Pablo Cea Ochoa - Los hijos del caos

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Los hijos del caos: краткое содержание, описание и аннотация

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El mundo se ha ido a la mierda. La sociedad, tal y como la conocíamos, ha dejado de existir y hay un nuevo orden en el mundo, un orden que consiste básicamente en la mismísima falta de orden. El caos más absoluto se ha ceñido sobre la tierra y esta se ha plagado de monstruos medio-muertos y de todo tipo de criaturas grotescas y peligrosas, comandadas únicamente por ocho gigantes llamados Titánides, que ansían acabar con todos los humanos supervivientes al apocalipsis para ser los nuevos amos del mundo. Antes, si alguien le hubiese hablado de monstruos, gigantes o del fin del mundo, Percy se hubiese reído a carcajadas, pero desde que él y su amiga Natalie descubrieron que son semidioses, hijos directos de los antiguos y olvidados dioses olímpicos, han vivido escondiéndose y huyendo de todo lo relacionado con lo divino; sin embargo, las circunstancias les obligarán a aceptar sus papeles en toda esa historia, y se meterán de lleno en una guerra brutal y sin cuartel en la que se disputará el destino del mundo y de la humanidad.

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Corriendo de esa manera me sentía bien, libre. Subiendo troncos, saltando rocas y esquivando árboles. Era algo muy frenético. Me sentía vivo y hasta me divertía. De repente, cuando el olor se hizo más fuerte, dejé de ver esas siluetas borrosas y dejé de correr de golpe. Tras unos veinte segundos Kika me alcanzó y se paró a mi lado, sofocada y con varios cortes en brazos y cara causados por las secas ramas de los árboles.

—¿Por qué te detienes? Si ya casi te había cogido —me dijo ella irónicamente en un tono de voz demasiado alto.

—Calla. Están cerca —respondí en voz baja. Pero había algo raro en ese olor. Era el de los ciervos, sí, pero notaba como un olor a miedo en el aire. No sabía exactamente cómo podía oler una emoción, pero así era y, dado que ni Kika ni yo estábamos asustados, eso me dejaba pocas opciones con sentido en la mente. Eso hasta que capté otro nuevo olor—. Rápido, sube a los árboles —le ordené a Kika en un susurro.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó confundida.

—¡Rápido! —le volví a decir mientras la empujaba hacia el árbol más cercano y la obligaba a empezar a escalar. Yo la seguí unos segundos después. Cuando nos quedamos los dos a una altura razonable, Kika abrió la boca para volver a decirme algo, pero yo me adelanté antes de que ella hablara demasiado alto de nuevo—. No hagas ruido —susurré.

Ella cerró la boca y se quedó callada. Unos segundos después empezamos a escuchar como algo se empezó a mover a nuestro alrededor y de golpe apareció un grupo enorme de ciervos, que se detuvieron justo debajo del árbol en el que nosotros estábamos subidos para después agruparse y juntarse entre sí, dejando a los machos con sus enormes cornamentas en la parte más externa del círculo y a las crías en el centro, protegidas por sus madres.

Kika estaba a punto de sacar una flecha para montarla en su arco y disparar a los ciervos, pero yo la detuve y volví a decirle que no hiciera ruido. En cuestión de unos pocos segundos mis sospechas acabaron por confirmarse cuando de entre la maleza muerta empezaron a salir inferis por todas partes y de todas direcciones.

—Nos han seguido —dijo ella muy bajito mientras los inferis comenzaron a arremeter contra los ciervos. Los animales cargaron también contra los muertos haciendo uso de sus puntiagudas cornamentas. Consiguieron aguantar un poco, pero no dejaban de salir inferis de todas partes e inevitablemente acabaron por superar en número a los ciervos, los cuales empezaban a caer mientras los monstruos se paraban a devorarlos. Antes de que los pobres animales pudieran darse cuenta estaban completamente rodeados—. Hay que hacer algo o nos quedaremos sin comida. Yo ya estoy lista para hacerles frente —aseguró Kika.

Pero antes de que me diera tiempo a contestarle ella ya había saltado del árbol para caer justo encima de un grupo de inferis y nada más tocar el suelo se puso a lanzar rayos, apuntando como objetivos tanto a los ciervos como a los inferis, que se acababan de percatar de la presencia de Kika y estaban empezando a avanzar en su dirección.

Al ver que casi un centenar de inferis empezaron a arremolinarse alrededor de mi compañera, me vi obligado a bajar yo también a pesar del enorme respeto y temor que les tenía a esos monstruos porque ya había vivido en mis carnes lo que eran capaces de hacerle a una persona.

Cuando caí al suelo empecé a asestar golpes en la cabeza a los inferis que se iban acercando demasiado, pero una vez empezaron a llegar seguidos, uno tras otro, tuve que empezar a hacer uso de mis espadas mientras Kika seguía a lo suyo con sus rayos, los cuales me dejaban sin visión durante un par de segundos cada vez que uno estallaba cerca de mí.

Un inferi no representaba una gran amenaza de por sí. Si sabías defenderte más o menos bien no tendrías ningún problema en poder matar a unos cuantos. Lo realmente peligroso de los inferis era que a veces viajaban en grupos muy grandes y era eso lo que realmente hacía que fueran tan letales, el número de los grupos.

Los ciervos no tardaron mucho en caer todos, ya fuese a causa de los inferis o de los rayos de Kika. En cuanto el último ciervo se calcinó, empezamos a vernos rodeados por más enemigos de los que podíamos matar o contar y poco a poco nos fuimos quedando sin espacio para poder movernos con libertad.

Durante un instante a Kika la agarraron de las manos y se quedó indefensa, sin poder lanzar ningún rayo. Al ver que la tiraron al suelo, dispuestos a devorarla viva, volví a alzar mi brazo de manera instintiva y apunté con él al grupo de inferis que estaban arremolinados sobre Kika. En cuanto pensé en matarlos noté un fuerte cosquilleo por todo el brazo, el cual se me acababa de envolver completamente por las llamas de un fuego de color negro que me rodeaba y cubría todo el brazo. No me quemaba ni me dolía, pero justo cuando pensé en la muerte de aquellos inferis todos a los que estaba apuntando con mi brazo estallaron en mil pedazos. Otros cayeron desplomados al suelo sin razón aparente y otros salieron despedidos por el aire.

En un primer momento me quedé flipando viendo como el fuego me envolvía el brazo, pero cuando vi que Kika se volvió a poner en pie para seguir lanzando rayos me centré en mí y apunté a los inferis que iban llegando hacia nosotros, los cuales morían directamente nada más apuntarles con la palma de mi mano.

Tras unos minutos llenos de tensión, caos y gritos muy agudos, conseguimos acabar con todos los inferis sin tener demasiados percances.

Cuando hubimos terminado y no quedó ni uno en pie nos apoyamos en el tronco del árbol que antes habíamos escalado y nos quedamos allí, sin decir nada durante varios minutos, hasta que un inferi sin piernas, seguramente víctima de los rayos de Kika, empezó a gritar cerca de nosotros. Me acerqué al cuerpo del inferi, que no podía moverse, y al pensar en su muerte mi brazo se volvió a ver envuelto en llamas. Cuando le apunté directamente el inferi se puso a gritar mientras se descomponía, tal como haría si le diera directamente la luz del sol, hasta que quedó reducido a esa papilla de sangre, piel y huesos que me resultaba tan desagradable de ver y de oler.

—¡Podríamos haber muerto! —le grité a Kika, la cual me miró con una cara de circunstancias bastante sarcástica. Cuando vi que no tenía ningún sentido discutir con ella, le dije que me ayudara a amontonar los cadáveres de los ciervos que no estuvieran calcinados o infectados por los inferis.

—Tarde o temprano todos vamos a tener que enfrentarnos a ellos y a cosas mucho peores. ¿No viste a esos gigantes de la visión? No nos viene mal prepararnos; esto es lo que nos espera a partir de ahora —me dijo ella una vez que recogimos un par de ciervos grandes no contaminados por los inferis.

Yo no le respondí nada porque estaba intentando contener mi enfado. No porque me hubiera obligado a luchar, eso me daba igual, sino porque había actuado sin pensar, arriesgando su vida sin tener ninguna estrategia ni ningún plan. Por suerte, había salido todo bien, pero perfectamente podría haber salido de una manera muy diferente.

A pesar de lo enfadado que pudiera estar con ella, sabía que no le faltaba razón en lo que había dicho. Todos sabíamos que nuestras vidas peligrarían mucho más de lo normal al aceptar la misión de los dioses. Y ahora nos tocaría apechugar con las consecuencias.

—Oye, Percy —comenzó a decir Kika cuando se sentó encima del cuerpo de un ciervo carbonizado—, ¿tú que rollo te traes con la Natalie esa? —me preguntó con un tono de voz que no era muy propio de ella, ya que era muy poco firme y muy parecido al de una persona que se hubiera tomado diez cervezas.

—Pues la quiero. Y ella a mí. Hemos pasado muchas cosas juntos. ¿A qué viene esa pregunta? —le respondí algo cortante, ya que no me parecía que, estando rodeados de cadáveres, aquel fuese el mejor momento para hablar de ese tema. Además, me resultaba bastante incómodo hablar de ello con Kika.

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