Julián Peragón - La síntesis del yoga

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Este libro es una síntesis del conocimiento esencial del Yoga dirigido a los simpatizantes, estudiantes y profesores de esta ciencia milenaria. Contiene una visión actualizada de los 8 pasos del Yoga clásico que Patanjali describe en los Yoga-sutras y que son una referencia para todo practicante. Profundiza en la necesaria postura ética (yama y niyama); la actitud adecuada en la práctica de posturas, respiraciones y relajación (asana, pranayama y pratyahara) y el cultivo profundo de la concentración, la meditación y la absorción de la mente (dharana, dhyana y samadhi). Se basa en una pedagogía que adapta la práctica del Yoga a cada persona desde la escucha de sus necesidades y desde la observación de sus tensiones.

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Intuición

Con el cuerpo y la mente purificados la mirada sobre la realidad se empieza a aclarar. Dicen que la realidad se esconde detrás de numerosos velos pero no es verdad, somos nosotros los que necesitamos revestirla para amortiguar su contundencia y para acomodarla a nuestras idealidades; la realidad está siempre aquí dentro y allá fuera sin pestañear un solo segundo. Vivimos, no obstante, en la periferia de la realidad y para desentrañarla es preciso apartar las tendencias de nuestro temperamento, los entresijos de nuestro carácter o los dobleces de nuestra personalidad. Y no lo hacemos porque nosotros mismos estamos enmarañados en sus hilos y no nos es fácil escapar. Lo sabe cualquier niño que sin saber cómo, simplemente jugando, se le enredan las cuerdas o los ovillos y después, al intentar deshacer los nudos, atraviesa momentos de impotencia y rabieta.

Querer saber de la realidad no es ninguna veleidad pues saber lo que existe fuera o dentro es imprescindible para que nuestros actos sean certeros y no dejen rastros indeseables. A nivel práctico lo tenemos claro: si quieres deleitarte con el paisaje debes limpiar pulcramente el cristal del ventanal. Pero claro, las adherencias internas de nuestra mente son más difíciles de desincrustar que la grasa del cristal. Aunque nada es imposible si hay clara conciencia de ello.

En primer lugar, para ver nítidamente la realidad, hay que discriminar, hacer lo mismo que hacemos cuando queremos producir harina para nuestro pan: separar el grano de la paja ya sea de forma manual o con instrumentos adecuados antes de llevarlo al molino.

Con el tiempo, la mente purificada se convierte en un perfecto bisturí y puede discernir los actos contingentes del hilo delgado que une las acciones vinculadas a los procesos internos. La precisión mental desenmascara los soportes donde arraigan nuestros deseos mostrando el impulso profundo que los sostiene; o simplemente, la capacidad de diferenciación nos ayuda a reconocer que detrás del caleidoscopio de las formas que vemos con nuestros ojos se esconden las esencias de las cosas. En todo caso, discriminar requiere de una concentración extrema, de mucha paciencia y de una extraordinaria tranquilidad. No en vano es lo que le decimos al niño cuando quiere deshacer aquellos nudos que hemos dejado párrafos atrás: sigue el hilo, no te pongas nervioso y ve poco a poco para deshacerlos.

Cualquier elemento puede ser objeto de nuestro discernimiento pero, especialmente, lo son aquellos hitos nucleares que suceden en nuestra vida. Desde el inicio del proceso de hominización el ser humano ha quedado consternado ante la muerte de sus congéneres porque aquel cuerpo que había manifestado vitalidad ahora yace inmóvil y sin ninguna expresión. Y ese cuerpo otrora vivito y coleando, ahora empieza a corromperse hasta ser sólo huesos. ¿Hay algo que trascienda la muerte, algo insustancial que no podemos asir, una esencia que no está contenida en el espacio o encerrada en el tiempo? Valga este ejemplo para señalar que el proceso de discriminar y discernir nos permite extraer las esencias de la vida para no engañarnos con las formas, siempre cambiantes, raramente simples y a menudo ilusorias.

La vía del conocimiento intuitivo despeja este camino lleno de trampas y nos dice: “observa con detenimiento, mira detrás de la vida los patrones energéticos que se activan, observa cómo hay una lógica precisa en su interior, detecta el momento sensible donde se producen los cambios y amplía la visión hasta comprender el entramado de la realidad. Sólo entonces podrás fluir con los cambios sin resistencias y activar alguno de ellos para inducir una mayor armonía en la vida” . Así de fácil y también así de difícil.

Fundamentalmente el Yoga es una manera precisa y pautada de desnudar la realidad, primero purificando nuestro cuerpo y nuestra mente para darle después una estocada a lo ilusorio a través de la discriminación.

Con lo dicho, y siguiendo la metáfora del camino, nos encontramos de viaje con nuestro carromato y con toda seguridad en el trayecto nos encontraremos con encrucijadas que hay que dilucidar y con obstáculos que hay que sortear. Sólo nuestro anhelo profundo de alcanzar la meta y una buena sagacidad nos harán encontrar el camino adecuado. En otras palabras, el Yoga nos ayuda a desarrollar nuestra intuición, a confiar en nuestra fe, a extremar nuestra atención para reencontrarnos con la realidad y comprenderla en sus más profundos secretos. ¿Pero esta profunda intuición es suficiente?

Sincronía

Ahora bien, esa visión iluminada de la realidad bien podría ser eso, una visión exquisita pero, al fin y al cabo, una visión sin más. ¿Cómo sabemos que es bien real? ¿Cómo sabemos que no es una visión descarnada, parcial o fantasiosa? ¿Cómo sabemos que la persona sabia que la describe con vehemencia, o nosotros mismos, no es un loco, un charlatán, un embaucador o un aficionado? Evidentemente lo sabemos cada vez que las visiones se plasman en la realidad, es entonces cuando percibimos los errores de perspectiva y las miopías de sus argumentos. No basta con la visión grandilocuente de la realidad, hay que practicarla, transitarla sobre el terreno y ponernos a prueba para ver si estamos a la altura de sus verdades.

Así pues, el Yoga podría ser también un Yoga de la acción. Un Yoga bastante difícil puesto que nuestras acciones están teñidas del estado anímico con el que las realizamos. Qué duda cabe que nuestros actos pueden ser interesados o desinteresados, libres o condicionados, adecuados o inadecuados.

El Yoga de la acción nos coloca delante de una verdad incontestable: estamos atados a la gran rueda de las acciones, una rueda que no para de girar… Queramos o no, las acciones suceden aunque nos quedemos quietos, maniatados y con los ojos vendados. Detenerse también es actuar.

En la superficie, las acciones parecen simples y compactas; chutamos el balón o apretamos el botón que tenemos delante pero, en el fondo, éstas se ramifican y ramifican en una red de consecuencias ad infinitum . Si la pelota que chutamos entra o no dentro de la portería puede, en determinados casos que todos conocemos bien, hacer que todo un país salte de alegría o se frustre ya que si bien los actos son, de entrada neutros, se comportan como esponjas que absorben un universo de múltiples significados.

Si es cierto que es imposible sustraerse de nuestras acciones, sí podemos ponernos en una posición en la que amortiguar sus efectos al menos de aquellos más indeseables. No en vano, la Bhagavad-Gītā , texto épico fundamental en el hinduismo, plantea el Yoga, entre otras enunciaciones, como la habilidad en la acción. ¿Por qué habilidad? precisamente por aquella complejidad que toda acción supone más allá de su impacto inmediato. Y es que las acciones no siempre son lo que parecen. No seamos ilusos, cada acción deja un rastro infinito de consecuencias y sólo vemos algunas estelas de ellas, apenas la punta del iceberg.

Muchas de nuestras acciones tienen efectos inmediatos pero parecen reverberar en el tiempo. Uno cosecha lo que siembra pero sería más preciso decir que la naturaleza de nuestros actos refuerza la intención con la que los hemos hecho, formando un bucle que se retroalimenta. En la física, la ley de causa y efecto está muy bien estudiada, pero el mundo interno también tiene su gravedad que actúa inexorablemente en las compensaciones de las emociones, las atracciones del amor, las equivalencias de las razones o las sincronías de las intuiciones.

La agresividad que empleamos sobre el objeto (o sujeto) que nos estorba o amenaza explota fuera pero también implosiona dentro en forma de frustración, negatividad o culpabilidad. No podemos lavarnos las manos de las acciones irresponsablemente, cada acto deja una impronta en forma de semilla que, si la regamos a menudo, no tarda en florecer. Es cierto que una gota que cae no produce una tormenta, pero una secuencia repetida de actos conforma un hábito y a la postre un carácter. Y, lo sabemos, somos la mayoría de las veces víctimas (y cómplices) de nuestras estructuras mentales y emocionales.

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