—No nos malentiendas. No es que no tengamos escrúpulos al matar, Nat. Todos hemos tenido que hacerlo en algún momento y al final acabas pensando que si te ves obligado a matar a alguien o a algo es porque es la única y la mejor opción que tienes. Además, los inferis no merecen que tengamos escrúpulos con ellos. A lo único que te puede llevar eso es a morir —le dejé claro, aunque todo lo que le estaba diciendo ella en el fondo ya lo sabía, pero intentaba resistirse y no aceptar la realidad. Y la realidad era que en este mundo una persona con dificultades para matar no duraría demasiado.
—Ya lo sé, ya lo sé. Pero bueno, dejando de lado ese tema, cada día que pasa se ve que vas mostrando más lo que tienes dentro. No te lo había dicho hasta ahora, pero, aunque no me parezcas peligroso para mí, estás más distante, más agresivo, y he visto cómo miras la luna por las noches. Me preocupas, Percy. ¿Qué te está pasando? —me preguntó ella cambiando completamente el tema de la conversación, no sé si para desviar mi atención de su problema con la muerte o para hacerme ver el mío conmigo mismo.
—Ya, no te lo puedo negar, pero el ser licántropo va a cambiar facetas de mi personalidad. Es así y sé que eso puede echar para atrás a cualquiera a la hora de tener una relación. Lo entiendo perfectamente —le dije sin rodeos, ante lo que ella me miró con decisión y frunció el ceño.
—Pues muérdeme —me pidió con seguridad y sin titubear.
—¿Qué? No. Ya lo hablamos, Nat. No pienso hacerte eso —respondí instantáneamente.
—¡Que sí! ¿Por qué no? Así solucionaríamos ese problema y podríamos estar juntos y compartir las mismas experiencias —siguió insistiendo ella.
—¡Que no! No lo voy a hacer. Te quiero y soy incapaz de hacerte eso. Créeme, es horrible, y eso que aún no he llegado a transformarme del todo o con luna llena. Olvídalo, Natalie —repliqué en un tono de voz más alto de lo normal.
—¡Pero que me da igual! ¿Te crees que no sé a lo que me arriesgo? Si no lo hago sé que tú vivirás mucho más tiempo aunque yo me muera de vieja. Escúchame bien. Yo también te quiero, y si mordiéndome puedo conseguir estar más tiempo y mejor contigo quiero hacerlo. Estoy dispuesta a pasar por todas esas cosas horribles —aseguró acercándose a mí mientras me acariciaba la cara lentamente de una forma muy cariñosa.
—Natalie, es una decisión que no debemos tomarnos a la ligera ni tú ni yo. Que las cosas cambiarían es algo innegable. Tú crees que mejorarían, pero ¿y si no es así? ¿Y si en vez de mejorar empeoran? —le respondí temeroso.
—Que eso ya lo sé, Percy. ¿Pero y si las cosas mejoran? Intentémoslo, por favor —volvió a pedir, ahora acariciándome la cara con ambas manos.
«No sabe lo que está diciendo, debería pensarlo más. No quiero que luego nos arrepintamos», pensaba mientras me negaba nuevamente a aceptar su petición.
—Mira, Nat, no lo voy a hacer porque te quiero y no quiero una vida así para ti si tienes otras opciones. —Ella me miró, frunciendo el ceño de nuevo, y abrió la boca para seguir replicando—. No obstante —proseguí, ante lo cual ella cerró la boca—, en un caso de extrema necesidad te prometo hacerlo. Lo juro, en serio. Pero ahora mismo puedes vivir de una manera mejor y más segura. Ponte en mi lugar, Natalie. ¿Tú qué harías? —le planteé, dándole a entender que en mi cabeza esa era la única solución con un poco de sentido.
—Pues… supongo que lo mismo que tú —reconoció cabizbaja.
—Anímate. En serio, vive el presente ahora que podemos estar juntos —le pedí con una pequeña sonrisa algo forzada y le di un beso. Al principio ella hizo un amago por apartarse, pero rápidamente cambió de idea y me siguió durante un buen rato.
—Vale, Percy —acabó por decir ella cuando nos separamos el uno del otro.
—Está bien, pero no quiero que hagas ninguna tontería —le advertí sabiendo las cosas que era capaz de hacer con tal de estar conmigo.
—No las haré, te lo prometo.
Me dio un abrazo. A mí, antes de conocerla, nunca me habían gustado demasiado ese tipo de muestras de afecto, pero sentir que se resguardaba en mi pecho por las noches me gustaba. Sentir su calor corporal me ayudaba a conciliar el sueño. Era una sensación agradable.
Cuando conocí a Natalie ella era como yo, callada, algo tímida, pero cuando ya tuvimos cierta confianza era genial. Constantemente me iba a dormir a su casa para pasarnos las noches enteras viendo películas o tocando la guitarra o el piano juntos. Hasta llegamos a componer un par de canciones. Era una de esas amistades en las que nunca pensarías en tener algo más con tal de no estropearlas. Y la verdad es que estábamos genial. Hasta que todo cambió el día del estallido.
*****
Esa mañana hacía frío; acababa de rociar y los pájaros adornaban el hermoso paisaje con sus cantos y su piar. Era increíble cómo a pesar de estar viendo que acabábamos de salir de un bosque enfermo y destrozado me seguía pareciendo que todo eso era precioso. Me sentía libre y a gusto viendo aquel paisaje mientras el viento me daba en la cara. Aunque en el fondo sabía perfectamente que no era libre por los dioses, por la misión, por mis propios instintos, incluso por Natalie, pero trataba de no pensarlo e intentaba autoengañarme diciéndome que yo era dueño de mis acciones y de mi destino.
—¡Eh, muchacho! ¡Ven aquí! —me gritó Hércules desde lejos. Estaba en un lugar donde había una extensión de hierba enorme, casi sin árboles ni vegetación. Comencé a caminar hacia él para ver lo que quería mientras el anciano me hacía gestos con las manos. Ese hombre me ponía muy nervioso con demasiada facilidad. Cuando estuve a menos de veinte metros de él dejó de gritar y también de hacer gestos para adoptar una posición imponente y muy seria—. Hoy el entrenamiento empieza pronto. Veamos lo que puedes hacer, hijo de Hades.
Unos instantes después el viejo empezó a palidecer de una manera asombrosamente rápida. Su cuello se estiró y creció junto con sus brazos y piernas, entre las cuales parecía empezar a asomar una puntiaguda y escamosa cola de reptil.
Pegó un grito atronador, un grito largo que a medida que pasaban los segundos se fue convirtiendo más bien en un rugido una vez que hubo completado su transformación. Yo me quedé inmóvil y alucinado cuando vi que el que antes era un viejo con una ligera joroba se había convertido en un majestuoso dragón. Su piel rojiza y escamosa era increíble, las enormes escamas de su cuerpo parecía que hacían el efecto de miles de espejos minúsculos.
Pero poco duraron mis pensamientos de asombro, porque unos instantes después me vi esquivando un pisotón de un dragón de unos siete u ocho metros de altura.
—¿Pero qué haces? —le chillé al dragón tras rodar varias veces por el suelo esquivando sus pisotones, los cuales dejaban levantada la tierra debajo de él.
El animal me respondió con un golpe en el pecho por cortesía de su enorme y larga cola escamosa. El golpe me dejó en el suelo y sin respiración durante varios segundos.
Cuando me levanté del suelo y miré fijamente a los ojos al monstruo, vi mi reflejo en sus ojos rojos de reptil. Tenía mis músculos hinchados y más grandes de lo normal, pero no me dejé llevar por la rabia. Era consciente de que todo eso era solo una prueba.
El dragón me miró y no sé si esbozó una sonrisita, aquella sonrisita pícara de Hércules, la cual me indicaba que iba en serio. Aunque podría haber sido perfectamente que me hubiera enseñado los dientes. Antes de que pudiera hacer nada volvió a intentar lanzarme por los aires de un coletazo, el cual conseguí esquivar a duras penas tirándome de nuevo al suelo. Entre tanto, el reptil hinchó su pecho, se le iluminó la garganta al abrir la boca y yo, temiéndome lo que aquello significaba, volví a rodar por el suelo, clavándome piedrecitas en la espalda, para resguardarme tras una roca muy grande. Cuando noté cómo un calor abrasador pasaba a mi lado, casi rozando mi pierna, me asusté bastante.
Читать дальше