1 ...7 8 9 11 12 13 ...19 5. Contenidos y líneas temáticas
5.1. El vicio y el pecado: dimensión moral y política
La Carta se presenta como un tratado dirigido a la formación de la figura genérica del príncipe, es decir, en palabras de Enrique de Villena, de los «emperadores, reyes, duques, marqueses, condes, vizcondes capitanes, governadores e todos los otros que han juridiçional exerçiçio temporalmente o que han de regir compañías o familia», 114con el objetivo particular de acrecentar, en su «poca edad», la nobleza de Rodrigo Alfonso Pimentel:
Dios vos quiso fazer tan noble e virtuoso, que mucho mejor sería en vós la nobleza acrecentada, informado y enseñado, avisado e certificado, e amonestado cuántos bienes nacieron e nacen a los ombres que bien e virtuosamente bivieron e biven; e, así bien, de la mala e disoluta vida cuántos males, peligros, trabajos, aflicciones, pérdidas, caídas de sus estados y crueles muertes les vino e vienen, demás de las infernales y perdurables penas que avrán en el venidero siglo (36 v b).
Con ello, buscaría mostrar «cuánto bien nace del noble e virtuoso bevir e cuánto mal de lo contrario y de ser remiso e floxo en su vida» (37 r b). Esta preocupación genérica adquiría una dimensión particular a lo largo del año 1466 (§ III.1), cuando el conde de Benavente alcanzaba nuevas responsabilidades políticas en la corte alfonsina, que lo situaban en una posición que, como señala Gómez Redondo, «comportaba una situación de riesgo»: 115
Como yo en mi retraimiento leyendo, por foir el ocio, aya fallado en diversos libros ordenados por auténticos istoriadores cuánto los ombres, especialmente los puestos en grandes dignidades y estados, son traídos en este mundo, por la fortuna, en diversos rebolvimientos, aunque en su bevir ayan seído onestos e bien temprados. Pues más se falla ser traídos los que pasaron su vida disolutamente, embueltos en vicios e grandes pecados, siguiendo sus desordenados apetitos, dando mala cuenta de sí y de los pueblos a ellos encomendados por aquel Dios todopoderoso, que los crió tan nobles, con beneficio de razón, y les dio señorío sobre los otros (36 r b).
El discurso de la Carta se organiza en un doble plano temporal y espiritual, cuyo objetivo será declarar «algunas cosas provechosas al estado de vuestra persona e fama e, mucho mejor, a salvación del alma, la cual mucho devemos procurar» (36 v b-37 r a), con la finalidad de que «aya lugar de bien fazer para alcançar mayor gloria en la otra [vida] y en esta quede fama de sus nobles fechos» (47 v a). Es significativo que, aunque el tratado prime los objetivos religiosos, no renuncia a abordar aspectos de naturaleza temporal, mostrando la compleja articulación entre las percepciones teológicas y temporales sobre el príncipe. En este sentido, el tema de la fama, al menos, parcialmente, centraliza, tal vez bajo la influencia de De casibus , esta vertiente temporal del príncipe. 116Así, la fama es presentada como un bien secular imperecedero y resultante del ejercicio de una vida virtuosa y ejemplar, en línea con el aristotelismo, para el cual «el honor se contempla como un deseable subproducto de la virtud». 117
En su conjunto, el tratado busca diseñar un modelo religioso fundado en la reprobación de los denominados, durante el período bajomedieval, como «pecados mortales», «pecados capitales», «vicios» o, más raramente, «pecados criminales» (soberbia, avaricia, lujuria, envidia, gula, pereza, ira), que propiamente deberían ser designados como «pecados capitales». 118Pecados que serían concebidos siguiendo la definición agustiniana, en palabras del Tractado de vicios e virtudes , versión castellana del Viridarium consolationis de Iacopo de Benevento, como:
menospreçiar omne a dios que es bien que nunca se muda nin se cambia e allegarse e querer las cosas tenporales que syenpre se mudan e pasan e syenpre estan en un estado. E asy pareçe que pecado es dicho deseo o fecho contra la ley de Dios. 119
La clasificación de los pecados que presenta Pedro de Chinchilla se amolda al listado canónico que, con diversas variantes, integra el catálogo de los siete pecados capitales. Estos pecados capitales, ausentes en la Biblia y en las primeras reflexiones de la patrística, hubieron de ser definidos, en el marco del ascetismo egipcio, por Evagrio el Póntico (m. 399), quien formulará la existencia de ocho «malos pensamientos» ( logismoi ), adaptados, poco después, al contexto del cenobitismo occidental por Juan Casiano (m. 433-435) en torno al sistema de los vicios capitales ( vitia principalia ), si bien su difusión y clarificación no tendrá lugar sino posteriormente, de la mano del pontífice Gregorio el Grande (m. 604). Sobre este modelo, gracias al desarrollo, a partir del siglo XII, de la teología moral y al impulso que, desde el siglo XIII, experimentó la predicación y la confesión obligatoria, hubo de tener lugar una profundización en el conocimiento sobre la naturaleza del pecado y la consagración definitiva de la clasificación de los pecados o vicios mortales ( peccata mortalia ), gracias principalmente a la Suma sobre vicios y virtudes de Guillermo Peraldo, redactada hacia 1236, sobre la que se articulará la tradición moral de la cristiandad. 120El catálogo de los «pecados mortales», como los denomina Pedro de Chinchilla (33 v b), sigue así la estricta ortodoxia, siendo similar a la perspectiva contemplada en obras castellanas como el Libro de miseria de omne , el Rimado de palacio de Pero López de Ayala, el Dezir sobre los doze estados que son en el mundo de Pero Guillén de Segovia, el Corbacho de Alfonso Martínez de Toledo, las glosas de Enrique de Villena a la Eneida o la Breve y muy provechosa doctrina de fray Hernando de Talavera. 121De hecho, la propia ordenación de los pecados que presenta es, a grandes rasgos, exceptuando la ira y la pereza, análoga a la ofrecida por el Corbacho o el Rimado de palacio .
Conforme a la lógica interna de la literatura de espejos y del propio tratado objeto de estudio, el príncipe habría de evitar el pecado, no solo a causa de la asunción de la misión divina de guardar a su pueblo, sino también como consecuencia de su posición política y social superior. En este sentido, la posición del gobernante era especialmente peligrosa, por su facilidad para pecar, «porque, así como en ellos [nobles y príncipes] resplandecen las virtudes más que en los otros de poco estado, así son más de reprehender en ellos cualquier error que fagan» (47 v a). Así ocurriría con la codicia, «porque, con el poder y señorío que tienen para poner en obra e acabar sus apetitos, mayores daños e males se causan» (42 r a ), o con el creer de ligero, por cuanto «tienen mayor lugar para poner lo que quieren en obra» (48 v a).
En la conceptualización de algunos vicios, Chinchilla tendrá en cuenta la concatenación de pecados, los cuales guardarían entre sí una relación causal, siguiendo una tradición que es posible remontar al propio Evagrio el Póntico, con continuidad a lo largo del período medieval. 122Pensamos, por ejemplo, en la relevancia dada a la gula, vista como puerta hacia otros pecados, por ser «causa e fundamento de otros muchos, especialmente lo acompañan la luxuria e la pereza» (47 r a).
En algunos supuestos, la caracterización que se ofrece sobre el pecado emparentaría, en buena medida, con la idea del justo medio aristotélico. 123Así sucede con el pecado de la lujuria, frente a la cual «que un ombre aya su mujer e la tenga segúnd ley ordenada e por aver fijos y generación, que les suceda e conserve su eser, buena e justa cosa es» (44 v a), o con el pecado de la gula, «si es usada tempradamente para el mantenimiento natural del cuerpo, es virtud» (46 r b), hecho que permite configurar un discurso armónico, en lo que a la caracterización de la virtud se refiere, con la perspectiva aristotélica de la Exhortación (§ IV.5.2).
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