (cf. Mt 21,14-16). Los dirigentes del Templo menosprecian las aclamaciones entusiastas de los niños y de la gente sencilla que acompaña a Jesús, y de algún modo quieren negar todo valor a la palabra profética de los pobres en relación con su mesianismo. Entonces Jesús les contesta citando el Salmo (8,3): «Por boca de chiquillos, de niños de pecho, cimentas un baluarte frente a tus adversarios». Jesús recuerda que la sabiduría de los pobres no se puede menospreciar ni desdeñar. Ellos tienen en su interior un espíritu de profecía que se manifiesta de varias maneras, aquí con una alabanza a Dios.

El papa Francisco concluye a propósito de la maestría de los pobres: «Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos» (EG 198). Los pobres deben ser evangelizados, tal como proclama Jesús en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4,18), y al mismo tiempo deben ser evangelizadores, como los niños de los judíos que anuncian en el Templo la llegada del Hijo de David (cf. Mt 21,15). De hecho, el Espíritu sopla donde quiere y en quien quiere, y en él no hay límites de ningún tipo. Incluso las categorías racionales son sobrepasadas por el impulso del Espíritu, que renueva los corazones y la tierra y es capaz de suscitar la profecía allí donde todo parece estéril. La maestría de los pobres es fruto del Espíritu y se manifiesta en la capacidad que tienen de transformar a las personas que mantienen con ellos una relación de amistad y de afecto. Entonces el que ayuda pasa a ser ayudado, y el que era ayudado pasa a ayudar. Como escribe Andrea Riccardi, «desde los pobres se difunde una luz que hace cambiar y ayuda a ir más allá del límite» 21. Como consecuencia, «estamos llamados [...] a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos» (EG 198). Estas palabras del papa Francisco explican ampliamente que los pobres son maestros en la fe y en el amor, porque hay en ellos, en última instancia, la sabiduría del Evangelio.

6. Los pobres como lugar teológico

«Para la Iglesia, la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica», afirma con rotundidad el papa Francisco (EG 198). Y continúa, citando en este caso a Juan Pablo II: «Dios les otorga su primera misericordia» 22. Esta iniciativa del amor de Dios en relación con los pobres constituye la base de toda lectura teológica en relación con ellos. De acuerdo con el Evangelio de las bienaventuranzas, los pobres son los primeros en el Reino. Jesús les dedica la primera bienaventuranza y así los constituye en los primeros amigos de Dios y de su Reino. Utilizando un neologismo del papa Francisco, «primerear» (EG 24), podemos decir que Dios «primerea» y que los pobres son los frutos primerizos de su Reino, que se hace presente en los hechos y las palabras de Jesús. De hecho, en el relato evangélico de Marcos, el primer contacto de Jesús con la gente tiene lugar en la sinagoga de Cafarnaún, donde un hombre muy enfermo, poseído por un espíritu maligno, es curado por aquel con una autoridad nueva y se convierte así en el primer fruto del Reino en acción (1,21-28). La enfermedad es la pobreza radical. Un pobre, un poseído, es el primero que recibe la misericordia de Dios, de la que Jesús es portador y artífice. Aquel hombre se convierte así en el «primer prójimo» citado en el ministerio de Jesús –sobre esta expresión, véase el apartado 3–.

Una aproximación teológica a los pobres como amigos preferentes de Dios y hermanos más pequeños de Jesús y nuestros encuentra un fundamento seguro en la teología de la encarnación. En Evangelii gaudium 198, el papa Francisco cita Flp 2,5 («tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo») para indicar cuáles deben ser nuestros sentimientos ante la voluntad de Cristo de asumir nuestra humanidad y llevarla hasta lo más profundo de la existencia, rebajándose hasta la muerte. Jesús no menospreció la condición humana, sino que puso entre paréntesis su condición divina («no reivindicó su derecho a ser tratado igual a Dios», v. 6). Él se hizo semejante a los hombres –en todo salvo en el pecado (cf. Heb 4,15)– y su aspecto fue en todo el de un ser humano (cf. Jn 19,5: «Aquí tenéis al hombre»). El Símbolo de Nicea-Constantinopla confiesa que el Hijo unigénito de Dios «se hizo hombre» (et homo factus est).

No obstante, en el mismo himno cristológico de Flp 2 se indica cuál fue el rebajamiento de Jesús, cuál fue su humanidad concreta, histórica. Jesús no fue en esta tierra un hombre poderoso y que gozó de reconocimiento, un personaje que influyó en los destinos del Imperio romano o de su pueblo Israel. Pilato no parece reconocerle, y Herodes Antipas solo había oído hablar de él. Los dirigentes de Jerusalén tienen que enviar a unos maestros de la Ley para comprobar si está endemoniado (cf. Mc 3,22), y el mismo Juan Bautista duda sobre su identidad mesiánica (cf. Mt 11,2-3). El himno de Filipenses tipifica a Cristo como aquel que, aun siendo de «condición divina», tomó la «condición de esclavo» y «se despojó de sí mismo» (2,7). La segunda carta a los Corintios (8,9) lo formula diciendo que, «siendo rico, se hizo pobre por vosotros». Jesús quiso ser pobre, más aún, el pobre: nació y lo pusieron en un pesebre, y para morir lo clavaron en una cruz. Dice el papa Francisco: «La pobreza [...] es tal vez la primera categoría, porque aquel Dios, el Hijo de Dios, se abajó, se hizo pobre para caminar con nosotros por el camino» 23.

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