—¿Cómo? —le pregunté al anciano justo cuando el último rayo de sol desapareció en el horizonte y la noche se ciñó sobre nosotros.
—Al ser hijo de Zeus puedo metamorfosearme en animales de todo tipo. Y vosotras también podréis hacerlo, pero con el tiempo; cuando descubráis vuestros poderes y, sobre todo, cuando aprendáis a controlarlos —dijo mirando a Kika y a Natalie.
—Y si puedes hacer eso, ¿por qué nos has hecho caminar y escalar una montaña cuando nos podrías haber subido tú? —le reproché impotente y desconfiado. Cosas como esas eran a lo que me refería con lo de los dioses y las medias tintas. Siempre tramaban algo.
Hércules se quedó en blanco y justo cuando iba a respondernos todos escuchamos el inconfundible sonido de cientos de gritos a los pies de la montaña. Corrimos para acercarnos al borde y muy borrosamente vimos cómo unos doscientos inferis subían a toda prisa la montaña a base de saltos y de subirse unos encima de otros. Escalaban a una velocidad impresionante y no tardarían mucho en llegar hasta donde nos encontrábamos.
—¡Inferis! ¡Corred! —gritó Natalie, presa del pánico, mientras todos recogimos las mochilas y tiendas del suelo y empezamos a correr sin saber exactamente a dónde nos dirigíamos. Simplemente seguíamos a Hércules, el cual, por cierto, nos adelantó a todos y se puso en primera posición, corriendo como alma que lleva el diablo.
El viejo corrió hacia una zona que tenía varios salientes y rocas afiladas y nosotros le seguimos. Después de todo, no nos quedaba opción, ya que la otra era quedarnos a luchar con los inferis y a nadie parecía hacerle demasiada ilusión.
Tras un par de minutos Hércules se detuvo y nos gritó que nos metiéramos todos en una pequeña grieta, casi imperceptible para la vista, que atravesaba un par de metros del suelo. Estaba cubierta por ramas y varios matojos y parecía llevar a una especie de caverna en el interior de la montaña.
Cristina, que era la que menos peso llevaba en la espalda, llegó la primera y no se lo pensó ni por un segundo. Se metió dentro de la grieta sin problemas. Algo más tarde llegó Kika e hizo lo mismo: primero metió las cosas que llevaba cargadas a la espalda y después se metió ella rápidamente. Por último, llegamos Natalie y yo, que nos quedamos parados frente a la grieta. Nos miramos y pensamos en lo mismo, en que esa misma situación ya la habíamos vivido antes, hacía un tiempo. Ambos sabíamos que pensábamos en lo mismo porque los dos nos miramos con la misma cara de espanto con la que lo hicimos hacía ya muchos meses, cuando estuvimos en una situación muy parecida. Fue el día en el que perdimos a nuestras familias. Aunque sí que es cierto que por entonces las cosas eran diferentes, pues aún no sabíamos quiénes éramos, nuestras familias y amigos aún vivían y no sabíamos qué hacer por el miedo que nos recorría todo el cuerpo al ver a un muerto.
Cuando llegamos y Hércules vio que ninguno de los dos se metía en la grieta se puso a gritarnos cosas, las cuales obvié porque no llegué a entender ninguna. Cuando asimiló que no le haríamos caso se metió él en el agujero de un salto y nosotros nos quedamos quietos mientras nos mirábamos con los ojos llorosos y escuchábamos cómo los inferis se iban acercando alarmantemente rápido.
Durante unos instantes ambos pensamos en combatir (hasta sacamos nuestras armas, ella su arco y yo las espadas que me entregó Hércules), pero al oír el sonido de los inferis, que ya casi nos habían alcanzado, le grité a Natalie que entrase y eso hizo, metiéndose en la grieta también de un salto, y yo fui justo detrás.
*****
Las paredes, que deberían ser de roca, eran de madera, al igual que el techo, en el que en vez de estalactitas había lámparas encendidas, dándonos la luz suficiente como para poder ver una pequeña habitación con un par de camas y una especie de sofá viejo y mohoso.
—¿Pero qué? ¿Cómo? —dijo Natalie desconcertada, igual que yo.
—Magia, muchachos —explicó Hércules con un cierto tono de misterio al hablar—. ¿Por qué habéis tardado tanto? —preguntó a modo de reproche. Nosotros no le respondimos y nos limitamos a colocar nuestras mochilas y nuestras cosas en condiciones, ya que se habían esparcido todas al saltar de golpe.
Nadie nos dijo nada. Kika y Cristina dejaron las cosas en el suelo con moqueta de madera y se metieron juntas en una de las dos camas después de cambiarse. Natalie hizo lo mismo y se metió en la otra, así que yo me dirigí hacia el sofá raído, pero Hércules me cortó el paso.
—El sofá es mío, chico. Necesito dormir recto por cosas de mi espalda y eso. Ya sabes, cosas de viejos —me aseguró Hércules, que se tumbó de golpe y sin ningún cuidado en el sofá.
«Pero luego bien que corres aun con problemas de espalda, cabrón», pensé mientras me acercaba a mi mochila para empezar a extender mi saco de dormir en el suelo. Justo en ese momento se escuchó cómo pasaban por encima de nosotros cientos de inferis.
—Solo los vivos pueden entrar aquí. No os preocupéis, podréis dormir tranquilos —afirmó Hércules desde el sofá y tocó una especie de interruptor para apagar la luz.
Era muy extraño que no le sorprendiera nada la situación aunque fingiera que sí. Era como si supiera qué iba a pasar en cada momento.
«Igualmente va a ser una noche muy larga», pensé mientras me metía en mi saco y seguía escuchando los pasos y los gritos de los inferis sobre nosotros.
—Percy, ¿duermes conmigo? —me dijo Natalie desde su cama, tras lo que sentí cómo las chicas y Hércules me miraron pícaramente. Yo asentí y me metí en la cama con ella, que estaba helada a pesar de estar bien arropada.
—No sé, sinceramente pensaba que esta noche en especial querrías dormir sola —le comenté en voz muy baja cuando vi que Hércules y las chicas ya se habían dormido. A nosotros nos resultaba sumamente difícil hacerlo, ya que entre los gritos de los inferis y los ronquidos de Hércules teníamos toda una banda sonora tocando para nosotros esa noche.
—Esta noche en especial necesito dormir contigo —me respondió. Tras unos segundos se acercó a mí, rodeó mi pecho con sus dos brazos y apoyó su cabeza sobre mi hombro. La combinación entre lo fría que estaba ella y yo, que estaba ardiendo, me hizo recordar tiempos pasados, tiempos mejores. O al menos tiempos no tan malos.
Pensé durante un rato en lo que eran nuestras vidas antes de los inferis, los dioses y todo esto. Hubiera dado lo que fuese por poder volver a entonces. Pero esos monstruos que seguían gritando y berreando fuera lo estropearon todo. No obstante, a pesar de los inferis, de haberlo perdido todo y de haber vivido durante un año escondidos, seguíamos estando los dos juntos y pensar en ello me llevó a decir unas palabras que nunca había pronunciado por nadie en voz alta:
—Te quiero —le dije a Natalie muy bajito y al oído. Pero no hubo respuesta por su parte; ya estaba dormida.
*****
—¡Vamos! ¡Arriba, dormilones! ¡Los monstruos ya no están, así que vamos a entrenar! ¡Venga, arriba! —gritaba Hércules una y otra vez mientras nos zarandeaba para tratar de despertarnos.
—¿Qué? ¿Entrenar? ¡Voy! —respondió Natalie muy animada, lo cual era raro, y saltó de la cama para ponerse en pie de golpe—. ¿Qué hay que hacer? —Un par de segundos después, Hércules y las chicas empezaron a reírse a carcajadas de ella—. ¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó molesta.
—Natalie, ¿y si te pones algo de ropa antes de salir afuera? —le sugerí yo, riéndome y uniéndome a los demás. Cuando Natalie se dio cuenta corrió de nuevo a la cama y se tapó con las mantas. No se acordaba de que estaba en ropa interior. Tras varios segundos ella también acabó por reírse.
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