El 18 de noviembre, Ayala se disponía a regresar a la corte del emperador y la reina Bona le entregó dos cartas para los reyes y una para Antoine Perrenot de Granvelle. En ellas agradecía el afecto que le tenían y que hubieran facilitado su regreso a Italia, mostrándose familiar y leal a los monarcas.
Las cartas que completan este epistolario son de naturaleza diversa, pues muestran que la reina Bona estaba también en contacto con Giovanni Battista Schizzo, 59 cremonés regente de Milán, sobre sus asuntos, antes de emprender su viaje a Italia. Las cartas del embajador imperial en Venecia, Francisco de Vargas, y del embajador Figueroa en Génova, así como la del regente Albertino, muestran el interés que tenía el embajador en agasajar a la reina Bona, ya que todos acudieron a recibirla a Padua y la acompañaron a Venecia, ciudades en las que se le obsequió con un recibimiento propio de su dignidad, como veremos en las relaciones de sucesos que se imprimieron a su llegada. 60
Llegada a Bari e instalada «nel castel nostro di Bari», la reina continuaba su correspondencia con Schizzo, que estaba en Bruselas. La familia Pappacoda mantenía las buenas relaciones con Antoine Perrenot de Granvelle, como sugieren dos cartas de Francesco Pappacoda, mayordomo mayor de la reina Bona, en las que solicita el obispado de Motula para su nieto, hijo de Artusio Pappacoda. Esta petición era de agosto de 1557. La reina Bona murió el 19 de noviembre de 1557.
A su muerte, los hechos se sucedieron de la siguiente manera: Pompeo Lanza tomó posesión de los estados en nombre de la regia corte de Nápoles y Giovan Lorenzo Pappacoda cogió el testamento de la reina Bona y lo llevó a Nápoles para entregárselo a Federico de Toledo. 61 Sobre la validez del testamento, Federico remite a Alonso Sánchez el viejo, tesorero de Nápoles, que había estado toda la vida al servicio del emperador, miembro del Consejo Colateral, instruido de lo que había que hacer «para lo que toca al servicio del Rey como para descargo del ánima de la defunta». Había sido enviado el 28 de noviembre a Bari desde Nápoles por Federico de Toledo en calidad de «persona de gran confiança y que tuviese spiriençia a tomar la posessión deste estado y inventariar la hazienda que la dicha Reyna ha dexado».
La posesión de los estados fue llevada a cabo por Pompeo Lanza inmediatamente después de la muerte de la reina Bona y Alonso Sánchez se encargó como persona experta en confirmarla. Pompeo Lanza escribió a Antoine Perrenot de Granvelle el 20 de diciembre para narrarle cómo se encontró en aquella circunstancia. Estaba en su casa de Lecce desde octubre, enfermo, cuando supo de la muerte de la reina Bona, y por postas fue a Bari para tomar posesión del castillo y del condado de Noia. Tomó juramento de fidelidad a todos y selló y anotó en acta pública el lugar donde la reina tenía el tesoro y las escrituras y enseres, pero no hizo ningún inventario, dijo, «por razones conocidas», de lo que avisó a Federico de Toledo y al Consejo. Mandó también dos copias del testamento. Luego llegaron Alonso Sánchez con el doctor Castiglia, presidente de la Summaria, que se ocuparon del inventario y del testamento y de la última voluntad de la reina. Todo quedaba en manos de Su Majestad. Le quedaba la duda de si los ejecutores del testamento podían propria auctoritate esperar o no a tomar la herencia o si debían notificarlo antes al heredero. La elaboración del inventario era importante para lo que sucedió después, que implicaba el respeto que el emperador debía tener con el rey de Polonia.
Las cartas de agradecimiento de Antoine Perrenot de Granvelle a Alonso Sánchez y a Pompeo Lanza se mandaron a principios de 1558. Hay una carta a Pompeo Lanza, escrita un año después de la muerte de la reina Bona, en la que Antoine Perrenot le asegura que se ocupará de que se atienda lo que solicita, pero lo cierto es que todo había cambiado. El emperador había muerto en Yuste en septiembre de 1558 y Granvelle se hallaba inmerso en las negociaciones de paz con los franceses, aunque él no descuidaba nunca estas atenciones.
De la lectura de estas cartas se desprende con facilidad cómo fueron los preparativos y el viaje de la reina Bona a Italia. Desde antes de la muerte de Segismundo I Jagellón, ella se interesó por sus privilegios de los estados del reino de Nápoles y, con los años, probablemente disgustada por la fama que tenía en Polonia, de la que se queja en sus cartas, decidió abandonar el país y volver a Bari, donde tenía las posesiones heredadas de su madre y donde probablemente deseaba morir. La hábil y secreta actividad diplomática que desplegó con la ayuda de sus embajadores Pompeo Lanza, Camillo Brancazzo y los miembros de la familia Pappacoda (Francesco, Artusio y Giovan Lorenzo) le hizo acariciar la idea de unir a la confirmación de sus privilegios y a su viaje el gobierno del virreinato de Nápoles, vacante tras la muerte de Pedro de Toledo. Estaba dispuesta a prestar a buen interés altas cantidades de dinero al emperador e incluso dejar a su muerte cuanto tenía con tal de conseguirlo. La negociación no resultó bien, o no del todo. El reino de Nápoles fue cedido por el emperador a su hijo Felipe poco antes de su matrimonio con María Tudor para que tuviera la misma dignidad que su esposa y las decisiones políticas y los nombramientos de Felipe II diferían de los de su padre. No sabemos qué habría hecho el emperador, pero padre e hijo acordaron que el gobierno de Nápoles pasara al duque de Alba, que en aquel momento dirigía la respuesta contra el papa Pablo IV.
La reina Bona mantuvo desde 1551 en secreto las negociaciones porque sabía que su hijo aspiraba a ser investido de los privilegios de los estados de Nápoles y ella no quería que fuera así. También estaba segura de que su hijo no habría aprobado su viaje solo de ida a Italia. Como necesitaba de la ayuda del emperador para lograrlo, desplegó una actividad diplomática muy meditada, que nunca fue conocida en Polonia. Los mismos agentes y embajadores de la reina Bona estaban al servicio del emperador, no sabemos si desde el principio o durante el tiempo que duraron las negociaciones. Son muchos los datos nuevos que emergen en estas cartas y ninguno de ellos refuerza la idea del enamoramiento de Giovan Lorenzo Pappacoda. No hay motivo para pensar que lo hubo. Esa afirmación reúne todos los elementos de esa inclinación tan deleznable de dar una interpretación en términos de escándalo y de baja literatura para explicar lo que no tiene base para su fabulación. Además de usarse exclusivamente para denigrar a las mujeres. Tampoco el envenenamiento ni la afirmación de que hubiera un segundo testamento. Se habla de dos copias del testamento y de un inventario de bienes que no se hizo con garantías legales.
Las dos últimas cartas de este volumen demuestran que el pleito de Segismundo comenzó inmediatamente y que protestó ante el papa por lo que había ocurrido. Pero Segismundo debió de quedar muy sorprendido por la actitud de su madre, que no regresó como le había prometido, y solo supo lo que había hecho cuando murió.
LAS RELACIONES DE LA LLEGADA DE LA REINA BONA A PADUA Y VENECIA
Las relaciones de sucesos sobre Bona Sforza debieron de ser más abundantes de lo que permiten afirmar los testimonios que se han conservado. Una vida en el centro de las luces de la sociedad renacentista entre el reino de Nápoles, el ducado de Milán y su compromiso con el rey Segismundo de Polonia debió atraer todo el interés de la incipiente imprenta. Sabemos, por lo que se ha conservado, que su figura fue ensalzada por poetas y artistas, fue descrito su matrimonio y el suntuoso banquete que lo celebró, se narró su viaje a Polonia 62 después de la boda, y también fue objeto de publicaciones su viaje de regreso a Italia, como veremos inmediatamente.
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