Y el broche que oro de la estrategia fue el regreso de las chaquetas rojas. El símbolo con que el primer gobierno de Piñera quiso representar la eficiencia, la “nueva forma de gobernar” o la promesa de campaña: “Así queremos Chile”. A los creativos les habían encargado la misión de buscar opciones, sin embargo, y luego de varios días, habían llegado a la conclusión de que era mejor repetir la fórmula exitosa usada en el rescate de los 33, argumentando que un rojo más intenso era atractivo, porque transmitía fuerza y energía, algo coincidente con el slogan “Chile en marcha”, con que el gobierno abandonó la promesa de campaña “Tiempos Mejores”. Las nuevas chaquetas rojas habían sido resistidas por algunos ministros en sus visitas a terreno, mas el presidente se encargó de recordarles a todos que la moda no era voluntaria.
La nueva estrategia era simple y obvia, pero inteligente. De mucho ruido y pocas nueces, de colores y frases más agresivas y poco de fondo. Mal que mal la pega de Cecilia Pérez era ayudar a cumplir el sueño de Sebastián Piñera, quien apostó a la reelección con la expectativa de terminar siendo percibido como “el mejor presidente de la historia”, pese a que las cifras lo abandonaron muy tempranamente.
La ministra, apenas terminó de hablar con el mandatario, tomó su celular y se puso a hacer varias llamadas. Necesitaba cubrirse rápido así que contactó a los presidentes de la coalición de gobierno, además de algunos parlamentarios de su partido, y les pidió que la respaldaran públicamente. A esa misma hora, la directiva del Partido Socialista anunciaba que congelaba sus relaciones y que no permitiría el ingreso de los subsecretarios a las comisiones del Congreso.
El conflicto tomó varias semanas en resolverse y, aunque en el gobierno sabían que la intervención de la vocera había sido un error, el apoyo incondicional del presidente hizo que el oficialismo cerrara filas en torno a ella, pese a que los sondeos de opinión pública indicaban una nueva baja, luego de tres semanas en que se habían mantenido las cifras de apoyo. De fondo, la gente estaba cansada de las peleas, denuncias y sospechas de la clase política, por lo que una polémica de este tipo terminaba afectando tanto al denunciante como al denunciado.
Pese a todos los intentos que hicieron algunos ministros y parlamentarios de Chile Vamos, la ministra se mantuvo firme en su posición. No estaba dispuesta a retractarse públicamente, pese a que el conflicto, más que amainar, seguía escalando. Entre los efectos no esperados del exabrupto de Cecilia Pérez estaba la unidad –basada en el pragmatismo– con que los dirigentes del conglomerado opositor habían cerrado fila con el PS.
Cuando el bloqueo a los subsecretarios de las sesiones del congreso cumplía tres semanas, el jefe del segundo piso llamó a la ministra para pedirle reunirse y evaluar el tema. Pese a que ella en principio le hizo ver que su agenda estaba demasiado copada ese día y el siguiente, el exministro de la Presidencia insistió, hasta que no le quedó otra que aceptar la oferta. La reunión fue corta, pero distendida. Larroulet partió por decirle que estaba completamente de acuerdo en lo que había planteado, pero que la tozudez del Partido Socialista obligaba a hacer un giro para bajarle el tono al conflicto, de lo contrario el único beneficiado por el episodio sería el partido de izquierda.
La secretaria general de Gobierno se quedó un rato pensando y luego respondió con cierto aire de resignación:
–Estoy dispuesta a hacer un gesto, pero no me pidas que les pida perdón –concluyó.
–Gracias, Cecilia, sé que no debe ser fácil para ti, pero esto es por un bien superior. Sé que el presidente te apoya sin vacilaciones, por lo mismo creo que podrías decirle que, aunque estás convencida de lo que dijiste, lo haces para evitar que el problema le rebote a él. Es decir, un sacrificio que él sabrá valorar –dijo. En su fuero interno sabía que su jugada había sido efectiva.
Una hora después el equipo de prensa de la ministra acordaba los términos para una entrevista que sería dada esa misma tarde y que le aseguraba una página completa del cuerpo C de El Mercurio al día siguiente.
–Solo una condición, diles que no solo voy a hablar de este tema, quiero que sea un punto más para no seguir levantando más la polémica y poder desplegar el relato del gobierno en otros ámbitos.
La nota fue bien valorada por los asesores de comunicaciones de la ministra, mas solo logró aquietar en parte las aguas. Desde el PS se consideró insuficiente. “¿Le cuesta tanto pedir disculpas?”, preguntó un diputado. Sin embargo, el gesto logró bajar el tono al conflicto. Las encuestas de las semanas posteriores mostraron una baja considerable en la evaluación de la secretaria de Estado, lo que incluso arrastró la imagen presidencial.
Mucho tiempo después, y cuando ya se acercaba el fin del segundo período de Piñera, Cecilia Pérez le habría de confesar a un periodista de CNN, al finalizar una entrevista, que si había algo que ella haría distinto era haber dicho esa frase. “Sigo pensando que el PS nunca aclaró sus vínculos con el narcotráfico en San Ramón, pero de todas maneras no fue el momento ni el espacio adecuado para decir lo que dije”. Cuando el profesional le contrapreguntó si sentía que el episodio había influido en la caída del gobierno, que luego sería irremontable, la ministra lo miró con un cierto aire de sorpresa y respondió que no.
Esa noche, cuando compartía una copa de Malbec con su nueva pareja y le contó de la entrevista, él la miró con ternura y le dijo:
–Tú no eres la responsable de la caída de Piñera, creo que él es el responsable número uno. ¿Te acuerdas cuando te dije que él era su peor enemigo?
Cecilia no respondió.
Septiembre 2019
José Antonio se levantó temprano ese sábado. Tenía que pasar a dejar a uno de sus hijos al colegio para un partido de fútbol, y luego se dirigiría a una actividad con un grupo de exuniformados de las FF.AA. que llevaba más de dos meses invitándolo para poder presentarle un petitorio de reivindicaciones que, según ellos, el presidente no había querido escuchar, pese a que en la campaña de 2009 les había prometido incorporar en su programa de gobierno.
Estaba solo tomando desayuno en la amplia mesa de la cocina de su casa cuando su semblante cambió abruptamente. Levantó el diario de la mesa y se puso sus lentes de lectura. Un pequeño vacío se instaló en el centro de su estómago y solo atinó a expresar un garabato en voz alta. En ese momento entraba su señora en bata de levantarse y se quedó mirándolo con sorpresa.
–¡No seas grosero, José Antonio, te pueden escuchar los niños! –atinó a decir, aunque su marido ni siquiera se percató del reto.
Cinco minutos después sonaba su celular. Era un periodista de El Mercurio que quería su opinión acerca de la noticia que estaba remeciendo las redes sociales pese a ser sábado por la mañana. El exdiputado respondió con la adrenalina a mil.
–Mira no tengo idea de por qué escribieron esta nota, solo te puedo decir que es completamente falsa, yo no tengo negocios en Panamá, pero me llama la atención que sea La Tercera el medio, es obvia la cercanía que tienen con la UDI y con Lavín –dijo en tono enérgico.
Su señora, que aún levantaba los platos del desayuno, lo miró y le dijo “No sé, José Antonio, pero creo que no fue bueno que mencionaras a Joaquín”. El fundador del Partido Republicano se le acercó cariñosamente y le pidió que fuera ella a dejar al niño al colegio. Sabía que el tema podía ser más complejo de lo que pensó originalmente, y también que quizás había sido un error acusar a la UDI y al diario. Entendía perfectamente la lógica de los medios y comprendía que la vuelta de mano podía ser muy dura.
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