Cuando las nubes acabaron por cubrir el sol completamente nos vimos obligados a acelerar el paso y empezó a hacer un frío horrible. Todos nos pusimos todo lo que llevábamos de abrigo. Todos, menos Hércules, que seguía con su túnica de tela fina. Entonces escuché como Kika y Cristina empezaron a hablar acerca de sus padres biológicos y también de sus padres humanos. Se preguntaban si aún seguiría vivo alguno de sus amigos o familiares.
Al escucharlas me puse a pensar en ello yo también. A diferencia de ellas, sabía que, salvo Natalie, el resto de las personas que me importaban estaban muertas. Tenía la certeza de que nunca más las volvería a ver, y si fuera así las vería convertidas en inferis, lo cual me dejaría un buen trauma que añadir a mi lista. Noté que al escucharlas hablar de esos temas poco a poco volvía a sentir ese calor desde mi estómago. Pero antes de que me subiera por la garganta sentí cómo unas manos me rodeaban y se agarraban a mi cintura para sacarme de mis pensamientos en el momento justo. Por un momento me llevé un susto, pero al ver que esas manos pertenecían a Natalie pude relajarme del todo.
—Tranquilo, te entiendo. Es duro haber perdido tanto. Pero, como dices tú, nos tenemos todavía el uno al otro, ¿no? —me dijo ella mientras caminaba a mi lado y entrelazaba una de sus manos con las mías.
—Sí, aún nos tenemos el uno al otro —repetí en voz alta intentando sonreírle un poco, ya que sabía que le estaría resultando muy difícil ser cariñosa después de lo ocurrido esa mañana. Así que acabé por sonreír, porque ella nunca fue demasiado cariñosa con nadie, ni siquiera cuando las cosas estaban bien, y que lo fuese conmigo me hizo sentirme bastante especial—. ¿Sabes? Esta mañana te he escuchado en mi cabeza, hablándome. Me has hecho tranquilizarme. Pero ha sido algo muy extraño —le revelé mientras caminábamos.
—¿En serio? —me preguntó ella, extrañada y alegre al mismo tiempo. Aunque a mí lo que realmente se me estaba haciendo extraño era verla tan alegre.
—Sí, ha sido como si… —empecé a decir, pero ella rápidamente me cortó.
—¿Como si estuvieras escuchando mi voz hablándote muy lentamente en el interior de tu cabeza? —terminó la frase que yo estaba a punto de decir.
—Exacto. Sinceramente, escuchar tu voz es de las pocas cosas que realmente me relajan —le dije. Entonces Natalie se adelantó y se detuvo frente a mí, obligándome también a pararme, y tras mirarme a los ojos un par de segundos me besó. Aún se me hacía raro, pero yo la agarré de la cintura y continué el beso hasta que nos separamos—. Excepto cuando te enfadas. Entonces lo que hace tu voz es infundirme pánico —añadí en broma, con una sonrisa de oreja a oreja, y ella me miró frunciendo el ceño y levantando una ceja mientras intentaba hacerse la ofendida, tratando de ocultar su sonrisa.
—¡Eh, tortolitos! ¡Vamos! ¡No os quedéis atrás! —nos gritó Hércules desde algo más adelante, ya que habernos parado por el beso hizo que el resto nos sacara un poco de ventaja.
—¡Ya vamos! —respondió Natalie mientras yo resoplaba y ponía los ojos en blanco. Ella se giró para darme otro beso—. Haz un esfuerzo aunque no te caiga bien, ¿vale? ¿Lo harás?
Y tras pensármelo unos segundos asentí con la cabeza y ella sonrió y corrió para alcanzar a los demás. Yo me quedé algo pensativo después de eso, pero tras un par de minutos decidí acelerar mi paso para alcanzarles.
El silencio ya se había roto del todo y todos hablaban con todos…, pero eso no duró demasiado, ya que unos minutos después el sol empezó a ponerse y poco a poco el ambiente fue tornándose cada vez más frío y oscuro. Cuando ya no pudimos ver nada más allá de nuestras propias narices decidimos acampar en medio de un pequeño aunque amplio claro sin árboles de por medio, el cual nos aportaría bastante visibilidad por la noche. No tardamos ni diez minutos en poner las tiendas y encender una hoguera a pesar del fuerte viento. Se notaba que teníamos práctica a la hora de plantar las tiendas de campaña.
Tras montar el campamento Natalie se ofreció a hacer la primera guardia y yo me quedé con ella mientras los demás se fueron a dormir un rato y a descansar tras la larguísima caminata de aquel día. Kika y Cristina se metieron en su tienda y Natalie fue a recoger algo de madera para mantener el fuego encendido por la noche, así que yo, entre tanto, me quedé sentado en una roca frente a la fogata y empecé a hacer un recuento mental de las personas que sí o sí estarían muertas de entre mis conocidos, también para saber quiénes podrían seguir vivos, aunque eso lo hubiera hecho ya cientos de veces antes.
Cuando Natalie volvió con la madera se sentó en otra roca más pequeña al lado de la mía y los dos nos apoyamos el uno en el otro para después quedarnos así un buen rato, aunque de vez en cuando alguno se tenía que mover y echar algo de madera para alimentar el fuego. Me gustaban esos ratos de silencio a su lado; nos daban la oportunidad de pensar en nuestras cosas tranquilamente y eso era algo que los dos solíamos necesitar a diario.
A medida que iba pensando me iba enfadando cada vez más al pensar en mi verdadero padre y en el resto de los dioses. Lo único que parecía mantener a raya mi mente y mi inestable carácter actual era Natalie. Cuando me giré para mirarla vi que tenía una sombra extraña detrás, así que, asustado, me levanté mientras desenvainaba mis espadas.
—Tranquilo, chico —dijo Hércules, incómodo por mi reacción—. Parece como si quisieras matarme —siguió diciendo con esa sonrisa que yo no aguantaba.
—Y tú pareces divertirte intentando cabrearme —le respondí muy seco y volví a envainar las espadas en sus fundas para sentarme con Natalie de nuevo. La presencia del viejo no me hacía ninguna gracia, aún menos cuando aparecía y desaparecía sin previo aviso. No me caía nada bien, pero me vería obligado a convivir con él al menos hasta llegar a Sesenya. Y le había prometido a Natalie que haría un esfuerzo por aguantarle. A él y a su sonrisa.
—¿Podríamos hablar a solas? —preguntó el viejo mirándome a mí y después a ella. Natalie asintió rápidamente y se fue a recoger algo más de madera mientras tanto. Yo le supliqué con la mirada para que no me dejara a solas con él, pero acabó por marcharse a por la madera igualmente—. Lo que he hecho hoy ha sido para tratar de enseñarte algo —me explicó Hércules, que se sentó a mi lado, en la roca en la que hasta hacía cinco segundos estaba Natalie.
—¿El qué? ¿Que si llevas al límite a alguien como yo acaba por perder los papeles? Gracias por tu sabia lección, pero creo que ya me la sabía —respondí sarcásticamente y de la manera más hiriente que pude.
—Aparte de eso, que tus poderes de licántropo no tienen nada que ver con los divinos. Esas espadas pueden matar cualquier cosa si las usas adecuadamente y te concentras lo suficiente, pero entiende que si no os llevo al límite no podréis avanzar en cuanto a vuestras habilidades como semidioses —continuó argumentando al tiempo que desenvaina una de las espadas de mi cinturón y la hacía girar entre sus dedos rápidamente—. Es elección tuya… —agregó esperando una especie de respuesta por mi parte, pero no se la di en ningún momento, dándole a entender que no estaba cómodo con su presencia—. Eres un digno hijo de Hades; puedes ser casi tan arrogante e impulsivo como él. —Al soltar ese comentario me mostré molesto a pesar de saber con certeza que no le faltaba razón en lo que decía—. Tú sabrás. Yo te ofrezco poder aprender a luchar como lo que realmente eres y no como un animal sin escrúpulos ni cerebro —dijo sonriendo de nuevo. Sabía perfectamente cómo provocarme y cómo desencadenar reacciones agresivas en mí.
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