La reacción de incomodidad del productor fue tan evidente que incluso Lavín le lanzó una mirada de cierta complicidad, aunque luego asintió al comentario del español. Porque la verdad es que el punto era clave. Más allá de los ataques personales, que vendrían de todas maneras, el principal riesgo estaba en la capacidad de su propio partido de resistir los ataques. Aunque la senadora y presidenta de la colectividad le había garantizado que serían leales a toda prueba y que el objetivo del gremialismo era competir con uno de los suyos, Lavín sabía que eso no pasaba de una declaración de buenas intenciones. Hacía rato que se sentía una suerte de outsider en la tienda política, de la cual era uno de sus fundadores.
Pero Saint-Jean, que había resentido el golpe, tomó la palabra y con mucha calma sentenció:
–No puedo estar más de acuerdo contigo, sin embargo, tú no conoces bien la dinámica de los partidos de la centroderecha chilena, y te aseguro que no son comparables con el Partido Popular. Yo, Joaquín –afirmó con cada vez más convicción–, creo que, por el contrario, tenemos que ayudar a forzar que esa gente que ve en Kast una alternativa, salga luego de la UDI. Claro que tú no debes hacer nada, déjanos esa pega a nosotros.
Por supuesto que fue una ironía hablar en plural. El productor tenía claro que el alcalde no solo valoraba el trabajo profesional, en particular la creatividad y audacia, sino, por sobre todo, la lealtad. Jorge Saint-Jean no tenía nada que demostrar esta vez, el solo hecho de que su asesoría fuera gratis, le daba una ventaja enorme frente al español.
Dos días después de la reunión a puertas cerradas, la encuesta Cadem –lejos la menos confiable y criticada por todos los sectores, pero que cuando convenían los resultados estos hacían vista gorda–, incluyó el primer sondeo de candidatos presidenciales exactamente cuando el gobierno de Piñera cumplía un año y cuatro meses. Y aunque el contrato que tenían con La Moneda era muy suculento, sabían que tenían que ponerse a tono con las otras dos encuestas que estaban ganando el sitial de ser las más confiables del mercado político. Los resultados fueron concluyentes. Al igual que el sondeo de Criteria, Lavín obtenía el primer lugar en mención espontánea, superando a Beatriz Sánchez, la periodista que unos años antes compitió representando al Frente Amplio y que sorprendió con un importante veinte por ciento. Pese a que llevaba más de un año prácticamente en silencio, su nombre seguía estando entre las tres primeras cartas a La Moneda en 2022, de acuerdo con los ciudadanos y ciudadanas. Era extraño, tal vez una especie de efecto “vegetativo” porque la verdad es que sus apariciones habían sido muy menores y sin connotación, ni menos impacto político. Solamente la participación esporádica en un programa político de TV, y un rumor que se esparció por la región de Valparaíso en relación con que su cambio de padrón electoral obedecía a una postulación a gobernadora provincial para los comicios de 2020. Esto último ella ni nadie del Frente Amplio se encargó de corroborarlo o desmentirlo hasta que el tema desapareció de los medios. Era muy poco para mantenerse en primer lugar. Bueno, hasta que Lavín la superó de manera repentina.
En julio de 2019, la excandidata presidencial tomó la decisión de volver a la arena política. Luego de reflexionar con su grupo más cercano y concluir que si no empezaba a entregar luego señales políticas seguiría perdiendo posiciones. Aunque no tomaba aún una decisión respecto de si volvería a postular a la presidencia, sabía que tenía que mantenerse en primera plana. En una reunión que se desarrolló en su casa, hizo un anuncio que generó miradas algo incrédulas:
–Voy a valorar el informe de Bachelet sobre Venezuela –dijo con convicción–. ¿Alguien tiene algún comentario?
Un silencio sepulcral se expandió entre los cinco integrantes de su equipo. Hasta que Carlos, el más locuaz de ellos y quien administraba las comunicaciones de la excandidata, empezó a hablar con voz fuerte, pero pausada:
–No sé, Beatriz, si es una buena idea… En el Frente Amplio no hay una posición común respecto de Venezuela, no le veo la ganancia a que te metas en ese tema –concluyó tajante.
–Pero, Carlos, creo que hay que tomar distancia del PC que tiene una posición muy contradictoria, pero muy impopular… –alcanzó a decir una socióloga, quien además de ser una de las mejores amigas de Beatriz, se imponía por la vehemencia y seguridad con que defendía sus puntos de vista.
–Parece que no me han entendido –señaló con molestia Sánchez–, dije que voy a valorar el informe. Si tienen comentarios respecto de cómo comunicar mejor esta decisión, bienvenidos... –concluyó mientras dirigía su mirada de manera intermitente a cada uno de ellos.
–Yo tengo una sugerencia –dijo la periodista que administraba la relación con los medios y redes sociales, sentada en un sillón individual cubierto por una manta mexicana de múltiples colores y que daba de manera lateral al ventanal del living del departamento de la excandidata–. Puede parecer obvio, pero ¿y si emplazas al Frente Amplio a que se pronuncie oficialmente?, les dejas una gran presión y los obligas con eso a asumir una postura, aunque a Jackson y Boric les reviente.
–Me parece –sentenció Beatriz Sánchez.
Las cosas seguían de mal en peor para La Moneda. A la baja sostenida en todas las encuestas –incluido el sondeo de Cadem, la empresa que había facturado más de 900 millones de pesos durante el primer año de gobierno– se sumó el episodio que algunos medios bautizaron como la “Crisis del agua”. Fue, literalmente, otra de las gotas que empezaba a rebasar el vaso.
A las 23.10 del 9 de julio de 2019, el único operario de la planta Collipulli de Essal abrió las válvulas del estanque de petróleo –conectadas por una sola cañería al generador– y se fue a calentar su comida en el microondas de la sala contigua a la de control. Era una rutina a la que estaba acostumbrado, considerando los 28 años que llevaba repitiendo una y otra vez la maniobra. Sabía que contaba con 40 minutos hasta volver y hacer lo contrario, es decir, cerrar la válvula. Comió lentamente la comida que su señora le había preparado unas horas antes, luego se levantó, lavó los platos y cubiertos –como siempre– y guardó los envases en su lonchera. Todo de acuerdo con los pasos que hacía de manera mecánica y en que tardaba exactamente 32 minutos. Lo había medido varias veces estableciendo una especie de competencia consigo mismo. Con el correr de los años llegó a vanagloriarse ante su familia de que tenía un margen de error inferior a un minuto. La verdad es que esto nunca le importó a ninguno de sus tres hijos y menos a su señora, pero cuando estaba en casa, solía rememorar su “récord” como si de ello dependiera su vida.
Sin embargo, esa fría noche de invierno sufrió el peor de los males que podía experimentar alguien de su trayectoria: romper su rutina. Eso lo desconcertó de tal modo que olvidó por completo el procedimiento habitual. En un hecho que ni siquiera fue capaz de explicar de manera convincente a los detectives de la PDI que lo interrogaron, se fue a ver televisión en la sala contigua, hasta que recién a las 00.10 horas del 12 de julio, su corazón se agitó cuando se acordó de que había dejado abierta la válvula por casi una hora, tiempo suficiente para desatar la emergencia que se extendería por largos diez días.
Al comienzo, la empresa intentó bajarle el perfil al problema y salió rápidamente a informar que la situación estaba casi controlada y que en solo un par de días habrían vuelto a la normalidad. Pero nada de lo que prometieron se cumplió. Con una vocería poco clara, escasa empatía, e incluso algo de soberbia, pasadas 48 horas sin suministro, el gobierno decidió tomar un mayor protagonismo. Envió al ministro de Obras Públicas a la zona, quien intentó dar la sensación de que La Moneda estaba controlando el evento. Aunque el ministro Moreno comenzó a levantar el tono a la empresa, la percepción inicial fue que La Moneda había sido muy benevolente con Essal.
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