Ana Fernández-Caparrós - El teatro de Sam Shepard en el Nueva York de los sesenta

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El teatro de Sam Shepard en el Nueva York de los sesenta: краткое содержание, описание и аннотация

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Sam Shepard (1943) llegó a la ciudad de Nueva York en 1963, en un período de intensa experimentación y renovación de las artes escénicas. Tras estrenar sus primeras piezas teatrales en el Theatre Genesis de la iglesia de St. Mark's in-the-Bowery, el joven dramaturgo se entregó con fervor a la libertad creativa propia de la escena del Off-Off-Broadway neoyorquino durante toda la década de los sesenta. Este volumen estudia cómo sus obras breves de este período se trasladaron a los escenarios, con una viveza sin precedentes en la tradición dramática estadounidense, una sensibilidad contracultural y juvenil que tomaba como referencia el lenguaje musical del rock y los iconos de la cultura popular. En estas obras se encuentra el origen de toda una poética de la imaginación escénica: una apertura hacia lo posible.

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Los sesenta son una época que, como apuntan Jeremy Varon, Michael S. Foley y John McMillan (2008) en el editorial del primer número de la revista The Sixties , publicada por Routledge, todavía hoy en día nos intriga, nos inspira, nos confunde, nos divierte, nos tienta, nos repele y nos cautiva. De acuerdo con los autores, entre los motivos que hacen de este período una era tan atrayente destaca sobre todo el hecho de que, con poca coordinación, pero con un sorprendente espíritu común, tanta gente desde tantos ámbitos se entregara con pasión a una transformación en los modos de entender la política, el gobierno, la raza, las clases sociales, pero también ámbitos más íntimos, poniendo en cuestión las convenciones de la familia, la educación, la sexualidad, la adolescencia y la madurez, el trabajo, el placer, el arte, la naturaleza o la divinidad, así como los códigos cognitivos y sensoriales con los que aprehender la realidad:

As the sum of all this, for a vertiginous spell nothing seemed settled or sacred, everything seemed up for grabs, giving the era the quality of a giant experiment in the mutability of the human condition –an epic contest, to borrow Robert Danton’s characterization of the French Revolution, of “possibili[ty] against the givenness of things” (Varon et al. 1).

La primera obra dramática de Shepard dio una visibilidad escénica clara y honesta al fuerte impacto emocional derivado de la formidable emergencia, coexistencia y convergencia de toda esa serie de transformaciones culturales, políticas, sociales y cognitivas que se estaban produciendo en los Estados Unidos de América. Esto es algo a lo que cada uno de los dramaturgos emergentes del Off-Off-Broadway contribuyó con un estilo propio y, dado el espíritu de libertad que caracterizó el zeitgeist de los sesenta en Estados Unidos, la obra temprana de Shepard es una obra que respondía claramente a los estímulos del entorno en el que el joven se movía. Sin embargo, el interés y la excitación que genera la obra de Shepard, aparentemente tan difícil de situar, puede que resida en que supo dar salida y encontrar una expresión escénica de enorme viveza a esa conquista de ‘la posibilidad frente a lo dado de las cosas’ y convertirla en leitmotiv de toda una poética teatral que, fundada sobre la apertura inherente al concepto de posibilidad, garantizaba inevitablemente la renovación constante. ¿Cómo? Trasladando literalmente al escenario la acción de imaginar, de concebir otras cosas, otras voces, otros ámbitos, de trascender momentáneamente una situación a través de la ensoñación: es decir, a través de una experimentación continua sobre las posibilidades de dejar que los personajes se dejen llevar por sus visiones, por lo que visualizan en su mente. Obras como Cowboys, The Rock Garden, Chicago, Forensic and the Navigators, Red Cross, The Unseen Hand, Back Bog Beast Bait y tantas otras, no fueron sino un medio más de poner a prueba, impulsar, generar, rechazar o atreverse a aceptar todas esas transformaciones sociales, cognitivas, culturales y sus consecuencias. La obra de Shepard destaca, precisamente, por la vitalidad con la que el joven autor se entregó a una experimentación extremadamente prolífica que no es reflejo sino de esa apuesta colectiva por imaginar nuevas formas de concebir el arte y la vida. Shepard parecía inagotable a la hora de inventar en cada obra nuevas formas de experimentación y de percepción, de renovar y repensar constantemente su actividad creativa. Por ello, si su obra es producto de esa insólita energía transformadora que caracterizó los años sesenta norteamericanos, también es una obra que contribuyó activamente a configurar los cambios estéticos que emergieron en ese período. Como el mismo dramaturgo ha explicado, “the only impulse was to make living, vital theater which spoke to the moment. And the moment, back then in the mid-sixties, was seething with a radical shift on the American psyche” (Shepard 1996a, x).

La figura de Kennedy y la retórica de la juventud

La década de los sesenta es un período histórico extraordinario por la sinergia que se produjo en los ámbitos político, social y cultural en el proceso de articular plenamente la disensión hacia formas establecidas de poder. En los Estados Unidos, la consolidación del movimiento por los Derechos Civiles alcanzó un punto álgido en agosto de 1963 con la marcha sobre Washington en la que participaron más de 200.000 personas, nueve años después de que el 17 de mayo de 1954 la Corte Suprema aboliera la segregación racial en las escuelas. La emergencia de grupos políticos estudiantiles como el FSM ( Free Speech Movement ), el SNCC ( Student Nonviolent Coordinating Committee ) o la SDS ( Students for a Democratic Society ), creada en 1962 –lo que se conoce como la New Left – y que abogaban, en principio, por la desobediencia civil no violenta, se erigieron en manifestación visible de un descontento popular que llevaba ya años fraguándose: era la oposición, clara y pública, al triunfalismo americano de la posguerra, al militarismo de la Guerra Fría, a la demagogia anticomunista, a la regimentación social, al consumismo desenfrenado y a la desigualdad y la segregación racial.

El teatro de Sam Shepard, como gran parte del teatro creado Off-Off-Broadway, no es un teatro abiertamente político, que hiciera referencia o articulase una crítica directa a la convulsa realidad político-social del momento. Sin embargo, es un teatro que responde claramente al clima político de una década en la que, incluso antes de la primera conmoción nacional, el asesinato del presidente Kennedy en 1963, quedó claro que la experiencia norteamericana suponía, como sugiere Klinkowitz (1980), “vivir en los extremos”. También J.W. Fenn (1992) afirma con contundencia que la cultura estadounidense de los sesenta fue una cultura sometida a un extremado nivel de estrés. En la década anterior, durante los ocho años de mandato del presidente Eisenhower, la estrategia geopolítica de contención en la Guerra Fría había sido acompañada por una puesta en escena de operaciones que consiguieron que la nación norteamericana, envuelta en una prosperidad económica sin precedentes, no prestase atención a las amenazas de la política exterior. Pero en 1960, el incidente del avión espía U-2 y, en 1962, la Crisis de los Misiles de Cuba, tras el fracaso en el intento de derrocar el régimen castrista en la Bahía de Cochinos, fueron acontecimientos que verdaderamente hicieron patente la posibilidad de entrar en una guerra atómica, y que ponían fin al efecto anestésico de la aparentemente plácida vida doméstica de los cincuenta. La sensación de una perpetua e inminente amenaza, efecto de la política exterior, determinó también en gran medida el transcurso de los asuntos internos a lo largo de la década, que en parte derivaban de los problemas surgidos en la década anterior, como el macartismo o las tensiones derivadas de la integración racial. A todo ello se sumaría además la entrada de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam, uno de los conflictos que mayor impacto emocional produjo en la cultura norteamericana en el siglo XX. El transcurso de la década de los sesenta parece estar marcado por innumerables episodios de violencia extrema, de desobediencia civil, revueltas y el impacto de los asesinatos de activistas y líderes políticos que conmocionaron a la nación en un período de enormes tensiones: el de Malcom X en 1965, y los de Martin Luther King y Robert Kennedy en 1968.

A pesar de los acontecimientos imprevisibles de violencia extrema, como los citados asesinatos, las turbulencias sociales y los traumas derivados de ellas que afligieron a la nación estadounidense, estos acontecimientos se convirtieron también, por las respuestas que generaron en la población, en condicionantes para articular reacciones inesperadas, enérgicas y alentadoras, tanto a nivel político como a nivel cultural. Como se mostrará en los capítulos siguientes, las crisis y las tensiones sociales no fueron un impedimento, sino casi una fuerza determinante para que se produjera una respuesta liberadora a la crisis que se estaba viviendo y para fomentar un cambio profundo en la concepción de las artes, y muy especialmente de las escénicas. El ímpetu y la vitalidad con que se respondió desde el teatro a la inestabilidad social lograría alterar y cambiar la concepción de este arte, y la apertura y las innovaciones que se dieron en la teoría teatral, en las prácticas y en la relación con la audiencia marcarían un punto de inflexión en el desarrollo de la tradición dramática norteamericana (Fenn 22).

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