Pablo Cea Ochoa - Los hijos del caos

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El mundo se ha ido a la mierda. La sociedad, tal y como la conocíamos, ha dejado de existir y hay un nuevo orden en el mundo, un orden que consiste básicamente en la mismísima falta de orden. El caos más absoluto se ha ceñido sobre la tierra y esta se ha plagado de monstruos medio-muertos y de todo tipo de criaturas grotescas y peligrosas, comandadas únicamente por ocho gigantes llamados Titánides, que ansían acabar con todos los humanos supervivientes al apocalipsis para ser los nuevos amos del mundo. Antes, si alguien le hubiese hablado de monstruos, gigantes o del fin del mundo, Percy se hubiese reído a carcajadas, pero desde que él y su amiga Natalie descubrieron que son semidioses, hijos directos de los antiguos y olvidados dioses olímpicos, han vivido escondiéndose y huyendo de todo lo relacionado con lo divino; sin embargo, las circunstancias les obligarán a aceptar sus papeles en toda esa historia, y se meterán de lleno en una guerra brutal y sin cuartel en la que se disputará el destino del mundo y de la humanidad.

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—Qué va. Hoy tengo la sensación de que voy a dormir poco. Hace demasiado frío como para que consiga dormirme, incluso dentro de la tienda. Me quedo aquí contigo y así me cuentas en lo que piensas, que se te ve diferente desde hace un par de días —me dijo sin mover ni un solo músculo de su cara mientras miraba fijamente a un punto entre los árboles. Yo me tomé unos segundos, respiré hondo, extendí la manta que tenía entre mis piernas para cobijarla también a ella y traté de abrirme sentimentalmente todo lo que pude.

—Pues no sé, me siento extraño. No por este tema de los dioses, por ser licántropo o por los inferis. Creo que con el tiempo he aprendido a asimilar rápido ese tipo de cosas —empecé a contar y entonces ella giró su cabeza para poder mirarme desde cerca—. Por lo que me siento raro es, bueno, porque siento que te quiero —esperaba que se asombrara cuando se lo dije, pero pareció no sorprenderle en absoluto esa afirmación— y es algo frustrante el saber que hemos pasado por cosas impensables, hemos vivido aventuras juntos, hemos recorrido miles de kilómetros uno al lado del otro… y es raro que te quiera y que hasta hoy no supiera que imitas la voz de Freddy Mercury a la perfección —le comenté con una pequeña sonrisa y ella se sonrojó un poco—. No sé, es raro que te quiera por el simple hecho de que nunca he querido de esta manera a nadie. Y al mismo tiempo siento que te conozco muy poco, pero, si te soy sincero, me da un poco igual. Tal y como están las cosas ahora mismo, no sabemos si mañana estaremos muertos y deberíamos aprovechar el tiempo que tenemos. Quiero que el tiempo que te quede seas feliz, pero no sé si un monstruo como yo podría hacerlo.

Ella se quedó callada. Ahora la que respiró hondo varias veces seguidas fue Natalie. Después me volvió a mirar y clavó sus preciosos ojos en los míos. Entonces me abrazó y empezó a sollozar.

—Lo sé. Ninguno hemos pedido nada de esto. Y créeme cuando te digo que me hubiera encantado que nos hubiéramos podido conocer mejor en otras circunstancias, pero, como has dicho, estamos en un momento en el que es mejor no ponernos trabas si sentimos algo. Yo también te quiero y confío en ti. Y si crees que el problema es que eres un monstruo, entonces seamos monstruos juntos —me respondió ella muy seria, dándome a entender claramente sus intenciones y a lo que se estaba refiriendo.

—¿Qué? ¡No! ¡Ni hablar! —contesté horrorizado al pensar en la idea de tener que convertirla a ella también cuando vi que extendía su brazo y comenzaba a arremangarse.

—¿Incluso si de ello depende mi felicidad? Yo también quiero estar contigo y lo tengo muy claro. Si crees que el problema es lo que eres, pues aquí tenemos la solución. Un simple mordisco y listo, ya podemos estar juntos del todo —expuso ansiosa, como si creyese que yo aceptaría encantado esa propuesta tan descabellada. Y aunque lo hiciera tenía el presentimiento de que eso no arreglaría las cosas, que sería todo mucho más difícil.

—Natalie, no sabes lo que estás diciendo. Estás cansada; pásate a la tienda e intenta dormir. Mañana, cuando pienses en frío lo que me has dicho, verás que no es una buena idea —afirmé extremadamente seco y cortante para darle a entender que no cambiaría de opinión al respecto. Ella resopló, puso los ojos en blanco y se hizo la ofendida, pero finalmente acabó asintiendo y se levantó para ir hacia la tienda.

—Vale, pero sé lo que estoy diciendo. Es una manera de que podamos estar juntos del todo —insistió, dándome un beso en la mejilla para después meterse en la tienda.

Aquella conversación me había dejado muy descolocado y las cuatro horas que estuve haciendo guardia hasta que desperté a Cristina le estuve dando vueltas sin parar al tema. Por más que intentara verle los puntos positivos a convertirla, los puntos negativos siempre pesaban mucho más. Aun sabiendo que nunca llegaría a hacerle eso a Natalie, no podía evitar sonreír al pensar en lo que ella era capaz de hacer por estar conmigo y por entenderme. Finalmente, acabé por no saber si era una idea mala, pésima o simplemente era un poco insensata.

*****

Cuando me hube dormido, a pesar del malestar con el que me acosté, acabé soñando con cosas bonitas. Sueños felices de los cuales seguramente nunca me acordaría, pero sabía que esa noche fui feliz. Al menos en mis sueños. Eso hasta que un grito estrepitoso proveniente de la tienda de Kika y Cristina nos levantó de golpe e interrumpió mis sueños.

Natalie y yo nos miramos al mismo tiempo y mientras ella cogía su arco e iba montando una flecha yo saqué mis espadas. Ambos salimos de nuestra tienda en tensión y nerviosos para después ver la cómica situación de cómo Kika trataba de matar una araña con su espada en el interior de su tienda mientras estaba en ropa interior. Lejos de ayudarla a matarla, nos quedamos fuera riéndonos descontroladamente mientras Kika y Cristina intentaban ponerse algo de ropa mientras huían despavoridas de la araña, la cual correteaba por toda su tienda.

Cuando pasaron un par de minutos y Natalie consideró que ya habían sufrido bastante, se metió en su tienda y diez segundos después salió llevando a la araña en la mano para dejarla fuera de la tienda sin matarla.

Kika nos miró malhumorada por habernos reído tanto al ver esa situación y Cristina aún se estaba recuperando del susto. Era gracioso saber que podían enfrentarse solas a una manada entera de licántropos y que no eran capaces de coger una arañita y sacarla de su tienda.

—Tenemos… pánico a las arañas —explicó Cristina entrecortadamente mientras intentaba recuperar el aliento y se empezaba a vestir tranquilamente.

—¿No me digas? —le respondió Natalie irónicamente, aún con una sonrisa en su cara. Le había hecho muchísima gracia haberlas visto así.

—Empieza divertido el día —le comenté entre risas a Natalie una vez nos volvimos a nuestra tienda para dejar que Kika y Cristina se vistieran en paz.

Desayunamos un bocadillo de los de Cristina y nada más terminar Hércules apareció de la nada, como siempre. No nos dejó ni recoger el campamento y nos obligó a entrenar. El entrenamiento de esa mañana consistía en movernos sigilosamente y con rapidez por entre los árboles y la maleza.

Cuando Kika y yo, que aprendíamos algo más rápido que Cris y Natalie, le demostramos a Hércules que eso ya lo dominábamos, le planteamos la posibilidad de salir a cazar durante un rato, lo cual no le hizo ninguna gracia en un principio, aunque nos dejó hacer lo que quisiéramos. Nos dio de margen cuarenta y cinco minutos para regresar, antes de que terminara el entrenamiento y recogieran las cosas para ponerse en marcha.

Antes de irnos me quedé mirando un par de minutos a Natalie y a Cristina mientras Kika preparaba su arco y sus flechas. A Natalie no se le daba nada mal el moverse rápidamente entre los árboles, además de que su recién descubierta agilidad le hacía las cosas mucho más fáciles, aunque Cristina le ganaba a la hora de moverse con sigilo.

—¡Venga, vamos! ¡Que no tenemos todo el día! ¿Y tu arco? —me preguntó Kika, dejándome ver lo impaciente que estaba con tal de irse.

—Yo no uso arco —le aclaré mientras me metía en el cinturón el cuchillo de caza de Natalie y mis dos espadas. En cuanto me lo ajusté todo ambos empezamos a correr en dirección norte, en la que se había ido la manada de ciervos que vimos el día anterior.

—Han pasado por aquí —anunció Kika cuando vimos un tramo del bosque con ramas partidas y con la tierra removida—. ¿Podrás encontrarlos? —me preguntó.

—Puedo intentarlo. —Me agaché y al oler varias veces el aroma que había en la tierra comencé a ver las figuras borrosas de los animales moviéndose a cámara lenta por donde estábamos. Al ver que seguían moviéndose decidí seguirlas, ya que casi con completa seguridad me llevarían hacia donde estuviera la manada. Nunca me hubiera imaginado que seguir un olor resultara ser una experiencia tan emocionante—. ¡Sígueme! —le grité a Kika y enseguida me puse a correr siguiendo a esas distorsionadas figuras de los venados.

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