Acostumbrados a ver libros de posturas de Yoga técnicamente impecables realizadas por personas jóvenes, guapas y flexibles olvidamos que el Yoga, desde las posturas a la meditación, es sobretodo una vivencia, un soporte para la concentración, un despertar de nuestra sensibilidad y un encuentro con lo que realmente somos, con nuestra fuente interior. Algo que se puede vislumbrar pero que no se ve en las fotografías.
Cuando uno se dirige hacia esa vivencia interior se libera de la esclavitud de la imagen y se distancia de la técnica rígida que no tiene en cuenta a la persona. Es como si hiciéramos Yoga en un grupo, todos con con los ojos vendados. Entonces no habría nada que mirar en el exterior y nada que demostrar. Esto es clave en la práctica del Yoga: no tenemos nada que exhibir porque cada uno está en su propio proceso personal, con toda la complejidad de elementos físicos, emocionales o mentales y, por tanto, sin comparación posible con el de otra persona.
Mi primer profesor de Yoga nos solía decir: “aquí no venís a hacer Yoga sino a aprender” . Lamentablemente en la actualidad el aprendiz de Yoga que se comprometía con la disciplina y que acudía a clase con su cuaderno, con sus lecturas y sus preguntas, entusiasmado con el Yoga, está quedando marginado. Hoy se impone el cliente de Yoga, el que paga una cuota para tener unos horarios donde relajarse y estirarse, antes o después del trabajo, pero al que no le interesa descubrir las entrañas del Yoga sino su ejecución y la experiencia que le brinda. Pareciera que es el instructor el que se pliega a su demanda evitando cualquier comentario cuestionador, interiorización que pueda irritar o ejercicio que exceda la intensidad acostumbrada. Se busca en el Yoga una terapia y no tanto un método de autoconocimiento.
Espiritualidad
Ha llegado el momento de apuntar que el Yoga tiene manos y pies, cabeza y entrañas, corazón y arterias, pero también mente y alma. Es un todo indivisible tal como es un organismo vivo, nada en su constitución le es gratuito. Plantear un Yoga integral no implica necesariamente hacerlo más complicado o engorroso, más elitista o esotérico, sino más real.
Estamos señalando desde el inicio que el Yoga se tiene que adaptar y, si somos capaces de proponer una variante de un āsana , hacerla dinámica para su mejor aprendizaje, utilizar elementos exteriores como cintas, bloques o soportes en la pared para que el alumno pueda regularse, también lo podemos hacer con los ejercicios de respiración, la meditación o la filosofía. Podemos hacer juegos para desbloquear la respiración, ejercicios de concentración para preparar la meditación, utilizar algún cuento sabio para explicar conceptos de la filosofía del Yoga. Sólo nos falta claridad en los objetivos y creatividad para encontrar atajos y nuevas formas de aprendizaje. Tenemos mucho que hacer en esta rama de la pedagogía del Yoga.
Sin embargo, el mayor tabú a la hora de implementar un Yoga integral es la espiritualidad. Desde la perspectiva del Yoga, la espiritualidad no implica necesariamente creer en un dios o seguir un cuerpo doctrinal porque el Yoga no es una religión. Uno puede ser hinduista, budista o cristiano y practicar Yoga pero también puede no seguir ninguna religión. La espiritualidad del Yoga tiene que ver con la comprensión profunda de que somos mucho más que estructuras mentales con las que estamos identificados y, por lo tanto, que más allá de ellas podemos encontrar el núcleo profundo del Ser que es fuente de conciencia, de paz y de libertad. El Yoga como disciplina estructurada nos dice que esa fuente de dicha y claridad se puede experimentar si seguimos adecuadamente los pasos a través de una práctica por la que discurre nuestro proceso interior. Espiritualidad puede ser simplemente vivir las experiencias vitales desde un enfoque del que extraer el máximo aprendizaje y percibir así, a lo largo de los años, un sentido interno que nos orienta y nos da coraje. Cuando descubrimos que no estamos aislados sino en íntima conexión con la naturaleza, cuando aprendemos a amar lo que hacemos y a respetar lo que sentimos ante los demás, cuando somos capaces de diluirnos ante la infinitud de lo que nos rodea, podemos decir que empezamos a iluminarnos por dentro.
En todos nosotros hay un anhelo de trascendencia y una búsqueda de sabiduría y sería un error, en la divulgación del Yoga, evitar (por miedo, complejo o estrechez de miras, por el resquemor o la desconfianza que genera todavía la espiritualidad) el abrir pequeños espacios en nuestras clases de Yoga para investigar sobre la profundidad del Ser que somos.
Yoga real
A causa de ese complejo que poseemos sobre la espiritualidad conviene salir de los templos y aterrizar en la vida cotidiana. Hablando de Yoga, necesitamos despejar la confusión que tenemos entre medios y fines. La salita de práctica personal o el centro de Yoga donde acudimos semanalmente sólo son laboratorios donde drenar tensiones, reforzar cualidades, cultivar la atención o aumentar la sensibilidad que después vamos a necesitar en nuestra vida. Podríamos decir que el Yoga real es el Yoga cotidiano, el que hacemos día a día: el Yoga de fregar los platos, peinar a nuestra mascota, enviar el correo electrónico a nuestro cliente o jugar con nuestros hijos. Es ahí, en los entresijos de la vida donde se dan los āsanas más complicados, las técnicas de relajación más insospechadas y el control de la respiración más difícil. Es ahí donde tenemos que insistir.
Mientras estamos en la esterilla con los pies más arriba que la cabeza o manteniendo el equilibrio con un pie no hemos de olvidar que el Yoga empieza con nuestra vida real porque el Yoga es una filosofía de vida, una respuesta al sufrimiento, un dominio de sí mismo y un arte de fluir con la existencia. Y todo esto lo practicamos desde que abrimos los ojos por la mañana hasta que los cerramos por la noche.
Orientación
Cualquier objetivo en la práctica del Yoga, por pequeño que sea, es lícito y conveniente. Hacer Yoga para perder peso o para dormir mejor pueden ser propósitos totalmente respetables y, quién sabe, quizás generen el deseo de conocer el Yoga en profundidad más adelante. Lo importante en la transmisión del Yoga es tener claro el para qué , de la misma manera que al sostener un martillo sabemos si es para arreglar un mueble o para hacer una escultura. La orientación en el Yoga es clave para no perderse y para ajustar expectativas y resultados. La misma técnica que utilizamos variará en su enfoque e intensidad si la orientación es una u otra, o ambas a la vez.
La primera orientación que contemplamos en la práctica de Yoga es la salud. Hacemos Yoga para sentirnos mejor y para potenciar nuestros recursos fisiológicos. Qué duda cabe que la práctica asidua del Yoga ayuda al tránsito intestinal, favorece el retorno venoso, oxigena mejor nuestros tejidos, equilibra la presión arterial, relaja la musculatura, endereza la columna, calma el sistema nervioso y fortalece el inmunológico, entre muchos otros beneficios. No hay que insistir más en esto que se ha difundido a los cuatro vientos, pero lo que me parece más importante de esta orientación es que constituye un recurso más que la persona puede utilizar de forma independiente en su vida.
Acostumbramos a ser pasivos en la enfermedad cuando nos vivimos como “pacientes”, valga la idoneidad de la palabra, de un tipo de terapia u otro, o cuando recibimos pastillas, agujas de acupuntura, bolitas homeopáticas, infusiones naturales o masajes terapéuticos. Es evidente que son necesarios y la práctica del Yoga no implica renunciar a ellos, pero sí es importante destacar, desde esta orientación, que el Yoga no es algo que recibimos sino algo que hacemos . Es una técnica que nos da libertad porque aporta conocimiento para profundizar en nuestras tensiones. Conformamos así un Yoga para una gestión activa de nuestra salud.
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