Pero no lo hizo; en su lugar mandó a la reina. 27
Continuó su viaje y durante su transcurso recibió por parte de los catalanes homenajes «más copiosos que en otros reinos, porque las poblaciones eran más numerosas y ricas y rivalizaban entre ellas». 28 Una vez en Barcelona pudo advertir el gran esfuerzo económico hecho para celebrar su visita. 29 De hecho, la propaganda oficial a favor del monarca al principio fue mayor en Cataluña que en Castilla. 30 A pesar de todo, los catalanes recibieron al rey con expectación. En un primer momento, sus dificultades con el idioma, «comprendía bastante el latín, poco el castellano y nada el catalán» y su carácter retraído, causaron, como cuenta Pérez Samper, una gran decepción entre los catalanes. A esta mala impresión hubo de sumarse ciertos incidentes que suponían un desconocimiento de las tradiciones catalanas por parte del nuevo rey. 31
Pero todos los recelos de la población, en especial de gremios y comercio, se mitigaron cuando el rey abrió las Cortes. Al parecer en más de un momento en pensó abandonarlas, pero esperaba un cuantioso donativo y eso le mantuvo en Barcelona. 32 Cuando el rey enfermó y su comitiva esperaba que nada más mejorar partieran «en derechura a Madrid». Así lo relataba Florencio Guillén al duque de Gandía y puede advertirse en estas letras un cierto desprecio hacia los catalanes:
creo que los catalanes se quedarán sin Cortes y llenos de pretensiones con más de dos mil memoriales puestos al rey, que todos holgazamos que llebarán chasco por lo mucho que han apurado a todos los de la Comitiva del rey. 33
Sin embargo, el rey abrió y cerró las Cortes y juró y confirmó sus fueros y privilegios; y aún, añadió otros que, en opinión de Florencio Guillén en otra carta al duque eran excesivos:
las Cortes me pareze están ya concluidas pues solo falta baia S.M. al solio, aviendo logrado el Principado que S.M. le haia conzedido todas las constituciones que le han pedido que son muchas y muy favorables… y solo se les ha dexado de conzeder las ynsaculaciones. Dízese que estas mercedes han sido contra el dictamen del Virrey Canciller Consejo de Estado y Aragón que aseguró a V.E. que ay Constituciones muy dañosas a los otros reynos. 34
El marqués de San Felipe consideró más tarde que tantas mercedes desautorizaron al rey que cedió por temor a no darles ninguna excusa para sublevarse, «porque los catalanes creen que todo va bien governado gozando ellos de muchos fueros». 35
No volvió a Aragón para abrir Cortes, como tenía previsto, ni pasó por Valencia, a pesar de los preparativos de los electos para recibirlo; 36 la guerra le llevó a Milán.
Cuando las fuerzas del archiduque Carlos desplazaron el teatro de la guerra a la península, el conflicto adquirió una nueva dimensión: ya no se trataba solo de una cuestión internacional. Los territorios hispánicos tomaron parte por uno u otro candidato y la guerra se convirtió también en civil. Los primeros conatos de sublevación se produjeron en territorio de la Corona de Aragón, en Nápoles. El príncipe Maquia, con algunos caballeros y parte del pueblo, con la efigie del archiduque en una baza recorrieron las calles aclamándolo «fueron a las cárceles y las abrieron y luego al castillo de Castelnovo cuyo castellano resistió este ímpetu y se entraron en unas casas fuertes, donde acudió el virrey con la nobleza y los desalojó». Esta sublevación se dio por «sosegada habiéndolo escrito el Papa y el virrey». 37 Poco después los barcos de los aliados se apostaban en las costas del Levante.
La historiografía tradicional ha venido insistiendo en que la contienda civil enfrentó, en la Corona de Aragón, centralismo y fuerismo. Sin embargo, como ya vienen defendiendo algunos autores y reafirma el trabajo de Sergio Villamarín, hay que distinguir «dos guerras» por lo que a la Corona de Aragón se refiere, con un claro acontecimiento que supone el término de una y el comienzo de la otra: la abolición de los fueros de Valencia y Aragón. 38 Hasta el 29 de junio de 1707 casi nadie pensaba en la posibilidad de perderlos. 39 En la Corona de Aragón ni austracistas ni borbónicos cuestionaban el régimen foral. 40 Felipe V había concedido privilegios semejantes a los otorgados por el archiduque Carlos años más tarde. 41 Es verdad que el discurso político acerca de la incompatibilidad de fueros y privilegios con la monarquía absoluta ya existía más de medio siglo atrás. 42 Existieron recelos sobre la observancia de sus fueros durante la guerra antes de 1707; en ocasiones se denunciaron contrafueros, pero no dejaba de ser la aplicación de un mecanismo de defensa previsto contra los ataques del rey o de sus oficiales. Nada que no hubiera ocurrido antes. 43 Por otra parte, durante la guerra, es cierto que la abolición de los fueros supuso una baza para tratar de evitar resistencias, pero lo fue para ambos contendientes. 44
Los defensores del trono de Felipe V no se oponían a los fueros. De hecho, cuando a Aragón le son devueltos en 1711, después de suprimidos junto a los valencianos en 1707, Andrés Monserrat Crespí manifestó al duque de Gandía (ambos borbónicos) la esperanza o casi convicción de que también sucedería así en Valencia. La vuelta a la normalidad pasaba por la devolución de sus fueros.
En manifestazión de la virtud y justicia de nuestro Amo y propio de la Real clemencia de su Magestad, el restablezimiento de Audiencia, fueros y diputados en Aragón, pues aunque lo que descubre la planta sea con alguna novedad y limitación pero devemos esperar con el benefizio de el tiempo buelvan todas las cossas a su antiguo natural cursso y que lo mismo suzeda en este Reyno donde todavía no ha llegado el decreto que se publicó en Zaragoza . 45
No resulta fácil teniendo en cuenta este punto de partida, determinar antes de 1707 los motivos de las adscripciones de unos territorios o personas a la causa borbónica o a la austracista. Porque en los territorios de la Corona de Aragón, a pesar de que por lo general se siguió la causa del archiduque, hubo zonas que mostraron de principio a fin sus preferencia por el de Anjou. En Aragón, Fraga, Jaca o Tarazona fueron siempre fieles a Felipe V. Como ocurriera en Cataluña, con Cervera, o en Valencia, con Peñíscola, Gandía y Jijona, entre otras. 46 Además no siempre los afectos al archiduque lo fueron por idénticas razones.
En el Reino de Valencia, en general, la adhesión de algunos territorios al archiduque estuvo motivada por las torpes medidas del gobierno, como señala Villamarín. La prohibición de comerciar con las naciones enemigas disgustó a zonas como la Marina, cuyas cosechas dejaban de tener salida. Si a ello unimos los abusos de los comerciantes franceses y los efectos de la propaganda austracista favorable a la eliminación de cargas nobiliarias, encontramos las razones de la masiva adhesión de estas poblaciones a la causa aliada. Todo ello sin menospreciar la actividad de las redes de agentes del archiduque 47 y el malestar social arrastrado del siglo anterior. En cualquier caso, como señala Pere Voltes para Cataluña, si la escuadra angloholandesa no hubiere instalado al archiduque en Barcelona y luego conquistado el Levante español, la realidad seguramente hubiera sido otra. 48
La propaganda pro-borbónica con cierta ironía explicaba el austracismo de los valencianos como un mero mimetismo con los catalanes: «vieron los valencianos que los catalanes sus hermanos mudaban de Rey y les pareció caso de menos valor no hacer lo mismo y aún hicieron juicio que toda España les había de culpar de omisos porque no habían sido los primeros»; aunque también apuntaba, y no se alejaba mucho de la realidad de algunas zonas a pesar de recogerlo haciendo mofa, la cuestión mercantil. 49
La pronta adhesión popular a la causa del archiduque en la zona de la Marina, no tuvo correlación con lo que sucediera en Castellón. Alejada del conflicto, solo cuando en 1703 el virrey y los electos demanden una contribución extraordinaria para los gastos de la guerra, su ayuntamiento parece darse cuenta. Hasta ese momento nada se recoge en las actas municipales. Y, desde ese momento, aunque no se dude de la legitimidad del Borbón, ni se aluda al alzamiento de otras villas valencianas, se advierte una gran resistencia para desembolsar las cantidades exigidas, bien como alegan por falta de caudales o bien porque, desde la lejanía, el conflicto no parece que les afectase. Y cuando está más cerca, sienten que su defensa no interesa tanto como la de otros lugares. Vienen a la memoria las palabras de Ortí –no nos rebelamos, sino que no nos defendieron–, queja que después de la guerra muchas poblaciones alegarán.
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