El primero es un nacionalismo tribal, étnico y con frecuencia racista. Es un instrumento de opresión y deshumanización que se considera, por su raza o por su cultura, superior al resto y con derechos especiales de oprimir, de imponer sus criterios, sus intereses y sus formas de vida. El segundo es un instrumento de lucha contra la arbitrariedad de ese mismo poder y de esa misma ignorancia. Es un instrumento simbólico, político y psicológico de resistencia que lucha por reivindicar su igualdad humana ante las otras naciones. Es un instrumento de liberación.
Otra precisión necesaria se refiere al campo semántico del primero, del nazionalismo . Sus fronteras semánticas ni siquiera coinciden con las fronteras físicas de la nación que representan cuando ondean la bandera de su país. Esto queda cuantitativamente demostrado cuando consideramos el cúmulo de discusiones, furias, insultos y amenazas que motivan a un nazionalista , no contra otras naciones sino contra sus adversarios nacionales.
Para un nacionalista exacerbado no hay nada mejor que otro nacionalista exacerbado, aunque sea un nacionalista de otra nación. Los verdaderos enemigos de los nazionalistas son sus propios compatriotas que piensan diferente, sobre todo todos aquellos que tienen el valor de realizar una crítica profunda, incómoda, inconveniente, ese servicio supremo que alguien puede hacerle a un país y que los nacionalistas exacerbados llaman traición a la patria. La verdadera patria de un nacionalista exacerbado, de un patriota rabioso es su ideología, no su patria. Un nazionalista está incapacitado para entender que ningún país del mundo le pertenece ni tiene derechos civiles especiales por encima de cualquier otro ciudadano de su país. Ni tiene derechos humanos especiales por encima de cualquier otro ciudadano de cualquier otro país.
Para un nacionalista exacerbado, solo las verdades dulces son patriotas, las verdades que pintan a sus héroes recién afeitados y montando un caballo blanco. Cuando no hay verdades que adulan, lo mismo da una buena mentira. Como el nacionalismo es una secta, creer es una obligación y cualquier cuestionamiento una grave traición. Las verdades amargas, las verdades más necesarias, aquellas que nadie quiere escuchar porque remueve los crímenes propios, son consideradas traiciones a la patria. Si el país Z acosa, arruina o invade el país X (naturalmente, Z es una potencia y X es un país pequeño y pobre, nunca al revés) y alguien en el país Z levanta la voz para defender los derechos y la dignidad del país X, el nazionalista saltará como un resorte con su previsible pregunta en forma de respuesta: “¿Y por qué no te vas a vivir a X?” Siempre es dulce, conmovedor y un acto heroico defender la razón del más fuerte. (Sobre todo si es un nuevo ciudadano del ganador Z, porque estos nacionalistas necesitan ser un doscientos por ciento nacionalistas Z para sentirse un verdadero Z.)
Para este tipo de nacionalistas no hay servicio mayor a la patria que ir a una guerra, sin importar si es una guerra justa o una guerra criminal, sobre todo si alguien más va a la guerra por ellos. Las guerras hacen mucho ruido y nadie escucha. Cuando no hay guerras o no hay invasiones a algún país lejano, cuando las bombas y sus víctimas se han callado y algunos pueden volver escuchar, la guerra continua fronteras adentro contra aquellos que se atreven a desenterrar uno o dos muertos incómodos. Pero ¿qué servicio mayor puede hacerle un ciudadano a su país que decirle la verdad, sobre todo cuando ese país va a aplastar a miles de inocentes o, peor, cuando ya lo ha hecho y un pueblo embrutecido por el nazionalismo lame sus heridas morales colgándose medallas e historias heroicas que van a alimentar aún más el nazionalismo ?
La narrativa aglutinante de un imperio
UNO DE LOS ESCRITORES Y CRÍTICOS MÁS RELEVANTES de la historia de Estados Unidos, Mark Twain, no sólo fue prolífico en sus denuncias contra el imperialismo de su país, sino que, junto con otros destacados intelectuales de la época, en 1898 fundó Liga Antiimperialista, la que tuvo sede en una decena de estados hasta los años veinte, cuando comenzó la caza de antiamericanos , según la definición de los fanáticos y mayordomos que siempre se amontonan del lado del poder político, económico y social. Para estos secuestradores de países, antiamericano es todo aquel que busca verdades inconvenientes, enterradas con sus víctimas, y se atreve a decirlas. Hasta el día de hoy han existido estadounidenses y extranjeros de probada preparación intelectual y valor moral que han continuado esa tradición de resistencia a la arbitrariedad, a la brutalidad de la fuerza y a la narrativa del más fuerte, a pesar de los peligros que siempre acarrea decir la verdad sin edulcorantes. Este fanatismo ha llegado a la desfachatez de algunos inmigrantes nacionalizados que acusan a aquellos ciudadanos nacidos en el país de no ser lo suficientemente americanos , como supuestamente son ellos cuando van a la playa con pantalones cortos pintados con la bandera de su nuevo país.
Pero si la gente de la cultura, del arte y de las ciencias está de un lado, es necesario mirar al lado opuesto para saber dónde está el poder y sus mayordomos. En noviembre de 1979, la futura asesora de Ronald Reagan, Jeane Kirkpatrick, promotora de la asistencia a las dictaduras militares, los Contras y los escuadrones de la muerte en América Latina, había publicado en la revista Commentary Magazine una idea enraizada en el subconsciente colectivo: “ Si los líderes revolucionarios describen a los Estados Unidos como el flagelo del siglo XX, como el enemigo de los amantes de la libertad, como una fuerza imperialista, racista, colonialista, genocida y guerrera, entonces no son auténticos demócratas, no son amigos; se definen como enemigos y deben ser tratados como enemigos ”.
Este es el concepto de democracia de la mentalidad imperialista y de sus servidores que detestan que los llamen imperialistas y que tiene, por lo menos, 245 años. ¿Cómo se explica esta contradicción histórica? No es muy difícil. Estados Unidos posee una doble personalidad, representada en el héroe enmascarado y con dos identidades, omnipresente en su cultura popular (Superman, Batman, Hulk, etc.). Es la creación de dos realidades radicalmente opuestas.
Por un lado, están los ideales de los llamados Padres Fundadores, los cuales imaginaron una nueva nación basada en las ideas y lecturas de moda de la elite intelectual de la época, las ideas del humanismo y la Ilustración que también explotaron en Francia en 1789, el mismo año en que entró en vigor la constitución de Estados Unidos: liberté, égalité, fraternité . La mayoría de los fundadores , como Benjamín Franklin, era francófilo. Diferente al resto de la población anglosajona, Washington solo iba a la iglesia por obligación social y política. El más radical del grupo, el inglés rebelde Thomas Paine, el principal instigador de la Revolución americana contra el rey George III, la monarquía y la aristocracia europea, era un racionalista y látigo de las religiones establecidas. El padre intelectual de la democracia estadounidense, Thomas Jefferson, había aceptado la ciudadanía francesa antes de convertirse en el tercer presidente y sus libros fueron prohibidos por ateo. No era ateo, pero era un intelectual francófilo, secularista y progresista en muchos aspectos. Pero también era un hijo de la realidad opuesta: al tiempo que promovía ideas como que todos los seres humanos nacemos iguales y tenemos los mismos derechos, Jefferson y todos los demás Padres Fundadores eran profundamente racistas y tenían esclavos que nunca liberaron, incluidas las madres de sus hijos.
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