La Operación Susana produjo un escándalo político en Israel. El ministro Lavon manifestó que él no sabía nada de los atentados y responsabilizó a Simon Peres, su número dos, pero la investigación efectuada por el Tribunal Supremo concluyó lo contrario. Un oficial de la inteligencia militar declaró que las ordenes habían partido de Lavon, que tuvo que dimitir tras provocar una crisis de Gobierno. Ben Gurion asumió el mando.
Tras cumplir trece años de cárcel, Ninio y otros condenados fueron intercambiados por prisioneros egipcios en 1968 tras la Guerra de los Seis Días. Abandonó su país natal y se fue a vivir a Israel, donde se casó en 1971. Fue recibida como una heroína y la primera ministra Golda Meir asistió a su boda. Ninio se matriculó en la Universidad de Tel Aviv tras haber aprendido hebreo con más de 40 años. Murió en octubre de 2019.
Era un nazi fanático que emitía por radio desde Hamburgo para pedir a los ciudadanos británicos que se rindieran. Fue ahorcado por alta traición en 1946, pese a que no poseía la nacionalidad británica. No se arrepintió ni pidió perdón. Defendió sus ideas hasta el final.
La voz de la traición
William Joyce fue ahorcado en la prisión de Wandsworth el 3 de enero de 1946. Una nota, clavada con chinchetas, anunciaba su ejecución en la puerta de la cárcel, donde se agolparon cientos de curiosos. Su cadáver fue enterrado en una tumba anónima del recinto.
Unas semanas antes, el Tribunal de Apelaciones había confirmado la sentencia a pena de muerte por alta traición, dictada por un juzgado de Londres. El proceso suscitó una enorme expectación porque Joyce era un personaje muy popular, cuya voz era escuchada cada noche por varios millones de británicos durante la guerra.
Pero Joyce no defendía la causa de un país asediado por Hitler, sino que, por el contrario, hablaba desde una radio de Hamburgo para exaltar la superioridad del nazismo y pedir a los británicos que se rindieran. Unos soldados lo capturaron en un bosque de Flensburg en 1945 y fue deportado para ser juzgado.
Joyce, más conocido por lord Haw-Haw, había sido responsable de propaganda del partido fascista de Oswald Mosley, donde había brillado por su cultura y sus cualidades oratorias, pero también por una veta violenta y antisemita. Una gran cicatriz le cruzaba la cara.
Los jueces tuvieron que forzar las leyes para condenarle, ya que Joyce tenía la nacionalidad estadounidense y, por ello, no se le podía acusar técnicamente de traicionar a un país al que no pertenecía. Pero entendieron que era culpable por ser titular de un pasaporte británico, obtenido de forma irregular.
Lo más llamativo del caso Joyce es que él reivindicó su colaboración con Hitler como un acto de patriotismo y se negó a solicitar clemencia con el argumento de que había hecho lo mejor para su país porque, hasta finales de 1943, creyó que la derrota era inevitable.
La biografía de este hombre está llena de paradojas. Nacido en Estados Unidos, de padre irlandés y madre inglesa, siendo joven se alistó en el Partido Fascista británico. Militó en su facción extrema, que no eludía las peleas con sus adversarios. En una de ellas, le rompieron la nariz y, en otra, le dejaron una cicatriz en la cara. Durante su juventud en Irlanda, colaboró con los grupos unionistas y estuvo a punto de ser ejecutado por el IRA. Luego rompió con Mosley, al que consideraba un aristócrata poco comprometido con la causa. Al iniciarse la Segunda Guerra Mundial, decidió marchar a Berlín y ponerse al servicio de Hitler.
Cuando su condena fue dictada, ni un solo ciudadano británico alzó su voz para defenderlo. Era la encarnación popular del traidor, de la mezquindad y del deshonor. Su propio aspecto físico era repugnante. Reunía todas las características para que nadie sintiera clemencia o compasión.
Tras leer El significado de la traición, el libro de Rebbeca West, surgen inquietantes preguntas para las que no hay respuesta porque Joyce no cambió de bando ni de ideas ni de patria. Fue siempre consecuente con lo que pensaba y así lo expuso en la vista que tuvo lugar en la Cámara de los Lores.
No buscó excusas ni justificaciones. Tampoco pidió perdón. Y ni siquiera alegó que no era ciudadano británico. Subió al cadalso tras asumir que era preferible morir a traicionar la ideología criminal a la que se había adherido. Su conducta nos fuerza a reconsiderar el término de traidor, que habitualmente implica una contradicción entre lo que se piensa y lo que se hace. Joyce fue coherente con su propia monstruosidad. Inquietante.
Fue el fundador y primer director del Mosad. Había emigrado de Letonia a Palestina en los años treinta. Era tan discreto que ni su mujer sabía a lo que se dedicaba. Secuestró a Eichmann en Argentina y lo llevó a Israel para ser juzgado. Tuvo que dimitir por los atentados contra científicos alemanes en Egipto.
El espía que capturó a Eichmann
Era tan discreto que ni su mujer ni su hija sabían cómo se ganaba la vida. Jamás apareció en los medios de comunicación ni en ningún acto público. Ese perfecto desconocido se llamaba Isser Harel y fue el fundador y el director del Mosad desde 1952 hasta 1963.
Ya en 1948, David Ben-Gurion, primer ministro israelí, lo colocó al frente del Shin Bet, la agencia de contraespionaje. Era entonces un joven sionista que había destacado por su osadía y su inteligencia en el Haganá, la organización paramilitar judía. Cuatro años más tarde, le nombró director del Mosad con plenos poderes en materia de seguridad interna y espionaje en el exterior.
El momento más crucial de su carrera se produjo en 1960, cuando un fiscal alemán proporcionó al Gobierno de Ben-Gurion información sobre el paradero de Adolf Eichmann, uno de los jefes de la organización de los campos de exterminio nazis. Eichmann vivía con su mujer y sus hijos en un arrabal de Buenos Aires bajo la identidad de Ricardo Klement, con la protección del general Perón. Harel era escéptico, pero, tras enviar a sus hombres a Argentina, se convenció de que el soplo era cierto.
Ben-Gurion encargó al Mosad la misión de capturar al alto funcionario de las SS. Para ello, Harel seleccionó y adoctrinó a un reducido grupo de hombres. Lograron encontrar a Eichmann y lo secuestraron. Tras mantenerlo narcotizado en un lugar seguro, lo metieron en un avión y lo condujeron a Jerusalén. Allí fue juzgado y ejecutado.
En sus once años al frente del Mosad, alcanzó éxitos que convirtieron al espionaje israelí en una leyenda. Por ejemplo, Harel consiguió a través de un periodista polaco una copia del discurso de Kruschev en el Congreso del partido en 1956. El líder soviético había denunciado los abusos y el culto a la personalidad de Stalin, pero el texto de su alocución había sido declarado secreto. Harel se lo pasó a la CIA.
El jefe del Mosad había nacido en 1912 en Vitebsk (Bielorrusia), en el seno de una familia acomodada. Su padre era propietario de una fábrica de vinagre, pero sus propiedades fueron confiscadas tras la Revolución de 1917. Sus progenitores tuvieron que emigrar a Letonia y allí transcurrió su adolescencia.
Se adhirió a los movimientos sionistas y, a principios de los años treinta, emigró a Palestina con una pistola oculta en una barra de pan. Conoció a Ben-Gurion y se integró en la guerrilla judía. Tras la creación del Estado de Israel, su ascenso de la mano de su protector fue imparable.
Harel tuvo que dimitir en 1963 porque el Mosad atentó contra varios científicos alemanes que trabajan para el régimen egipcio de Nasser en un programa de desarrollo de cohetes. El escándalo que suscitó la operación le obligó a renunciar al cargo tras una severa reprimenda de Ben-Gurion.
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