Hacer esto es darle un SIGNIFICADO a lo que hacemos. Es poder darnos cuenta de que en la sumatoria final siempre habrá más bendiciones que problemas. Y aunque eso no justifica que haya situaciones por resolver o por afrontar, que pueden ser cansadas o desgastantes, sí nos da la pauta para encarar nuestros días de forma diferente.
Seamos observadores y pregoneros de cosas buenas.
Cuando vayas a la mitad del camino y te encuentres desmotivado, recuerda la razón por la cual diste el primer paso y el precio que pagaste para avanzar. Ahí encontrarás la energía y el impulso necesario.
LA PRIMERA VEZ
No olvidéis nunca que el momento más importante de un acto es su principio, el cual da la señal para que se desencadenen las fuerzas; luego estas no se detienen en el camino, sino que van hasta el final.
Omraam Mikhaël Aïvanhov,
filósofo búlgaro
Me gustan las historias de amor, sobre todo esas que permanecen vivas con el paso del tiempo, a pesar de los infortunios. En mis eventos suelo hacerle una pregunta a la audiencia: «¿Quién es la persona que lleva más años de casado?».
Algunos dicen 15, veinte, cuarenta años. A quien haya resultado «ganador» le vuelvo a preguntar: «¿Y cuál es el secreto para lograrlo?». Surgen todo tipo de respuestas. Muchas de ellas sinceramente me conmueven. Después de eso, llevo a todo el público a que recuerde esa primera vez en la que dijeron: SÍ, ACEPTO. En la que se comprometieron con su pareja. Luego, a que traigan a su mente justo ese instante en el que los contrataron o iniciaron su negocio. Suele ser igual de conmovedor.
Recuerda tu primera vez en tu empresa. Lo que pensabas y lo que sentías. Tal vez había entusiasmo, miedo, incertidumbre, emoción, ganas de comerte el mundo. No importa si llevas seis meses o 35 años haciendo lo que haces. Siempre es importante recordar esa primera vez. Y ojo. No para deprimirnos o para aferrarnos a lo que ya fue. Es más bien una visualización creativa de algo que ya experimentamos, que nos sirve para tomar los recursos que necesitamos en el presente.
Reflexiona en lo que hacías en ese tiempo, eso que te funcionaba y que ahora probablemente has dejado de hacer. En palabras de Juan Mateo: «El reto está en inventar nuevas pasiones y recuperar viejas costumbres».
Cambiar de enfoque
Tal vez te parezca muy romántico el tener claro tu para qué, tu ikigai, tus motivos, tus razones y esa primera vez, por lo cual haces lo que haces. Pero la verdad, más allá de su parte inspiradora, esto también tiene un lado sumamente práctico y redituable. Aquello en lo que pones tu atención, crece y se desarrolla. Sea bueno o malo.
Ramón, jefe de almacén de una empresa neozelandesa con planta en México con la que estuve colaborando hace algún tiempo, tuvo la brillante idea de tener una especie de pizarrón en su lugar de trabajo. En él compartía una frase de motivación diferente cada día y además invitaba a que sus compañeros también lo hicieran.
Su intención no era escribirla por escribirla: su idea principal era que pudieran generar conversaciones diferentes entre ellos. Y a raíz de esto surgieron cosas maravillosas, no solo en la propia integración del grupo. Uno de ellos me llegó a comentar lo agradecido que estaba con esta iniciativa, ya que cada vez que iniciaba su turno era como recibir un boost de optimismo para la jornada.
No es ponerte una venda en los ojos. Es solamente colocar la mirada en lo que te ayude a crecer. Es observar más allá de la rutina despertarse-trabajar-comer-trabajar-dormir. Como sostenía el autor de El Principito, Antoine de Saint-Exupéry:
«Si quieres construir un barco, no obligues a la gente a recoger madera ni les asignes tareas y trabajo, mejor enséñales a anhelar la infinita inmensidad del mar».
Enfoca positivamente lo que haces y descubre la grandeza de lo que estás creando diariamente con tu trabajo.
CAPÍTULO 5
MERAKI
¿Y qué es trabajar con amor? Es tejer la tela con los hilos sacados de vuestro corazón, como si vuestro bienamado debiera vestirla. Es construir una casa con afecto, como si vuestro bienamado debiera habitar en ella. Es sembrar granos con ternura y recoger la cosecha con alegría, como si vuestro bienamado debiera comer sus frutos. Es poner en todo lo que hagáis un soplo de vuestra propia alma.
Khalil Gibran,
El profeta
Conocí a Grace cuando impartí varios entrenamientos a los equipos de una empresa de telecomunicaciones. Ya son más de 15 años los que ella ha compartido con la organización. Al inicio, comenzó escalando diferentes niveles. Después Grace se estancó un poco. El fantasma de la rutina y del aburrimiento apareció y, por ende, bajó su entusiasmo.
Aunque se encuentra laboralmente estable, y muy a pesar de su capacidad, desde hace algún tiempo vive peligrosamente cómoda. Suele mantener una barrera para los demás. Su trabajo no le reta, no le exige. «Es hacer lo mismo de siempre». Su sueldo es suficiente para satisfacer sus necesidades, por lo cual no le preocupa hacer muchos ajustes en su carrera.
Beatriz, por otro lado, aunque lleva prácticamente el mismo tiempo en la industria automotriz, pareciera ser que cada año fuera el primero de su carrera. Desde que entró a la compañía, se ha enfocado en reinventarse personal y profesionalmente. De hecho, ha invertido en ello. Participa constantemente en los diferentes eventos de su empresa, conoce y vive la cultura de la organización y suele relacionarse de forma proactiva con sus compañeros. Su constancia le ha ayudado a convertirse en una importante mentora de la compañía, sobre todo para quienes son de nuevo ingreso.
¿Cuál será la diferencia entre Grace y Beatriz, si ambas hacen muy bien su trabajo?
No es lo mismo trabajar por amor que por necesidad. Ni hacerlo por inspiración que por desesperación. Por significado que por azar.
Cuando le pones corazón, se nota. No por nada (para muchos) la comida en casa sabe mejor. Los días en la oficina se vuelven más cortos, tus relaciones laborales mejoran y sientes que fluyes en el ambiente del día a día en modo zen.
Sin duda, el amor catapulta nuestro trabajo a otro nivel, incluso cuando no estás cien por ciento convencido del mismo. Y créeme, no es un tema de puesto, de sueldo o de proyecto. Ni siquiera de tiempo.
El amor en el trabajo también es una decisión. Y hay que decir SÍ día con día. Claro, no se trata de forzar a otro (ni a ti mismo) para que ame lo que hace. Bien sabemos que en el corazón no se manda. Tampoco existe ningún entrenamiento, capacitación o programa de coaching que pueda instalarte tu capacidad de amar. Esa está dentro de ti. Ya decía Sally Mann: «Siempre ha sido mi filosofía tratar de hacer arte con lo ordinario de cada día… nunca se me ha ocurrido tener que salir de casa para crear arte».
Lo que sí es posible y necesario es reconectarte con esta capacidad y experimentarla en cada cosa que hagas. Es entregarte más. ¿Cómo?
Primero, obsesiónate. De verdad, obsesionarte con lo que haces, y no quitar el dedo del renglón hasta que sea algo extraordinario, al final tiene valiosas recompensas. Por ejemplo, los apasionados que trabajan en la música: me queda claro que en ese arte el talento existe, pero lo estimulas y desarrollas en la medida en la que te vas «enamorando de la música». Muchos de ellos han dedicado gran parte de su vida a aprender, a practicar y a transpirar música. Y eso les ha dado favorables resultados.
Obsesionarse es interesarte por tu trabajo, tus metas, tus valores y tu filosofía. Esto se logra buscando, indagando, preguntando, haciendo y aprendiendo. Y para muestra le puedes preguntar a muchos obsesionados a los que, sin dudarlo, tan solo al hablar de sus trabajos se les hincha el pecho y se les agranda el corazón. Malala, LeBron James, Elon Musk, por dar algunos ejemplos.
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