Queridos asistentes, quisiera agradeceros la participación en este congreso sobre el papa Francisco por lo que representa de adhesión y afecto a la persona de quien preside la Iglesia y las Iglesias en la caridad. El papa es y se siente un pastor a quien el Señor ha encargado guiar a su rebaño y dirigirse por igual a otras ovejas que no son de este redil, pero que también escucharán la voz de Jesús, y así habrá un solo rebaño y un solo pastor (cf. Jn 10,16). Este es el sueño de la unidad de la familia humana, que marca igualmente los primeros compases de la Constitución conciliar Lumen gentium.
Hemos querido visibilizar la proyección universal de nuestro congreso invitando a ponentes provenientes de América del Norte y del Sur, de África, de Asia y de Europa, sobre todo de Roma. Agradecemos hoy, de una manera especial, la presencia entre nosotros del cardenal Luis F. Ladaria, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Agradecemos también la participación de todos los pastores y los expertos que hablarán en este congreso. Pertenecen en gran parte a diversas instituciones académicas que han querido unirse oficialmente a este encuentro. Me refiero a la Pontificia Universidad Gregoriana, al Boston College, a la Universidad Católica Argentina (Buenos Aires) y a la Universidad Católica de África Central (Yaundé) –cuyo Gran Canciller, el arzobispo Jean Mbarga, se encuentra entre nosotros–. Saludo igualmente con afecto a los obispos de las diócesis con sede en Cataluña aquí presentes, miembros del Consejo del Gran Canciller de nuestro Ateneo.
Este congreso constituye una ocasión para escuchar voces diversas, armónicamente conjuntadas, exponiendo e interpretando los primeros siete años de pontificado del papa Francisco y explorando las rutas que el papa ha abierto. Este es uno de los méritos de esta reunión académica, de impronta netamente pastoral, que se propone construir una síntesis teológico-pastoral sobre el pensamiento y la acción del papa Francisco.
UNA IGLESIA EN COMUNIÓN Y SINODAL
Mons. LUIS F. LADARIA
Roma
Introducción
Decía Pablo VI que existe siempre «un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia –tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como esposa suya, santa e inmaculada (Ef 5,27)– y el rostro real que hoy la Iglesia presenta: fiel, por una parte, con la gracia divina a las líneas que su divino Fundador le imprimió y que el Espíritu Santo vivificó [...], pero jamás suficientemente perfecto, jamás suficientemente bello, jamás suficientemente santo y luminoso como la querría aquel divino concepto animador. Brota, por tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación» 1. En esta renovación y reforma ha jugado un papel fundamental, como se sabe, el Concilio Vaticano II, y en la aplicación de este evento eclesial ha tenido un gran peso tanto el pontificado de Pablo VI como el de sus sucesores. Encontramos al papa Francisco en el surco de estos esfuerzos de renovación de la Iglesia.
Hay, sin embargo, un aspecto específico de este pontífice que lo distingue de los inmediatamente anteriores: es el primer papa posconciliar que no participó en el Vaticano II. A la vez hay que decir que se trata de un papa conciliar. Las Constituciones Lumen gentium y Gaudium et spes están constantemente en sus palabras. La «orientación de la Iglesia hacia una nueva etapa evangelizadora», de la que se habla en su programática Exhortación apostólica Evangelii gaudium (EG 17), se desarrolla «sobre la base de la doctrina de la Constitución dogmática Lumen gentium». Junto a esto, conviene añadir inmediatamente que no estamos ante una mera repetición de los textos conciliares, sino de una nueva fase de recepción de los mismos 2. Es sabido que la eclesiología posconciliar ha conocido diversos vaivenes, no libres de extremismos, particularmente respecto al modo de entender la Iglesia pueblo de Dios. Con Francisco se ha retomado con fuerza esta imagen, pero en gran armonía con la eclesiología de comunión, la cual fue calificada en el Sínodo de obispos de 1985 como «la idea central y fundamental de los documentos conciliares» 3.
Por otra parte, y en continuidad con lo anterior, en el magisterio de Francisco emerge más de un elemento implícitamente contenido en el Vaticano II, pero desarrollado ahora plenamente a la luz de lo entonces explicitado. Es este el caso de la sinodalidad de la Iglesia.
En esta intervención me propongo poner de manifiesto la compenetración de la noción de Iglesia pueblo de Dios con la eclesiología de comunión (primera parte), sus consecuencias respecto a la componente cultural de la imagen «pueblo de Dios» y respecto al sensus fidei (segunda y tercera parte), la raigambre de la sinodalidad de la Iglesia en el capítulo II de Lumen gentium (cuarta parte) y algunas consecuencias de esta hermenéutica (quinta parte), con lo que concluiremos estas reflexiones.
1. La Iglesia, misterio de comunión y pueblo de Dios
No se puede dudar sobre la centralidad que la categoría «pueblo de Dios» tiene en el pensamiento del papa al hablar de la Iglesia. Más exactamente, él mismo ha declarado que «la imagen de la Iglesia que más me gusta es la del santo pueblo fiel de Dios. Es la definición que uso frecuentemente, y es la que encontramos en el Vaticano II (LG 12). La pertenencia a un pueblo tiene un fuerte valor teológico: Dios, en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenecer a un pueblo. Nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se realizan en la comunidad humana» 4.
Esta especial sintonía con la Iglesia pueblo de Dios viene de lejos y hunde sus raíces en la «teología del pueblo», característica de su tierra natal, de la cual su pensamiento eclesiológico está profundamente imbuido 5. Según sus propias palabras, «evocar al santo pueblo fiel de Dios es evocar el horizonte al cual somos invitados a mirar y desde el cual debemos reflexionar. Los pastores estamos continuamente invitados a contemplar, proteger, acompañar, sostener y servir al santo pueblo fiel de Dios» 6.
Es en este punto donde se puede apreciar la especial fidelidad del pontífice a la doctrina genuina del Vaticano II, en el surco de una recepción viva que profundiza enérgicamente en lo sustancial y desarrolla lo que entonces se encontraba solo in germine. Su percepción de los contenidos del capítulo II de Lumen gentium gira sobre una noción de «pueblo» lejana de un cierto «populismo» extendido durante el período inmediatamente posconciliar, cuando el concepto «pueblo» era frecuentemente entendido en clave de lucha de clases, según una óptica marxista, o siguiendo una tendencia sociológica y democratizadora.
Lo que evita estos extremos es una aproximación y penetración de la categoría «pueblo de Dios» desde la perspectiva de la comunión. Se ha subrayado, justamente, que, en Francisco, la eclesiología del pueblo de Dios del capítulo II de Lumen gentium está bien enmarcada por la Ecclesia de Trinitate del capítulo I, sobre la Iglesia como misterio de comunión 7. Conviene recordar, en este punto, un aspecto de la génesis de este texto conciliar no siempre tenido debidamente en cuenta. Es frecuente hacer referencia a la novedad que significó la nueva ordenación de los capítulos de la Constitución durante las discusiones en el aula conciliar. De la secuencia Iglesia, misterio, jerarquía, laicos, religiosos se pasó a la secuencia definitiva misterio, fieles, jerarquía, laicos, religiosos, separando del capítulo sobre los laicos del primer esquema lo que corresponde a la general condición cristiana (fieles) y anteponiéndolo al de la jerarquía. De este modo, se hablaba primero de lo que es sustancial y común a todos y luego de las diversas categorías de fieles.
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