Sólo un puñado de estudiosos destacaron la existencia de una ínfima minoría de moriscos que pudieron permanecer en el territorio a partir de 1570, acogidos al permiso regio. Son los descendientes de los colaboracionistas , familias bastante o muy integradas, según los casos, que ya nada representaban en realidad. Sólo un toque pintoresco y colorista, eco casi desvanecido de un tiempo que nunca habría de volver.
Sin necesidad de retrotraernos a algunos artículos muy antiguos, que aportaron escasos datos y que pasaron desapercibidos casi por completo, 2creo necesario mencionar los estudios pioneros de Bernard Vincent, quien ha marcado durante las últimas décadas con sus trabajos el ritmo no sólo de esta temática concreta, sino el de todos los estudios acerca del colectivo morisco. Artículos como «Los moriscos que permanecieron en el reino de Granada después de la expulsión de 1570» 3pusieron de manifiesto en su día la continuidad de parte del grupo tras la expulsión decretada por Felipe II, aunque en forma de un escaso número de familias de la élite colaboracionista.
Sobre este interesantísimo cuerpo social se han ido publicando muchos estudios, la mayoría de ellos centrados en la evolución de una familia concreta. Todos ellos, incluidos los míos propios, acababan sus páginas poco más allá de la cesura cronológica que marcaba la guerra y la expulsión. Ningún autor planteaba la permanencia morisca tras 1614, desde luego nadie en forma de un colectivo socio-culturalmente diferenciado. Sólo existiría una obvia continuidad genealógica para el caso de este ínfimo porcentaje de linajes, mas en absoluto manteniendo una idiosincrasia específica, sino fundidos de inmediato en el seno de la masa cristiano vieja.
Sin embargo, para ser justos habría que retroceder bastante en el tiempo, pues ya en fecha tan temprana como 1959 don Antonio Domínguez Ortiz advirtió en un breve artículo que las cosas no eran tal y como parecían a primera vista. El título del trabajo ya lo dice todo: «Felipe IV y los moriscos», 4reinado el de este Habsburgo en el que ya no quedaba, o eso se pensaba, morisco alguno en España. La causa del escaso éxito del trabajo radica sobre todo, o eso creo yo, en presentar un panorama tan distinto al comúnmente aceptado que simplemente se ignoraron sus aportaciones. No de forma consciente, sino pensando que lo que don Antonio allí planteaba serían meras excepciones, una situación pintoresca pero sin mayor trascendencia.
El maestro Domínguez Ortiz desarrolló esta cuestión en el mejor libro que se ha escrito sobre la cuestión morisca, redactadas sus páginas junto a Bernard Vincent. 5Me refiero, claro está, a Historia de los moriscos. Vida y tragedia de una minoría . Su capítulo final, escrito por don Antonio, se dedica a la continuidad morisca tras el trauma de tiempos de Felipe III. En él se demuestra la posible permanencia de algunos núcleos poblacionales en ciertas zonas, pero se concluye con toda rotundidad:
Las referencias a moriscos en España después de la expulsión requieren, por ello, una criba, y un cierto sentido crítico para no dejarse impresionar por su número y pensar que fueron realmente muchos los que consiguieron quedarse o volver. El Islam español finaliza en 1609-1614. 6
Tras muchos años de vacío en este campo, ha sido en la última década cuando se han publicado trabajos específicos sobre la temática, alguno de los cuales ha despertado cierta polémica, la cual por desgracia no ha trascendido como debiera al ámbito mediático, todo lo contrario que sucedió, por sólo mencionar el caso más parecido, con la relativa al Origen de la Inquisición , entablada entre Benzion Netanyahu y sus mucho más razonables detractores. ¿Casualidad, o se trata de nuevo de un mayor interés en los medios de comunicación por nuestro pasado judaico antes que por el islámico?
Sea como fuere, el libro de Trevor Dadson sobre los moriscos de Villarrubia de los Ojos, en Ciudad Real, ha marcado un punto de inflexión. Un grueso volumen de más de 1.300 páginas, repleto de datos, que viene a demostrar que en esa localidad castellano-manchega permanecieron multitud de moriscos, muchos de los que allí vivían antes de la expulsión, los cuales consiguieron ocultarse, pleitear exitosamente contra la Corona o simplemente regresar de forma subrepticia tras su extrañamiento. 7Las bondades del libro radican, a mi entender, no sólo en el estudio de un caso más que interesante, sino en la toma de conciencia que para muchos ha supuesto acerca de un fenómeno casi olvidado. Los puntos negativos de la obra, que los tiene y bastantes, han sido señalados por varios de los principales investigadores en la materia. 8Entre ellos, la excepcionalidad de la villa, la condición especial de mudéjares antiguos de muchos de estos moriscos y, en esto abundo yo mismo, la metodología empleada, ya que para asegurar la permanencia no basta con utilizar la identidad de los apellidos, herramienta a la que recurre con demasiada facilidad el autor.
De forma mucho más gris y callada, Gobert Westerveld viene a mostrar, tras largos años de investigación (propia y ajena) la enorme trascendencia de este fenómeno de continuidad islámica en el caso de las distintas villas y lugares del murciano Valle de Ricote. En varios libros, cuyo contenido podemos definir siendo elegantes como farragoso, 9se nos desgranan miles de datos que demuestran, esta vez sí de forma palmaria, la permanencia morisca en tierras murcianas tras los bandos de Felipe III. Una vez más, la realidad parece incontrovertible, pero queda la duda de si estamos ante un fenómeno muy localizado, imposible de extrapolar al resto de España y, menos todavía, de utilizar como modelo interpretativo.
Hora es ya de ir asumiendo que nos encontramos ante un problema histórico de primer orden, ante la permanencia de buena parte de la población de origen islámico en tierras hispanas más allá de los decretos emitidos por el poder central. Los datos de archivo que se están encontrando así lo demuestran, y aunque queda muchísimo por hacer, ya empiezan a darse las primeras publicaciones que parecen extender el proceso por toda la geografía nacional. 10Veamos algo de ello.
Nunca sabremos cuántos moriscos lograron quedarse en sus tierras natales, ni siquiera en qué zonas lo hicieron, pues hemos de tener bien claro que, salvo contadas excepciones, la persistencia de esta comunidad se debió precisamente a su capacidad de ocultación. Dicho de otro modo, para seguir siendo moriscos, debían de dejar de ser moriscos. Es por ello que lo que con toda seguridad lo que registran los papeles de los archivos será sólo la punta del iceberg.
Pero no importa. Lo que realmente nos interesa como historiadores son los mecanismos que explican la posible permanencia, frente a todo lo establecido por la ley. Por un lado, los que permanecieron ocultos, sin registrarse, huyendo de su localidad, cambiando de nombre y apellidos, marchándose a otras poblaciones circundantes de forma transitoria o permanente. La protección de los poderosos se revela aquí, y en los puntos que siguen, esencial. Clases dirigentes locales, élites urbanas y rurales, eclesiásticos, alta nobleza, funcionarios reales que bien por interés, por corrupción o incluso en algún caso de forma altruista les protegieron e impidieron el cumplimiento de los mandatos regios. No es tan raro como puede parecer en un primer momento, así precisamente es como lograron permanecer en nuestro país miles de gitanos a pesar de las reiteradas órdenes de expulsión y la aniquilación cultural que se dictaron desde el reinado de los Reyes Católicos hasta mediados del siglo XVIII.
Debieron ser muchos los moriscos que de esta forma lograron burlar el exilio, pero otro tanto quizá supusieron los que una vez expulsados consiguieron retornar a España, desembarcando desde diversas procedencias en sus costas y reintegrándose a la vida más o menos normal; suponemos que en localidades diferentes de aquellas de donde era oriundos. Añadamos a ellos, visto el fenómeno en un sentido lato, los muchos berberiscos que poblaban las costas hispanas, y que empiezan poco a poco a aparecer de entre los legajos e incluso en letra impresa.
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