Historia de la locura en Colombia
© 2019, Ricardo Silva Romero
© 2019, Intermedio Editores SAS
Primera edición: agosto de 2019
Edición, diseño y diagramación
Equipo editorial Intermedio Editores
Diseño de portada
Beiman Pinilla
Imagen de portada
Alexánder Cuéllar Burgos
Intermedio Editores SAS
Avda. Jiménez # 6A-29, piso sexto
www.eltiempo.com/intermedio
Bogotá, Colombia
Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor.
ISBN
978-958-757-860-7
Impresión y encuadernación
A B C D E F G H I J
Diseño epub: Hipertexto – Netizen Digital Solutions
Cronología
Prólogo Historia de la locura en Colombia
Primera parte Historia de la locura colombiana
I. Dígame usted si no es muy raro
II. Tenía que ser Colombia
III. Las mil y una guerras
IV. En busca de la nación perdida
V. La república inevitable e invivible
VI. Corte de corbata
VII. Desde los artesanos hasta los mamertos
VIII. La guerra para las drogas
IX. Refundación de la patria o catástrofe
X. Un país en medio de la guerra
Segunda parte Historia de la terapia colombiana
I. Historia de la locura en la Nueva Granada
II. El síndrome de Colombia
III. Manchas de la tierra
IV. Todo nos llegaba tarde
V. Todos los dioses de los otros pueblos eran demonios
VI. Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia
VII. Algo mayor que el mal rige estos mundos
VIII. Yo quiero pegar un grito y no me dejan
IX. Aquí también se da la belleza
X. Aquí está pasando algo muy raro
«Marcha fúnebre» Diez años de columnas en El Tiempo
Tapabocas
361
Obama
Niñitos
Arias
Dignos
Rencor
U
Cómplices
Paisa
Duelo
Mockus
Reverso
Presidente:
Dios
Estilo
Memoria
Droga
Siempreviva
Ola
Resignación
Octubre
Misterio
Escalofrío
Mezquindad
Impunidad
Tumaco
Petro
Protesta
Timochenko
Iglesia
Poder
Transmilenio
Fiasco
1987
Otro
Voz
Mal
Mujica
Evangelio
Interrogatorio
Procurador
Millonarios
Obituario
Elenco
Fin
Chávez
Luto
Trancón
Expresidentes
Estómago
Matrimonio
Calderón
Provincianismo
UP
Mitomanía
Viacrucis
Adopción
Fantasma
Paro
Arrogancia
Abogados
Uribismo
Rectificación
Destitución
Corruptos
Mermelada
Retiro
Capital
Constituyente
Continuará
Infierno
Nadie
Uribe
Elección
Ojo
Ejemplo
Debate
Odio
Mundial
Aniversario
Pánico
Sindicato
Familia
Primos
Imperio
Coronell
Pendejos
Cliente
Escoltas
Pero
¡2014!
Alá
Hurtado
Navarro
Salud
Alocución
Contraataque
¡Mamerto!
Fiscal
Radicales
Posconflicto
Farc
Fracaso
Nairo
Trump
Maduro
Reparación
Aplomo
Desaparecidos
Izquierda
Chequera
Apagón
Honorabilidad
25º
Lapidaciones
Independientes
Venezolanización
Oración
Abrazos
Clima
Carcajada
Tonito
YouTubers
Papá
Alivio
Teatro
Jurgo
Inmarcesible
Intolerancia
Sí
Comandante
Fuera
Víctimas
No
Mentiras
Hillary
2016
¡Sorpresa!
Escrúpulos
Coscorrón
Trumplandia
Sordidez
Balance
Histeria
Trizas
Subsecretario
Desintoxicación
Anticorrupción
Advertencia
Reguero
Mancha
Chuzadas
Catástrofe
Fútbol
Repugnancia
Desconfianza
Consulta
¡Calma!
Máscaras
Unión
Empatía
Manada
Personaje
Crispación
Encuestas
Gavirismo
Jotajota
Bajeza
Chisperos
Convivir
Centro
Quiebre
Descanso
Sabotaje
Sistemático
Pésame
Posesión
Corrupción
Broma
Silva
Tendencia
Perdonavidas
Público
Sanidad
Conejo
IVA
Retrovisor
Censura
Mañas
Contramonumento
Unidad
Paranoias
Trastornados
Futbolistas
JEP
Contexto
Curulario
Diplomacia
«Incertidumbre»
Mi abuelo paterno, don Antonio Silva Hernández, trabaja y trabaja como linotipista de El Tiempo en los años treinta: tengo a la mano una misteriosa fotografía de él que mi papá siempre tenía a la mano en su escritorio de maestro.
Mi abuelo materno, el senador liberal Alfonso Romero Aguirre, escribe y publica el libro ¿ Por qué me duele que no me haya dolido la clausura de El Tiempo? a finales de los años cincuenta: pasa que el periódico de su propio partido ha dejado de tenerlo en cuenta.
Vengo yo. Me siento a leer el periódico, de las noticias a las columnas, de los deportes a los crucigramas, desde que tengo uso de razón: vivo, de los setentas a los noventas, en una familia de profesores y de abogados en la que hay que saber qué está pasando en el país.
Me dedico a escribir ficciones en el siglo nuevo, pero leo y releo, en las páginas políticas de El Tiempo , las reseñas de los debates de mi abuelo, las luchas de mi tío y las conquistas de mi mamá.
A mi amigo Daniel Samper Ospina, que lo vi por primera vez cuando yo tenía cinco años y él tenía seis, le da en mayo de 2001 porque yo sea el columnista de la última página de SoHo , una revista que va a dirigir: «Claro que puede hacerlo», me jura.
En abril de 2009, luego de una serie de eventos providenciales, termino sentado en la oficina del nuevo director de El Tiempo : Roberto Pombo Holguín. El editor de opinión, Ricardo Ávila Pinto, ha tenido la sensación de que sí puedo mudarme a las páginas del periódico.
Salgo agradecido –y se me va una década así porque no termino de acostumbrarme a semejante suerte– de haber dado con ese par de periodistas tan agudos y tan generosos.
Comienzo a escribir mi columna, que llamo «Marcha fúnebre» porque eso ha sido la vida aquí en Colombia, en mayo de 2009: decido titular cada texto con una sola palabra, viernes tras viernes, porque tengo la sospecha –de escritor más que de periodista– de que una sola palabra es más que suficiente.
Cada semana escribo mi columna con la misma taquicardia del principio porque no es fácil decir lo que uno piensa tal como uno lo piensa, pero sé que mis nobles amigos y compañeros de El Tiempo , Federico Arango, Carlos Bonilla, Juan Esteban Constaín y Luis Noé Ochoa, me dirán sin sutilezas si esta vez le estoy faltando a la gramática o a la verdad.
Читать дальше