La idea de una literatura propia de Canadá, o del reconocimiento de sus distintas literaturas, fue cuestionada durante mucho tiempo. Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, una gran parte de la crítica se centró en la producción literaria de Inglaterra, Estados Unidos y Francia, y dejaba de lado los escritos que se realizaban en el país, considerados de menor calidad. Como señala Philip Stratford, las reputaciones de los autores se consolidaban en el extranjero, y no en casa (1979: 131).
En 1951, la Comisión Massey, nombrada por la Royal Commission on National Development in the Arts, Letters and Sciences , publicó un informe que advertía de la amenaza cultural que suponía Estados Unidos para Canadá. En él se recomendaba la creación y financiación de una organización nacional que apoyara las artes canadienses y que fomentara, a través de éstas, la unidad del país. El llamado “Massey Report” impulsó el nacionalismo cultural y promovió la creación en 1953 de la National Library of Canada y en 1957 del Canada Council for the Arts. El gobierno también promocionó la cultura canadiense (anglófona y francófona) mediante festivales, subvenciones y becas para escritores y artistas. La Expo 67, celebrada en Montreal, favoreció un clima de confianza nacional. Se crearon más premios literarios y más revistas especializadas en literatura canadiense. Esto favoreció la producción literaria, que aumentó considerablemente en las décadas siguientes.
Además, en Quebec, los años 60 supusieron una época clave que acabó con el oscurantismo social y cultural que había caracterizado a esa provincia durante los años anteriores, conocidos como el período de “la Grande Noirceur”. Marcado por el espíritu conservador del gobierno de Maurice Duplessis y por la omnipresencia de la Iglesia, fue una época de enfrentamiento político y social entre los partidarios y los detractores de los valores sociales tradicionales. Frente a la miseria, al éxodo rural, la industrialización y la urbanización que caracterizaron la primera mitad del siglo XX, la Iglesia y los entornos conservadores fomentaban el regreso a la tierra y a las tradiciones. La Revolución Tranquila de los años 60 constituyó el momento en el que se confirmó la ruptura con el Quebec tradicional. La subida al poder del gobierno liberal de Jean Lesage marcó el comienzo de una serie de medidas para modernizar todas aquellas estructuras que se habían quedado arcaicas. Las reformas sociales y económicas coincidieron por lo tanto con la efervescencia cultural. Se generó una actividad literaria intensa que intentaba denunciar el oscurantismo que había caracterizado a la sociedad durante los años anteriores y reivindicar la identidad y el nacionalismo quebequenses. Las novelas que aparecieron durante esta década reflejan ese deseo de cambio e insisten en la cuestión de la identidad: la expresión “literatura quebequense” reemplaza la de “literatura canadiense-francesa”, utilizada hasta ese momento. La literatura de Quebec aparece entonces como un proyecto nacional de fundación que pretende reflejar dicha cultura y su unidad. El pasado se convierte en aquel lugar en que el “québécois” debe buscar sus raíces francófonas, pero también en un espacio con el que debe romper. Para asegurar su identidad, el individuo necesita reivindicar su pasado y al mismo tiempo rechazar los valores que caracterizaban a este último. Según el crítico y escritor Pierre Nepveu, los autores quebequenses, durante los años 60, superan frecuentemente esta paradoja mediante la ironía y la caricatura, que les permite recuperar y asumir con cierta distancia el Canadá francés tradicional (Nepveu 1999: 20).
En 1969, el inglés y el francés fueron declaradas lenguas oficiales de Canadá, y a finales de los años 70, la literatura canadiense, anglófona y francófona, alcanzó un reconocimiento tanto nacional como internacional. Ahora bien, la crítica siempre mantendrá una distinción tajante entre la literatura “canadiense”, anglófona, y la literatura “quebequense”. La utilización de estos términos para designar dichas literaturas no está exenta de problemas, puesto que el término federalista “quebequense” excluye las producciones francófonas escritas fuera de Quebec, en otras partes de Canadá. También excluye aquellas producciones anglófonas escritas en Quebec, por autores como Mordecai Richler o Leonard Cohen. Pocos manuales recogen escritores de ambas tradiciones literarias y las dos literaturas han evolucionado sin que haya habido apenas contacto entre ellas.
Como subraya Philip Stratford, los lectores de cada lengua desconocen lo que se escribe en la otra. Se han utilizado diversas imágenes para describir la relación entre la literatura canadiense y la literatura quebequense: líneas paralelas, una espiral, una elipse, una doble hélice (Stratford 1979: 132-137). Sin embargo estas figuras abstractas ofrecen una visión incompleta de la complejidad de las relaciones (o de la ausencia de relación) entre ambas culturas. Como señala Barbara Godard, lo más común es encontrar en los pocos manuales de literatura canadiense en los que se incluye algo sobre la literatura de Quebec, el modelo “AND Quebec”, es decir, un último capítulo en el que se habla de la literatura quebequense y que implicaría una apropiación de ésta por parte de la literatura canadiense anglófona (Godard 2002: 76). De hecho, la recepción de las obras quebequenses en el Canadá anglófono ha seguido durante mucho tiempo dos perspectivas: se las consideraba como obras que permitían al lector anglófono conocer al Otro, “québécois”, por lo que se apreciaban aquellos elementos folklóricos o que enfatizaban las características culturales de la gente de dicha región, o bien al contrario, adoptaban una perspectiva que minimizaba las diferencias con el objetivo de integrar la obra quebequense en un proyecto nacionalista antiamericano.
El Canadá anglófono, siguiendo este propósito, ha buscado con frecuencia lazos que lo unieran a la literatura de Quebec. En la década de 1920 las traducciones inglesas de algunos libros francocanadienses de Camille Roy y de Adjutor Rivard, así como la traducción de la obra de Louis Hémon, Maria Chapdelaine , dieron a conocer mejor esta literatura al público anglófono. No obstante, como señala Annette Hayward, las obras que se traducían a principios de siglo presentaban sobre todo una imagen rural, folklórica y católica de Quebec. Se trataba también de una imagen que querían dar a conocer los regionalistas francófonos de la época con el fin de presentar un Quebec distinto al Canadá protestante (Hayward 2002: 22).
Muchas obras, tanto anglófonas como francófonas, anteriores a los años 60, presentaban una visión estereotipada de la otra cultura. Según Patricia Smart, en novelas francocanadienses como La Terre paternelle, Maria Chapdelaine, Menaud, maître-draveur, Trente arpents o Bonheur d’occasion , el personaje anglófono aparece como un invasor, un conquistador, un empresario rico que destruye la cultura francófona. De la misma manera, en la literatura canadiense anglófona, y particularmente en obras como The Man From Glengarry de Ralph Connor, en la poesía de William Henry Drummond o en Two Solitudes de Hugh Maclennan, los personajes de Quebec se convierten en restos folklóricos de una cultura en vías de desaparición (Smart 1984: 26). Las traducciones de los años 20 ignoraron muchas obras, menos folklóricas, de autores tan importantes como Emile Nelligan, Paul Morin o Arsène Bessette (Hayward y Lamontagne 1999: 465) y ofrecieron por lo tanto al público anglófono una visión muy incompleta de la literatura que se hacía en Quebec.
A pesar de esto, el conocimiento de la literatura francocanadiense en el Canadá anglófono se vio favorecido por algunos manuales de literatura que incluían a autores quebequenses. La yuxtaposición de obras canadienses de lengua inglesa y francesa comenzó en el siglo XIX con L’histoire de la littérature canadienne de Edmond Lareau (1874), que enumeraba autores de ambas literaturas. En 1924, Archibald MacMechan publicó Head-Waters of Canadian Literature, en el que la literatura quebequense estaba muy presente. Con posterioridad, en 1927, apareció An Outline of Canadian Literature , de Lorne Pierce, un manual que trataba de forma comparada las obras de escritores de lengua inglesa y francesa, ayudándose del Manuel d’histoire de la littérature canadienne-française de Camille Roy de 1918. Como homenaje a Pierce, en 1939, Roy publicó una edición de su propio manual bajo el título de Histoire de la littérature canadienne, donde añadía un capítulo dedicado a la literatura canadiense anglófona, inspirado por el manual de Pierce. A partir de 1937 The University of Toronto Quarterly dedicaría una sección separada a las “French Canadian Letters”, que presentaría autores como Ringuet, Marie Lefranc, Jean-Charles Harvey. También se escribirían libros completos sobre la literatura francocanadiense: J. Turnbull, Essential Traits of French Canadian Poetry (1938); Ian Forbes Fraser, Bibliography of French-Canadian Poetry (1935) y The Spirit of French Canada (1939); Wilfrid Bovey, The French Canadians Today (1939); Charles Clark, Voyageurs, Robes noires et Coureurs des bois: Stories from the French Exploration of North America (1934); James Geddes, Bibliographical Outline of French-Canadian Literature (1940).
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