Pablo Cea Ochoa - Los hijos del caos

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Los hijos del caos: краткое содержание, описание и аннотация

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El mundo se ha ido a la mierda. La sociedad, tal y como la conocíamos, ha dejado de existir y hay un nuevo orden en el mundo, un orden que consiste básicamente en la mismísima falta de orden. El caos más absoluto se ha ceñido sobre la tierra y esta se ha plagado de monstruos medio-muertos y de todo tipo de criaturas grotescas y peligrosas, comandadas únicamente por ocho gigantes llamados Titánides, que ansían acabar con todos los humanos supervivientes al apocalipsis para ser los nuevos amos del mundo. Antes, si alguien le hubiese hablado de monstruos, gigantes o del fin del mundo, Percy se hubiese reído a carcajadas, pero desde que él y su amiga Natalie descubrieron que son semidioses, hijos directos de los antiguos y olvidados dioses olímpicos, han vivido escondiéndose y huyendo de todo lo relacionado con lo divino; sin embargo, las circunstancias les obligarán a aceptar sus papeles en toda esa historia, y se meterán de lleno en una guerra brutal y sin cuartel en la que se disputará el destino del mundo y de la humanidad.

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«No lo subestimes, Percy, que este va en serio», me dije a mí mismo. «No tengo mis armas y no sé cómo hacer que aparezcan en mis manos, pero no me hacen falta las espadas para poder defenderme», pensé al tiempo que cerraba los ojos y trataba de visualizar ese fuego negro rodeándome los brazos. Cuando abrí los ojos ahí lo tenía de nuevo, ardiendo, pero sin quemarme lo más mínimo. Instantáneamente me noté con más fuerza, así que salí de detrás de la roca quemada y me puse en posición, esperando al próximo movimiento de Hércules, pero este no hacía nada por el momento. Se limitaba a mirar a lo lejos para ver como tres impresionadas chicas se sentaban alrededor de la ya apagada hoguera para observar el desenlace de la situación.

«Vamos, venga, muévete», me dije, pero el dragón seguía inmóvil y yo, impaciente, levanté mi brazo derecho e hice estallar una de las dos alas del reptil. Muchos huesos y gran cantidad de sangre salieron volando en todas direcciones a causa de la explosión y el dragón se retorcía de dolor para después levantar su cornuda cabeza hacia mí. Acto seguido empezó a lanzarme golpes, que acababan impactando en el suelo y levantando la tierra.

En uno de esos pequeños espacios de tiempo en los que lanzaba un golpe y cargaba el siguiente vi mi oportunidad y mis instintos me empujaron a saltar, aunque no sabía exactamente el porqué. Al elevar mi cuerpo varios metros de altura conseguí encaramarme en la espalda del dragón para empezar a correr entre las enormes escamas que tenía sobre su columna vertebral. El monstruo, molesto, se movió violentamente, intentando alzar el vuelo usando su única ala, ya que la otra estaba en un estado inservible. Esa situación me recordaba mucho a la sensación de estar subido a un toro mecánico, aunque esto era un poco más peligroso. En una de esas violentas y aleatorias sacudidas estuve a punto de caerme al suelo desde una altura ya bastante considerable, así que intenté agarrarme, pero, para mi sorpresa, hundí mis brazos casi hasta el codo dentro de la piel del dragón. Había conseguido atravesar sus durísimas escamas con mi propio brazo. Pero no a cualquier precio. Había conseguido atravesarlas para sujetarme y no caerme, pero esas escamas rotas me cortaron la piel de los brazos con suma facilidad.

En un principio, cuando vi que brotaba mi sangre junto con la del dragón me dolió bastante, pero después me concentré y traté de ignorar el dolor para no sucumbir por completo a mis instintos de licántropo. Cuando conseguí subirme de nuevo a la espalda del reptil vi que los tremendos cortes de mis brazos habían empezado a cerrarse y a curarse sin necesidad de medicamentos ni suturas. Lo hacían solos.

El asombro al ver mi rapidísima curación hizo que me desconcentrase y caí del lomo del dragón debido a una de sus sacudidas. Era una altura bastante alta como para romperme varios huesos en la caída y cuando sentí que estaba cayendo cerré los ojos, esperando a impactar de lleno en el suelo, ya que no podía hacer nada al respecto. Pero cuando pasaron varios segundos y no tuve la sensación de haberme golpeado contra nada abrí los ojos. Estaba tumbado en la hierba sin un solo rasguño por la caída.

Me levanté tambaleándome y miré en dirección a las chicas, las cuales estaban en pie, gritándome cosas que no llegaba a entender y haciéndome señas que tampoco podía interpretar. Cuando me giré en dirección al dragón me llevé un golpe en el pecho que no sé de dónde vino y acabé estampado contra uno de los pocos árboles que había por allí, partiendo su tronco en dos por la fuerza del golpe.

Me quedé sin poder moverme por el golpe durante bastante tiempo, el cual Hércules aprovechó para ir acercándose lentamente hacia mí. No lo supe porque lo estuviera viendo, sino porque el suelo temblaba con cada paso que daba y cada vez sentía que todo temblaba más a mi alrededor.

—Tal vez me haya equivocado contigo, chico —dijo el dragón sin necesidad de abrir la boca para poder hablar, aunque seguramente esa voz tan profunda solo la habría escuchado dentro de mi cabeza.

Entonces se me pasaron por la mente todos los momentos que había vivido desde el día del estallido: la salida de Sesenya con mis amigos y familiares que no se habían vacunado, cómo los perdimos en Praga a manos de Gerges, cuando Natalie y yo descubrimos quiénes éramos en realidad…

En ese momento volví a sentir ese calor sofocante, pero esta vez no era la llamarada del dragón, el cual estaba mirándome a menos de un metro. Ese calor lo sentía por mi ira, pero no era una ira descontrolada. Era extraño e impulsivamente levanté mis brazos y golpeé lateralmente la cabeza del monstruo, que se desplomó en el suelo por el golpe a pesar de sus tremendas dimensiones.

Aprovechando esa situación de debilidad de Hércules, salté para caer junto a su cabeza para golpearla repetidamente contra la tierra y las piedras y así no dejarle que se levantase ni que pudiera reaccionar. Cuando me cansé de golpear con los brazos agarré con fuerza uno de los dos cuernos que el dragón tenía en la parte posterior de su cabeza y, tras varios tirones, conseguí arrancárselo de cuajo, partiendo el hueso que lo unía al cráneo. Una vez que tuve el cuerno, lo sujeté con ambas manos y lo clavé con fuerza en la testa del reptil, atravesando su cráneo con mucha facilidad mientras borbotones de sangre manchaban la cabeza del dragón. Este se retorció y gimió durante unos segundos y después dejó de moverse.

Parecía que el combate ya estaba ganado, pero como había estado ocupado golpeando su cabeza y clavándole uno de sus cuernos se me olvidó completamente fijarme en el resto de su cuerpo. El dragón utilizó la punta afilada y escamosa de su cola para atravesarme el hombro izquierdo con su extremo.

Yo no me había dado cuenta de ello, no sé si fue por la adrenalina o por mis poderes. El caso era que a pesar de tener el hombro descolocado y sangrando seguía sin sentir nada de dolor, solo notaba el calor de mi sangre mezclada con la fría del dragón. Ignoré el nauseabundo olor que esa mezcla producía y prendí de nuevo mi brazo. Con solo hacer un gesto de muñeca corté el cuello del enorme dragón en un tajo perfecto. Cuando la cabeza del reptil se separó de su cuerpo, una neblina negra rodeó al monstruo y me obligó a alejarme, ya que no podía ver nada mientras estaba metido en ella.

—Impresionante, muchacho… Muy impresionante… —Volví a escuchar como la voz de Hércules me hablaba en tono irónico—. Ahora me gustaría ver cómo te las apañas contra esto —me dijo entre risas la voz del viejo.

Yo estaba exhausto, me costaba respirar de otra manera que no fuera entrecortadamente. Cuando la niebla negra se disipó y vi cuál era la nueva transformación de Hércules me quedé inmóvil y atónito al ver que había adoptado la forma de Natalie. En ese momento los lejanos gritos de las chicas cesaron y nos quedamos todos en silencio para observar como la falsa Natalie se paraba frente a mí, a varios metros, y me miraba fijamente.

—Adelante —me indicó Hércules, pero con la inconfundible voz de Natalie.

Yo no sabía qué era lo que pretendía exactamente con eso. ¿Obligarme a matar a Natalie? ¿Jugar con mis sentimientos tal vez? Fueran cuales fueran las intenciones de Hércules, decidí no pensar en ello y lentamente me fui acercando a Natalie. Conforme me iba aproximando, ella me lanzó un cuchillo que iba hacia mi cabeza, el cual esquivé fácilmente.

«No te lo pienses, Percy. Sabes que no es ella», me repetía una y otra vez mientras seguía avanzando hacia ella, así que decidí correr antes de cambiar de opinión, prendí mis brazos y cuando llegué hasta ella intenté asestarle varias cadenas de golpes sucesivos, pero por muy rápido que yo me moviera ella lo hacía más y me los esquivaba todos sin despeinarse.

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