La capacidad de trabajar globalmente, en cuerpo, mente y alma utilizando herramientas posturales, respiratorias y energéticas, favoreciendo la concentración, la meditación y la relajación, posibilita un mejor encaje de todo lo que somos y profundiza en una mayor armonía. Qué duda cabe de la urgencia en buscar esta unión.
Trascendencia
A veces es útil utilizar el simbolismo para clarificar muchas de las situaciones que vivimos. El símbolo de la cruz puede ser muy fecundo para hablar de trascendencia; si pudiéramos representar mediante líneas simples nuestra trayectoria de vida, diríamos que las experiencias que vivimos transcurren a lo largo de una línea horizontal hilvanando circunstancia tras circunstancia desde el nacimiento hasta la muerte. Sobre este horizonte sería necesario elevarnos para alcanzar con la mirada toda su extensión. La línea vertical nos daría profundidad sobre el eje de la experiencia, nos enseñaría el dibujo ondulado o rectilíneo, sólido o endeble que los innumerables actos han dejado sobre el terreno vital, y con ello, comprenderíamos mejor las cicatrices que han dejado nuestras acciones.
Si pusiéramos voz a esta cruz de la vida, seguramente el enfoque horizontal vendría a decir: “la mesa está servida. Hay que vivir, y hay que vivir con intensidad. Tenemos un cuerpo y una mente aptos para experimentar y retirarse de la vida, vivir a medio gas o de forma temeraria es una especie de locura” . Sin embargo, el enfoque vertical añadiría: “no basta con expe-rimentar. Es vano estar atado a la rueda de la vida que gira sin parar buscando las experiencias placenteras o huyendo de las dolorosas. No basta con dejar una huella indeleble a través de la vivencia, hay que saber adónde apunta lo vivido. Hay que exprimir la experiencia y sacar el jugo de la sabiduría para que el vivir sea un arte, una oportunidad de crecimiento y un espacio de asombro” .
Alzarse sobre la contundencia de lo vivido como el águila que divisa la globalidad del horizonte, no parece fácil de entrada. Requiere de un esfuerzo, demanda reflexión, discriminación y ecuanimidad. Necesita de una cierta distancia y de un desapego de aquello que nos ata, al menos para no sucumbir bajo el peso de lo experimentado.
Volviendo a la imagen del carro, de poco serviría todo el esfuerzo de poner a punto el carruaje sólo para dar vueltas alrededor de nuestro jardín. Con el carromato pretendemos hacer un largo viaje. Este largo viaje se llama en Yoga samādhi (absorción), es el octavo miembro que enumera Patañjali e implica un cultivo de la atención extraordinario para ver nítidamente la realidad. Tal vez podríamos sintetizar lo que significa el Yoga como un aterrizaje en la realidad y no, como muchos piensan, un despegar de la realidad hacia mundos
“insondables”. Es evidente que el Yoga no cimenta su filosofía sobre el posible desierto de lo humano sino sobre un anhelo, que a menudo pasa desapercibido, de trascendencia. Trascendencia entendida como la capacidad de vivir e integrar dimensiones de vida que nos abren a nuevas capacidades más sutiles y más globales, menos lastradas por la simple supervivencia o la subjetividad.
Resumiendo: el Yoga es unión de todo lo que nos habita para impulsarnos como un trampolín hacia las profundidades del Ser.
Transformación
Señalar en el mapa la cumbre a la que queremos llegar es relativamente fácil, más difícil será escalar la montaña con nuestros pies y nuestras manos. El yogui (y la yoguini) es ante todo un caminante. No carga con los libros eruditos, prefiere conocer la realidad de primera mano, saber lo que es caer y levantarse, perderse y reencontrarse, pasar frío y desesperanza por los caminos.
Cierto que el Yoga es un estado especial de unión y de trascendencia tal como apuntábamos unos párrafos atrás, pero no nos olvidemos, Yoga también es el camino que nos lleva a ese estado, con sus etapas, con sus avances y sus dificultades.
En la metáfora del camino el paisaje cambia porque nosotros nos movemos en una dirección determinada. Si siempre pasáramos por el mismo sitio nos daríamos cuenta de que estamos en un bucle, o sea, de que hemos perdido la dirección del camino. Es lo que ocurre en la práctica del Yoga: si no avanzas es que te has topado con un obstáculo muy serio puesto que el Yoga es transformación e implica un avance en nuestro conocimiento de la realidad y en nuestro desarrollo personal. Avance que aparentemente puede ser muy lento porque estamos enraizándonos en capas muy profundas de nuestra psique poco visibles a la luz de los comportamientos sociales cotidianos.
Lo inaudito del mensaje del Yoga es que nos dice: “nada es imposible, siempre y cuando vayas etapa por etapa respetando los límites” . No importa lo que tardes, lo importante es la marcha, un paso detrás de otro, ahora un estiramiento y después una respiración, más tarde estar centrado o la comprensión de la naturaleza de una cualidad de la mente. Lo importante es entender que partimos de un punto, nuestro momento actual y que, en ese punto, hay una potencialidad que podemos desplegar. Somos, por así decir, la mariposa dentro del gusano y el Yoga es el proceso de la crisálida por el que inevitablemente tenemos que pasar.
Un viaje de tal envergadura requiere voluntad, ecuanimidad, capacidad de dominar nuestros sentidos y extrema concentración. Ahora tenemos que preguntarnos si nuestro carromato, y nosotros con él, está preparado para ello.
Purificación
Sin embargo, un largo viaje es complejo y necesitamos llevar en las alforjas otros elementos complementarios, siendo la intensidad uno de ellos. El Yoga necesita intensidad para lograr sus objetivos, el mismo vigor y el mismo esfuerzo que necesita un montañista para alcanzar una cumbre o la misma que un ceramista pone en la cocción de sus piezas al horno con la temperatura suficiente para lograr el deseado grado de dureza. Podemos simbolizar esa intensidad como un gran fuego que va quemando las impurezas que encuentra a su paso. En la base del Yoga está la purificación de las tensiones del cuerpo y de las resistencias de la mente, purificación de todo lo que impide el paso de la energía y la amplitud de la conciencia. En este sentido, nos encontramos con una dimensión terapéutica, casi imprescindible, para avanzar en el camino del Yoga.
El pintor pinta sobre el lienzo blanco y el cocinero cocina en ollas limpias, y es seguro que podemos hacer obras de arte sobre el margen de un periódico antiguo y medio roto pero, sin duda, la purificación de nuestras estructuras corporales y mentales facilita el trabajo interior. Nos movemos torpemente a causa de nuestras tensiones musculares, resoplamos aquello que el tifón de nuestras emociones no puede retener y bailamos al son de nuestros pensamientos inestables.
El segundo aforismo del primer libro de los Yoga-sūtras de Patañjali habla de esos pensamientos inestables. Este aforismo define el Yoga como el aquietamiento de las oscilaciones mentales o como la restricción de los automatismos del pensamiento. De alguna manera esta máxima o sūtra nos sugiere la posibilidad de controlar la dispersión de nuestra mente y sortear la conciencia ordinaria reactiva, plegada a la información sensorial, arrastrada por las identificaciones en el pasado, por la volubilidad de la memoria, por la insaciabilidad del deseo o por la interpretación literal de las circunstancias. Tenemos que purificar el cuerpo a través de la intensidad de la práctica, pero también tenemos que purificar la mente a través del cultivo de la atención.
En definitiva, somos prisioneros de nuestros condicionamientos, automatismos corporales y fijaciones mentales. Parte del trabajo que hacemos en Yoga consiste en esta purificación ya sea a través de posturas, respiraciones, ejercicios de concentración, higiene en profundidad y alimentación sencilla y saludable. No queda otra que agarrar la escoba del Yoga y ponerse a barrer.
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