Mientras caminábamos hubo un momento en el que pude hablar con Kika a solas para preguntarle qué tal se encontraba. Al parecer, no se acordaba de nada desde momentos después de recibir el mordisco, así que se lo conté todo de nuevo, aunque omití varios detalles relacionados con su comportamiento antes de desmayarse. Creí conveniente que el momento del beso debía quedarse en el olvido, así que decidí no contárselo, al igual que las palabras que había dicho bajo los efectos del mordisco: «El sol poniente tiñe el desierto de un tono carmesí». No sabía lo que significaban esas palabras.
Cuando le dije que cargué con ella corriendo durante casi diez minutos por el bosque se echó a llorar, para después agradecérmelo, y pasó lo mismo al contarle cómo la defendimos entre todos de las hordas de inferis. Como Cristina y Natalie seguían sensibles después de esa experiencia, al escucharla llorar ellas también lo hicieron.
A partir de ese momento hablamos mientras caminábamos hasta que se hizo de noche y Hércules nos dijo de acampar de nuevo en una zona con muy pocos árboles y mucha visibilidad. A pesar de que la luna se encontraba en estado decreciente, entre su luz, la de la hoguera que encendimos y la de nuestros dos farolillos esa noche teníamos una gran visibilidad para poder estar atentos.
En cuanto terminamos de montar las tiendas todas las chicas se metieron en ellas directamente y sin decir nada y en menos de cinco minutos ya estaban dormidas y nos habían dejado a Hércules y a mí solos frente al fuego, mirándonos fijamente durante un buen rato.
—Tenemos que hablar —me volvió a decir el anciano cuando vio que no tenía intención de empezar yo la conversación.
—No ha sido mi culpa —le dejé claro tras un rato al ver que me miraba incriminatoriamente. Él me hizo un gesto de indiferencia, demostrándome que no le interesaba lo que había pasado antes de que llegara al claro con Kika en brazos—. ¿Y entonces qué? ¿De qué querías hablar? ¿Me vas a explicar algo de todo lo que me ha pasado hoy? —le pregunté en tono prepotente.
—Te he visto esta mañana cuando luchabas, tanto antes como después de que yo te pidiera eso, y creo que tu condición de licántropo afecta a tus poderes de una manera alarmante. Porque tu habilidad para el combate es una cosa que parece casi innata y ser semidiós potencia enormemente tu fuerza y velocidad, pero al ser licántropo tendrás poderes que ni te puedes imaginar y que seguramente no podrás controlar. Es algo muy peligroso eso que has hecho esta mañana con el brazo, porque al más mínimo desliz o error de pensamiento podrías matar a cualquiera —explicó muy serio, mirándome a los ojos sin mover ni un músculo. Parecía como si conociera a la perfección cómo funcionaba aquello.
—Pero puedo hacerlo, ya lo has visto. Puedo controlarlo —respondí a la defensiva.
—Sí, pero entiende que las habilidades que tienes son demasiado peligrosas para los que te rodean, porque puedes cometer fácilmente un daño irreparable en los demás simplemente por el hecho de tener un mal día —objetó él, intentando poner un tono que inspirase empatía y comprensión—. Así que mañana no habrá entrenamiento para ellas. Tú y yo dedicaremos la mañana a comprobar lo que puedes hacer. Créeme cuando te digo que soy el último al que le apetece ponerse enfrente de ti, pero es necesario que lo hagamos para que aprendas a controlar tus poderes a voluntad —siguió diciendo sin moverse ni pestañear mientras jugueteaba con los cordones de sus sandalias—. Es lo mejor. Tanto para tu propia supervivencia como para la de los demás —me aconsejó, hablándome como si fuera un niño pequeño yendo al psicólogo—. Así que descansa, vete a dormir ya. Hoy yo trasnocharé por vosotros —acabó de decir y salió del campamento a buscar madera para la hoguera.
«Viejo arrogante… Me trata como si fuese una bomba de relojería», pensaba mientras entraba en mi tienda tratando de hacer el menor ruido posible, ya que parecía ser que Natalie ya estaba dormida del todo. Pero cuando me metí en mi saco de dormir lo pensé todo fríamente y concluí que quizá Hércules tuviera razón acerca de mis poderes. Tal vez no estuvieran hechos para otra cosa que no fuera matar o destruir.
—He escuchado vuestra conversación desde aquí dentro —me comentó Natalie, que al parecer no estaba dormida—. Yo no creo que seas peligroso, al menos para mí, pero creo que sería una buena idea eso que dice de que aprendas a controlarlo. —Se dio la vuelta de golpe para poder mirarme estando tumbados y metidos en nuestros sacos de dormir.
—Ya, puede que tengáis razón —respondí brevemente, pues la verdad era que no me apetecía demasiado hablar de ello—. Bueno, ¿y cuánta carne pudisteis traer mientras yo cuidaba a Kika? —le pregunté por cambiar de tema.
—La suficiente como para poder comer todos durante varios días, pero nos llevó un buen tiempo desollar al ciervo que nos llevamos. Aunque ahora tenemos comida de sobra —me respondió en un tono un poco cortante—. ¿Cómo está Kika? ¿Sigue mal? —preguntó mientras se arropaba con la manta que cubría nuestros sacos.
—Seguía con dolores y fiebre cuando se ha ido a dormir, pero se recuperará. El líquido ese que tienes le ha salvado la vida —le contesté mientras me cubría también con la manta por encima. Tras un rato me di cuenta de que Natalie no se acercaba a mí para que durmiéramos abrazados como siempre—. Nat, ¿estás bien? —le pregunté en voz baja al oído.
—Pues si te soy sincera, no lo sé. Lo de hoy ha sido algo muy intenso y lo he pasado muy mal. Esto ha sido nuevo para mí. Y no sé tú, pero mientras peleaba, por dentro me estaba muriendo del miedo. No por los inferis, sino por mí misma, porque ha habido un momento en el que estaba no disfrutando, sino cómoda entre tanta sangre y tanta muerte. Entonces no lo pensé, pero ahora he estado reflexionando acerca de ello y esos monstruos en su momento fueron personas y no deberíamos tener que sentirnos cómodos a la hora de matar a alguien. No lo sé, supongo que a partir de ahora será todo así y que acabaré por acostumbrarme de una manera u otra, pero no quiero convertirme en algo que no soy —explicó ella con preocupación.
Asentí con la cabeza y durante unos segundos pensé en lo que Natalie acababa de decir hasta que conseguí arrancar y decirle lo que yo pensaba al respecto, sobre los inferis y sobre todo lo que estaba pasando.
—Te entiendo. Es normal que pienses eso, es tu naturaleza. No te gusta hacerle daño a nadie, ni siquiera a los monstruos. Y en cuanto a los inferis, a ti te duele al pensar en lo que fueron antes, pero cíñete a lo que son en este mismo momento, unos monstruos sin escrúpulos que lo único que quieren es despellejarte y devorarte. Sé que siempre te ha costado entenderlo, pero esos monstruos no tienen sentimientos, solo se mueven por pequeñas descargas nerviosas en el cerebro. Pero no están vivos, no pueden sentir, no viven, Natalie. Y no sé qué pensarás, pero a mí me gustaría que tú pudieras seguir estándolo —le respondí. Ahora la que se quedó pensativa fue ella. Tras un par de minutos de silencio la miré directamente a los ojos y vi que los tenía humedecidos y que varias lágrimas resbalaban por su cara—. No es por ser duro contigo, pero quiero que sigas viva y para eso tienes que ser del todo consciente de lo que son y de que ya no les queda nada de humano dentro. —Parecía ser que ella no sabía muy bien qué decir, pero pasaron varios minutos hasta que dejó de llorar.
—Sé que te preocupas por mí. En serio, gracias. Pero no sé cómo a los demás os es tan fácil matarlos y luego no sentiros mal. Parece como si os saliera de manera instintiva, como si no os hiciera falta pensar para hacerlo. Pero yo no soy así y no entiendo cómo sois capaces de matar algo y luego no sentir nada —respondió aún con los ojos llorosos y humedecidos.
Читать дальше