–Está bien, Genaro –respondió–, no estaba esperando que me proclamaras, pero sí, que seamos un poco más claros respecto de nuestra política de alianzas, me vas a perdonar, pero no veo qué diferencia hay entre lo que dices y lo que ha hecho esta directiva – indicó tomando con calma su taza de café y desviando la mirada hacia el presidente del partido.
–Ximena, yo solo he actuado con el mandato que me da haber ganado las elecciones del partido, y no me voy a cerrar a ningún tipo de alianza –respondió el exdiputado y presidente del partido.
–Fuad, no sé si seré la única persona en la Democracia Cristiana a quien le molesta que hables en primera persona como si no hubiera nadie más en la directiva, pero yo al menos tengo claro que si yo me meto en esto no es a cualquier precio, te he escuchado a ti y a Genaro deslizar que podríamos acercarnos a un grupo de RN y de Evópoli, si es así yo no estoy disponible.
–No te equivoques, yo pienso que esa es una alternativa que no hay que descartar, pero si tú me preguntas cuál es el escenario que a mí me gusta, es que vayamos solos, a la DC le hace falta volver a posicionarse como el gran partido de centro que fuimos siempre –dijo con convicción el presidente de la falange.
–Por favor, Chaín –lo increpó Rincón–, no sé quién esté disponible para volver a pasar por el bochorno que vivimos con la Carolina en 2017.
–Yo tengo un nombre –le replicó el exdiputado–, Alberto Undurraga.
Agosto 2019
La ministra se sentó en su escritorio aún con la boca seca. Cerró la puerta y pidió que la dejaran sola unos minutos. Necesitaba calmarse. Hacía mucho tiempo que no tenía la sensación de vacío en el estómago. Aunque siempre se mostraba serena, y sonreía con orgullo cuando el presidente le repetía que era una mujer “operada de los nervios”, esta vez tenía la sensación de haber cometido un error algo infantil para su experiencia y, lo peor, para su temperamento.
Volvió a repasar mentalmente la frase, en una de esas había sonado menos fuerte de lo pensado y todo llegaría hasta ahí. Era una especie de pensamiento mágico que se le activaba siempre después de cada intervención.
De pronto se abrió la gran puerta que conectaba con los escritorios de sus dos secretarias y entró, sin siquiera anunciarse, su asesora de prensa.
–Lo siento, Cecilia, creo que vamos a tener que actuar rápido, Elizalde te disparó con todo, esto puede escalar –dijo con un tono que denotaba nerviosismo–. Si te parece llamo a La Tercera y haces una pequeña aclaración en el contexto de otro tema. No sé, podría ser algo de la reforma tributaria que parece se va a aprobar igual esta semana, con eso el resto de los medios lo replican y cerramos el caso –concluyó con más seguridad que con la que había entrado.
La ministra guardó silencio y se quedó con la mirada perdida en la voluminosa lámpara de lágrimas que destacaba en el techo de la oficina ubicada en el ala sur de La Moneda y que daba a calle Morandé. Pareció que meditaba el consejo recibido, sin embargo, se paró y se acercó al balcón sin decir palabra. De pronto sonó uno de sus tres teléfonos celulares y contestó con calma. Era su hija que le recordaba que se iría directo desde el colegio a sus clases de danza y que esperaba cumpliera con su promesa de recogerla a las 20.00 en punto. La verdad es que intentaba cumplir con el ritual de pasar a dejarla en las mañanas, pero cada vez se estaba haciendo más difícil. El colegio Notredame estaba ubicado en Peñalolén y tomaba más de 45 minutos en llegar hasta su despacho. Aunque aprovechaba el trayecto para leer diarios y devolver llamadas telefónicas del día anterior, le complicaba no poder estar antes de las 8.35 producto del tráfico y la distancia. Pese a que el mandatario sabía perfectamente su situación, en varias ocasiones la había llamado muy temprano para pedirle que se dirigiera a su oficina.
La situación más extraña cuando concurría al colegio –incluso a algunas reuniones de apoderados– era sentir las miradas curiosas de otros apoderados sorprendidos al verla. El Notredame era un establecimiento del Arzobispado de Santiago que se caracterizaba por ser progresista y, generalmente, se le ligaba al mundo de la centroizquierda, por lo que la ministra no calzaba para nada con el perfil de los padres que tenían a sus hijos matriculados ahí.
Cuando cortó el teléfono se quedó un minuto más observando a los transeúntes que a esa hora caminaban por el centro de Santiago. Estaba inquieta, pensaba que una vez más debería llamar a su exmarido, algo que la incomodaba, sobre todo, para pedirle que pasara a buscar a la niña a su clase. Esta debía ser la cuarta o quinta vez que tendría que hacerlo, sabiendo que con eso acumulaba puntos en contra a la hora de negociar, mas se resignó. Sabía que el día sería largo y que el punto de prensa realizado unos minutos antes le cambiaría el curso a una semana que parecía bastante tranquila. Con su nueva pareja habían disfrutado de una copa de vino en el living de su casa y una vez que las niñas se habían dormido planificaron el fin de semana siguiente, cuando estarían solos.
–No, Claudia –señaló con decisión–, voy a pedalearla. Llama por favor a la Berni, necesito hablar con el presidente ahora.
La periodista, que la conocía desde hacía muchos años y lograba interpretarla mejor que nadie, se desconcertó. Era una jugada arriesgada, pese a que le dio la impresión de que había recibido su mensaje y quería advertir al mandatario por si le pedían su opinión, su sorpresa fue total cuando la escuchó hablar con el presidente.
–Presidente, acabo de hacer unas declaraciones vinculando al Partido Socialista con el tema del narcotráfico, sé que fui audaz, pero lo planificamos así porque debemos llevar la agenda para allá, los socialistas están muy debilitados y este es un buen golpe –planteó la ministra sin mirar a su asesora que lanzó una sonrisa incómoda.
–Bueno, Cecilia, tú sabes que confío en tus decisiones –respondió el mandatario–. Mantenme informado.
–En todo caso, por favor siéntase en la libertad de discrepar conmigo en público si le parece necesario –respondió la ministra sabiendo que su jefe la apoyaría igual. La lealtad en los más de diez años que trabajaban juntos le hacía prever la conducta del presidente.
–No te preocupes, te apoyaré y daré instrucción al resto de los ministros que hagan lo mismo –y cortésmente se excusó de seguir la conversación, señalando que debía revisar unos documentos, aunque la verdad es que quería seguir revisando la prensa on line , preocupado de que en cualquier momento explotara la noticia de su tío obispo investigado por el Vaticano por una denuncia de abuso sexual ocurrido cincuenta años antes.
La Negra de Harvard –como ella misma se autocalificaba–, la mujer que creció en la población Juan Antonio Ríos, que no formaba parte de la élite de la derecha y que saltó a la primera línea luego de ser concejal por La Florida, tenía el mérito de haberse convertido en una pieza fundamental no del gobierno, sino del piñerismo o, mejor dicho, de Piñera. Llevaba siete largos años en el grupo de confianza personal del mandatario, por tanto, no solo lo conocía profundamente, sino que sintonizaba con sus planes y sus expectativas. Esta era la segunda vez que Cecilia Pérez ocupaba el mismo cargo, sin embargo, poco quedaba del perfil que había cultivado cuatro años antes. Ya no tenía el tono pausado y amistoso con que había debutado en las ligas mayores.
La estrategia era simple, pero clara, y se sustentaba en tres pilares. Primero, desplegar una agenda de seguridad que puntualizara el problema, pero se desentendía de la responsabilidad. Vuelos en helicóptero del jefe de Estado para evitar portonazos, lanzamiento de un plan para controlar el narcotráfico en solo once comunas de las 346 del país, y un planificado ataque al Poder Judicial, formaban parte de ese eje. Segundo, desplegar un relato que, a partir de generar una sensación de inseguridad, buscaba que se percibiera una actitud activa del gobierno para controlar la triada de delincuencia, narcotráfico y terrorismo. El último eje ya había rendido frutos el año anterior y consistía en reforzar el sentimiento antimigración, instalando que los extranjeros habían logrado quitarles los empleos a los chilenos, su objetivo era explicar las altas cifras de desempleo.
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