Jorge Majfud - La privatización de la verdad

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Estados Unidos es el país de las máscaras y de la doble personalidad del superhéroe de la cultura popular: la obsesión de la 'unión' enmascara sus profundas divisiones, así como el discurso sobre la expansión de la 'libertad' acompañó la permanente expansión del sistema esclavista en cada una de sus conquistas territoriales. Aunque los confederados, los esclavistas del sur, perdieron la guerra civil en 1865 y luego perdieron la guerra cultural durante el siglo XX, inadvertidamente ganaron la guerra política y, sobre todo, la guerra ideológica que hizo de Estados Unidos un imperio basado en los mitos de superioridad racial, primero, y de superioridad cultural y moral después. Así mismo, de forma subrepticia, la ideología de los perdedores logró demonizar a los pobres y a la clase trabajadora y elevar a categorías bíblicas a los ricos y a la clase inversora, de la misma forma que antes había demonizado a los esclavos mientras santificaba a los amos esclavistas. «La privatización de la verdad» es un contrapunto entre el pasado y el presente más reciente (sobre todo, el último año de la presidencia de Donald Trump), una muestra de la continuidad de la guerra civil y de la ideología de los esclavistas del sur por otros métodos. El nuevo capitalismo estadounidense es la continuación del sistema de esclavitud derrotado en la guerra. No lo distinguen las narrativas sobre la libertad y el mesianismo de los de arriba; solo algunas leyes que prohíben el azote físico e imponen un salario, y la sustitución de algunas palabras por otras, como la palabra 'negro' por 'comunista'.

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Aquí la otra personalidad de Estados Unidos, la que necesita de la máscara para convertirse en el superhéroe: se formó con los primeros peregrinos, los primeros esclavistas y continúa hoy, pasando por cada una de las olas expansionistas: una mentalidad anti iluminista, conservadora, ultra religiosa, practicante de la auto victimización (justificación de toda violencia expansionista) y, sobre todo, moldeada en la idea de superioridad racial, religiosa y cultural que confiere a sus sujetos derechos especiales sobre los otros pueblos que deben ser controlados por el bien de un pueblo excepcional y con un destino manifiesto, para el cual cualquier mezcla será atribuida al demonio o a la corrupción evolutiva, al mismo tiempo que celebra “el crisol de razas”, la libertad y la democracia.

Estados Unidos es el gigante producto de esta contradicción traumática, la que conservará siempre desde su fundación y los sufrirán “los otros”, desde los indios que salvaron del hambre a los primeros peregrinos y los que fueron exterminados para expandir la libertad del hombre blanco, hasta las más recientes democracias destrozadas en nombre de la libertad. Todo lo cual ha llevado a que, como ningún otro país del mundo moderno, Estados Unidos nunca haya conocido un lustro sin guerras desde su fundación. Todo por culpa de los demás, de los otros que nos tienen envidia y nos quieren atacar, con el resultado estimado de millones de muertos debidos a esta tradición de guerras perpetuas “de defensa” en suelo extranjero.

POCO DESPUÉS DE LA INDEPENDENCIA de las 13 colonias del Imperio Británico, las bases militares se llamaban Fuertes (razón por la cual hoy existen miles de ciudades llamadas Fort …) y no estaban en islas lejanas sino en el corazón de las naciones indígenas, a las que se las acusaba de representar un peligro para la sobrevivencia de Estados Unidos, se les arrebataba enormes territorios y se eliminaba millones de salvajes. Por entonces, los fuertes se encontraban a varias semanas de distancia del territorio nacional, es decir, mucho más lejos que la Europa de la época y mucho más lejos de lo que se encuentran las bases militares hoy en día.

Así como comienza la historia de Estados Unidos en los territorios indígenas, continuará con el despojo de los territorios mexicanos, con los protectorados en el Caribe, en América Central y en Filipinas. Así continuará con las dictaduras impuestas en el Tercer Mundo, con las guerras perdidas en Asia, con las masacres de Corea, Vietnam e Irak, y así continúa hoy con las 800 bases militares en 85 países que, como los forts en tierras indígenas dos siglos antes, son para proteger “la libertad de la nación” y de otras naciones. Nada que ver con el imperialismo británico y todos los otros nuevos imperialismos contra los cuales, de forma “altruista y desinteresada”, Washington luchaba entonces y se sigue luchando dos siglos años después.

Como una de las hijas de esta contradicción fundacional, la definición de libertad ha sido siempre muy particular y necesaria. El divorcio entre la narrativa y la práctica ha sido siempre funcional y radical. Una enmascara a la otra, como el traje de los superhéroes enmascarados de doble personalidad. Un siglo y medio atrás, los fanáticos anglosajones del sur promovían, en el Congreso y en la prensa, la expansión de la esclavitud en los nuevos territorios tomados por la fuerza como forma de “expandir la libertad”. Ahora, como lo escribió la consejera de Reagan, Jeane Kirkpatrick, si alguien piensa diferente y lo dice, es un enemigo. De forma implícita, por Estados Unidos se asume que se está hablando de un grupo ideológico (en este caso conservador, de extrema derecha) que se arroga el derecho de excluir a cualquier otro grupo, a millones de ciudadanos que piensan diferente y se atreven a decirlo. Es una estrategia antigua, más antigua que la Inquisición, que cuesta reconocer, incluso en frases obvias como la propagada por la pasada dictadura brasileña: “ Brasil, ame-o ou deixe-o ”. Traducción: “nosotros, y sólo los que piensan como nosotros, somos Brasil; si no estás de acuerdo con nuestro gobierno, con nuestra hegemonía, entonces odias este país, eres enemigo y debes irte o sufrir las consecuencias”. De algo parecido ha pecado la ortodoxia cubana (y ahora venezolana, también) desde una ideología opuesta, aunque desde una perspectiva histórica no sólo son la consecuencia del brutal fanatismo imperialista que se remonta a doscientos años atrás, sino una clara minoría en el actual contexto internacional. En este tipo de trampas, que hasta un niño de tercer año de escuela cuestionaría, caen millones de distraídos cada día.

El caso de Estados Unidos, como todo, posee sus propias particularidades. El hecho de que desde su fundación y desde la escritura de su mítica constitución no se inició como un reino absolutista y centralizado, sino fragmentado en trece colonias; el hecho de que no se inició como un pueblo unido sino como una sociedad quebrada (donde existía una raza que gobernaba por ser blanca, otra que no existía por ser salvaje y otra que era esclava por ser negra) la obsesión por la Unidad como condición de sobrevivencia recorrerá toda su historia. Pero, como todo miedo, también este se traduce en agresión y violencia. El exacerbado miedo anglosajón se traducirá en una obsesión por las guerras.

Doscientos años más tarde, en tiempos del Tea Party y de Donald Trump, sus partidarios ondearán en sus casas y en sus SUV banderas amarillas con una serpiente enroscada sobre una amenaza: “ Don’t Tread on Me ( No pases encima de mí )”. El “ Me (Yo)” es central en el lenguaje y en la cultura anglosajona. Aunque los cristianos odian las serpientes, sean chinas o mexicanas, aquí la serpiente representa la unión de los estados de la costa Atlántica. En 1754 Benjamín Franklin había publicado una viñeta con una serpiente cortada en trece pedazos bajo el título “ Unión o muerte ”. En un artículo fundacional, publicado por el Pennsylvania Journal en 1775, el mismo Benjamín Franklin propuso que la serpiente de cascabel debía ser el símbolo de los estadounidenses “ porque nunca ataca primero… pero sus heridas, aunque pequeñas, son decisivas y mortales ”. Este mito fundador, que analizaremos en este libro (“ellos nos atacaron primero”), se perpetuó por los siguientes doscientos años con sus diversas variaciones de época.

Por otro lado, y por una razón más práctica que psicológica, esta misma constelación de trece colonias obligó al nuevo país a mantener una permanente discusión y negociación entre su élite gobernante sobre los temas fundamentales y hasta sobre los más irrelevantes. La repetida democracia en la tierra de la libertad fue, en realidad, una dictadura étnica que obsesivamente negó su propia condición de dictadura con una narrativa de tipo religiosa. En nombre de la fragmentación (de estados, de razas, de clases sociales) predicó la Unión ; en nombre de la Libertad practicó y expandió a otros países la esclavitud y el monopolio; en nombre de la tolerancia , del crisol de razas , y de la apertura practicó, desde su fundación, una rígida y nunca superada discriminación racial y cultural.

La sola fragmentación de sus estados (no sólo en trece colonias sino entre Norte y Sur) obligó al sistema político estadounidense a un esfuerzo narrativo superior al necesario en cualquier otro país, en cualquier otro imperio más centralizado y dominado por un rey o por un dictador personal. Para alcanzar el consenso político y la convicción social de las grandes decisiones expansionistas en base a la obsesión de la superioridad racial anglosajona era necesario lograr narrativas aglutinantes como, por ejemplo, la creativa idea del Destino manifiesto (regado en las tabernas con abundante ron y whisky barato), algo que justificara cualquier acción en contra de los supuestos principios de la ley, la democracia, la libertad, la igualdad, el derecho y la justicia. La narrativa aglutinante será la justificación que convertirá un crimen colectivo (el genocidio indígena, el robo de la mitad de México luego de varios intentos para ser “atacados primero”) en un acto de heroísmo individual. Así se alcanzará “una más perfecta unión” (frase favorita del expresidente Obama) al tiempo que se justificará la expansión de la esclavitud a millones de hombres y mujeres por el color de su piel gracias al despojo de los territorios indígenas y mexicanos, donde la esclavitud era ilegal. Todo en nombre de un ataque indígena y de una ofensa mexicana que nunca existió, y luego del rechazo a anexar el resto de México y los países más débiles al sur para no agregar más negros y mestizos a la sagrada Unión, sobre todo cuando los negros ya no podían ser esclavos por ley. Un siglo más tarde, la misma idea fue sustituida por la nueva excusa del ataque preventivo en la lucha contra el comunismo. La fiebre narrativa transmitida a través de la prensa y los discursos políticos en base a ideas simples y arbitrarias se realizará de la misma forma que una verborragia prédica protestante se basa en una sola frase bíblica.

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